martes, 13 de julio de 2010 | By: Aline

Porque no todo es color de rosa II.



Relato II:

A la orilla del lago



Mi vista pasó de mi libreta al lago, alguien se había atrevido a lanzarse al agua, salpicándome a mí y a mi pobre cuaderno de anotaciones. Lancé un suspiro a la brisa fresca del verano y observé al sujeto en cuestión que había reaparecido de entre las aguas cristalinas.

― ¡¿Hace demasiado calor como para quedarse en la orilla, no crees?! ―no estaba precisamente contenta y se lo hice saber con la mirada. Él bajó la mano que había levantado para incitarme a ir a nadar, quizás intimidado― ¿Te has enfadado? ― comenzó a nadar en mi dirección, cuestión que me molestó aún más.

Me levanté, no tenía el mayor interés de hablar con ese tipo. Removí las hojas y el pasto de mi vestido celeste y di media vuelta para encaminarme a la casa de mis abuelos.

― ¡Hey! ―lo escuché gritar, pero yo no me detuve. El camino era lo suficientemente corto como para evitar que él me siguiera atosigando así que apresuré el paso hasta llegar al pórtico, donde me detuve para coger las llaves en el pequeño bolso que traía encima― ¿Eres la nieta del viejo pescador?

La pregunta fue hecha de tan cerca que me sobresaltó. Me giré sobre mis pies para encararlo, él estaba con un pie mojado arriba de la pequeña escalinata de madera que daba al pórtico de la vieja casa del lago que pertenecía a los padres de mi viejo.

―El viejo pescador tiene un nombre―respondí, pero él no se enfadó ni hizo alguna mueca por mi respuesta, mas bien, sonrió.

―No me sé su nombre―se encogió de hombros, a lo que yo fruncí el ceño.

―Su nombre es Emiliano Cortés―recalqué las últimas dos palabras para que él no se olvidara.

―Entonces… ¿eres su nieta? ―insistió.

Yo le sonreí inmediatamente y acomodé mi libreta que comenzaba a resbalarse de mis manos.

― ¿Hay alguna razón para tanto interés?

―Sólo es curiosidad, te vi llegar anteayer con tus padres y… sólo eso―volvió a hacer un gesto desinteresado.

―Ya―pronuncié desganada y me dispuse a volver mi atención a la puerta de madera.

―Soy Seth, vivo en la casa de más allá, en la costa Este del lago―subió la escalera como si yo le hubiese permitido hacerlo al responderle.

Yo asentí, entonces me fijé en él con mayor detenimiento. Además de que llevaba bañador y era de una contextura normal, su piel era de un color moreno, labios finos que formaban una línea perfecta al juntarlos, la nariz era un poco larga y recta, sus ojos eran grises y almendrados, mientras que su cabello era castaño oscuro, casi negro, pero lo que más destacaba de él era que estaba todo empapado, y las gotas caían sobre la vieja madera del pórtico que ya estaba manchado con tierra y pasto por culpa de los pies de él.

―Estás ensuciando todo―señalé.

Seth miró inmediatamente sus pies y en un acto reflejo dio un salto hacia atrás, cayendo de espalda contra los escalones. Di un grito antes de acercarme hacia el caído, bajando los escalones de un salto para ir a levantar su cabeza que se había golpeado fuertemente.

― ¿Estás bien? ―pregunté suavemente mientras me arrodillaba y dejaba la libreta y mi bolsito a un lado para estar más cómoda.

Él me miró con los ojos desorbitados mientras yo levantaba su cabeza cuidadosamente y la apoyaba en mi regazo para que estuviese más cómodo.

―No te muevas ¿entendiste? ―le dije.

―De acuerdo―musitó.

Yo alcé el rostro y grité en dirección a la casa, donde mi abuela seguramente estaría cociendo en la maquina. Hice varios intentos, hasta que finalmente la puerta de entrada se abrió para dar paso a mi abuelita con sus cabellos canos y la piel llena de arrugas y lunares.

― ¿Qué a sucedido? ―el tono de su voz era bajo y a veces ni las emociones lograban alterarlo, yo ya estaba acostumbrada y en vez de intentar escuchar lo que decía, simplemente, leía sus labios.

―Se ha caído mientras hablábamos, creo que resbaló―dije bien alto para que me entendiera. Seth me miró con un mensaje implícito, y yo le sonreí de vuelta, sería vergonzoso para él que le dijera a alguien que el muy tonto había dado un salto hacia atrás cuando había una escalera tras él.

―No lo muevas, Erin, voy a buscar el teléfono para llamar a tu abuelo―pronunció.

― ¿No sería mejor llevarlo adentro?

―No, no, mijita, se golpeó la cabeza ¿no es así? ―yo sentí en respuesta―entonces es mejor que se quede ahí―no estaba muy conforme con eso, especialmente porque el pobre tipo debía estar muy incómodo en esa posición.

― ¡Apresura el paso entonces! ―exclamé y mi abuela salió corriendo, en realidad, caminando lo más rápido que podía hacia el teléfono de la casa.

―Esto es raro―pronunció Seth.

―Eres idiota para saltar de esa manera―le comenté. Él me sonrió, aunque más bien parecía una mueca.

―Tu nombre es Erin―musitó y yo le respondí afirmativamente con la cabeza a lo que él agregó: ―soy Seth, un gusto―sonreí abiertamente. Este chico era un caso.

No sé nadar, le había dicho avergonzada luego que él insistiera en ir a refrescarnos al lago. En realidad, pensaba que se burlaría por este detalle, pero no lo hizo, él sólo me miró unos minutos y luego me ofreció enseñarme. Esto sería raro, muy raro. Quizás si fuera más pequeña estaría encantada, pero ahora que contaba con diecisiete años era algo más complicado, especialmente si te enseñaba un chico de la misma edad.
La primera sesión fue simple, me enseñó a flotar sobre el agua del lago, él me comentó que si alguna vez iba al mar me daría cuenta que era mucho más fácil mantenerse a flote allí que en el lago puesto que el agua dulce provoca que uno se hunda con mayor facilidad. Era un dato curioso que no dejé pasar y anoté rápidamente en mi libreta.
La segunda y tercera sesