miércoles, 27 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C. VI

Un propósito


No esperó a que nadie la volviera a buscar cuando el sol se escondió tras las montañas, bajó las escaleras con un par de saltos y fue directo al salón principal donde estaba segura que el resto del clan estaba reunido.

―Pasa―su cuerpo se tensó al abrir la puerta y ver al resto a la lumbre de una chimenea.

Elizabeth la miró fijamente, aún destilando enojo, pero calmada y, al parecer, sin intención de intimidarla como la noche anterior.

―Patriarca…

―Oí decir que repudiabas nuestra conducta al cazar. En específico, nuestra sangre fría al jugar con nuestras presas.

Alexia apretó los puños, él ni siquiera se dignaba a levantar el rostro del libro que leía, diciéndole de una y mil formas que le importaba muy poco la opinión que tuviera de ellos.

―Tal vez debimos ir de a poco―prosiguió tras el silencio―aunque debo admitir que nunca me tocó ver a una neonata con tan poco instinto.

― ¡¿Poco instinto!? ―rugió, sus fosas nasales se ensancharon de pura furia y apretó los dientes tan fuerte que estaba segura que luego terminaría doliéndole la mandíbula. El patriarca, en cambio, alzó el rostro al escuchar la reacción inmediata, sonriendo como un niño, dejó el libro a un lado y se cruzó de piernas en un gesto elegante.

Alexia, sin embargo, le importó poco que él o el resto del clan le miraran ahora con fijeza, el tan sólo escuchar que no tenía instinto le hacía hervir el cerebro. La estaba insultando sutilmente, le estaba diciendo que era una inútil. Muy patriarca; jefe, lo que fuera, sería; pero el sólo recordar que había tenido sexo con ropa con alguien a quien mató por sangre y que luego le dijeran que no tenía instinto… ¡Imbécil!

― ¿Así que tienes instinto? ―cuestionó él.

― ¡Claro que lo tengo, idiota, sino no lo hubiera matado, me hubiera resistido a beber! ―él sonrió, pero el resto la miró, advirtiéndole con los ojos que se detuviera o que evitara los insultos.

―Entonces no deberías cuestionarte tu naturaleza, ni el actuar nuestro. No tienes ni voz ni voto en esto, Alexia, eres la última, la esquirla, un fragmento muy pequeño de este clan, tan pequeño que no llegas a tener forma ante nosotros. Así que te lo advierto, esta familia no es para vampiros inútiles y misericordiosos, así que atente a nuestra forma de hacer las cosas.

Alexia frunció el ceño y apretó los puños. Se sentía ridícula.

―Aunque, claro, está la opción de que te marches de aquí ahora mismo, pero… ¿a dónde irás? No puedes regresar a casa, ni volver a ser humana, no sabes nada de nuestro mundo y temo tristemente que terminarás pasando al otro lado por tu ignorancia―sonrió sardónicamente. Sus palabras eran como lijas y Alexia supo, tristemente, que no tenía grandes opciones, que era innegable que debía quedarse si quería, alguna vez, llegar a ver a su hermana.

El patriarca se levantó de su cómodo lugar y avanzó hasta tocar sus hombros con sus pálidas y grandes manos. Alexia alzó el rostro para verlo, en su interior se arremolinaban un montón de sentimientos, realmente deseaba alejarse de esa gente, irse muy lejos para que estos no lo alcanzaran, pero sabía también que le era imposible mientras estuviera en ese estado tan delicado e impredecible.

―Por tu mirada, sé que te quedarás a nuestro lado―Alexia asintió quedamente, él sonrió complacido e hizo una seña a uno de los integrantes del clan.

La vampiresa observó al niño Arturo acercarse a rápido paso y tomar su mano con cierta fuerza para llevarla fuera de la habitación, el chiquillo la hiso subir por la escalera y entrar en su habitación.

―Los he ofendido―musitó cuando Arturo soltó su mano y se acercó a la ventana para correr las cortinas y dejar pasar la luz de la luna que comenzaba a menguar.

―Elizabeth ensalzó la situación―respondió Arturo―Ella y James siempre han sido sus predilectos, así que pueden hacer y deshacer con la voluntad de él.

Alexia lo miró sorprendida, ¿qué clase de líder era Héctor si se dejaba llevar por las habladurías?

― ¿Quién es James? ―preguntó.

―El de la voz suave y el pelo tomado en una cola baja.

―Debe ser horrible ver las preferencias que se hacen.

Arturo sonrió y negó con la cabeza.

―Entendemos el por qué de la preferencia, cada uno de nosotros también las tiene y tú, tarde o temprano, también poseerás preferencias en forma de persona.

Alexia lo miró detenidamente, se mostraba tan serio, sus posturas y ademanes le indicaban que aquel vampiro en cuerpo de niño era tan viejo, que fácilmente, podría ser su tatarabuelo.

― ¿Qué clase de preferencia tiene el patriarca con ellos dos? ―Arturo sonrió.

―James es su pareja y Elizabeth, según sus palabras, se parece demasiado físicamente a su hermana.

Ella gruñó, era increíble el descaro con el que hablaba de su conducta, cuando él mismo no las seguía. ¿Misericordia, condescendencia? ¡Al diablo, él tenía preferencia por una vampiresa que se parecía a su hermana… seguramente humana!
Tratando de despejar su mente, preguntó:

―Arturo… ¿cuánto tiempo puedo tardar en controlar mis instintos? ―el muchacho la miró extrañado―quiero decir, ¿cuánto tiempo tardaré en controlar las ganas de saltarle a la yugular a cualquier humano que se me cruce por el camino?

―No lo sé, depende de la voluntad de cada uno―Alexia bufó en respuesta, cuestión que provocó una suave risa por parte de su acompañante―es cuestión de práctica―ella hizo una mueca y se cruzó de brazos―tal vez te des cuenta que controlarte es más sencillo de lo que parece. A veces el instinto de selección es más fuerte que el instinto de alimentarse, si lo entrenas y te dedicas a ello, podrías avanzar mucho en poco tiempo y terminarías, sin darte cuenta, por observar y esperar, en vez de saltar a la yugular de inmediato.

Aquello era mucho más de lo que esperaba escuchar de aquel vampiro, Alexia sonrió esperanzada, Arturo le acababa de dar la fórmula para llegar a su meta. Y aunque ella jamás había mencionado el por qué de aquella curiosidad, sabía al ver los ojos del niño frente a ella, que él sabía que deseaba hacer algo en contra de su naturaleza. Casi podía tocar aquella complicidad, como si fuera algo que pudiera sostener.

―Gracias―musitó. Arturo asintió en respuesta, casi como diciéndole que le agradaba la idea de contrariar a Héctor.

―Él tiene un castigo para aquellos que osan molestarlo o cuestionar al clan―comentó sombríamente. Alexia se alarmó―no es nada tan terrible, tal vez un poco más en tu estado, pero ciertamente es un castigo pequeño comparado a lo que podría hacerte siendo él tan fuerte como es―agregó luego de ver la expresión asustada de la joven vampiresa―estarás tres días encerrada aquí sin alimentarte.

―Eso no parece tan horrible, por lo menos…―suspiró luego de que procesara las palabras de él.

―Sí, como dije, teniendo en cuenta lo que podría hacerte, el castigo es nimio―sonrió―lo que me preocupa es qué tan susceptible estarás luego de esos tres días. Me pregunto cuánta sangre desearás después de no alimentarte por tanto tiempo.

―Supongo que más del promedio, siendo tan inexperta.

Arturo movió la cabeza de un lado a otro, dubitativo y luego respondió:

―Tal vez―y después agregó: ―lo que me sorprende es cómo te tomas el castigo tan calmadamente.

Alexia sonrió, mostrando sus dientes blancos.

―Yo no diría calmada, más bien estoy bastante… ansiosa―sí, porque realmente deseaba llegar a Magdalena, realmente deseaba ver a su hermana, pero para ello… tenía que recorrer un largo camino antes de lograr su propósito.

Arturo palmeó el costado junto a él, invitándola a sentarse a su lado. Alexia no lo hizo esperar y se sentó gustosa y, por primera vez en lo que llevaba viviendo en esa casa oscura; que era un tiempo bastante corto, se sintió realmente bien, el vampiro que estaba sentado junto a ella y la miraba comprensivamente, le hacía sentir que estaba en el lugar adecuado para aprender. Aquél sentimiento no la abandonó, ni la intimidó cuando sin pensarlo pasó uno de sus blancos brazos tras la espalda de él y lo acercó a sí misma en un abrazo y, por otra parte, Arturo no se negó; sino que ladeó un poco la cabeza para apoyarse más en ella.

―Sentirse sola es muy común cuando eres un vampiro―susurró él―puede que el vacío que tienes en el pecho tome más de ti de lo quieres. Alexia, nunca cometas el error de dejar que ese vacío te domine o podrías cometer una locura.

La muchacha supo entonces que Arturo se preocupaba por ella a pesar de que sólo habían cruzado palabras en dos ocasiones, contando esta. Y supo también que esas últimas palabras que le había dirigido eran también una advertencia. Alexia sonrió ante el descubrimiento, pero también dudó. Primeramente, había percibido cierta complicidad, casi la aprobación de él ante las ideas que ni siquiera ella había pronunciado en voz alta, pero ahora…

Alexia entendió que él apoyaba a ciegas la decisión que había tomado, una elección que seguramente tomaba la forma de la determinación en sus ojos y que despertaba en él alguna clase de instinto de protección.

―Tendré cuidado de no caer―susurró en respuesta.

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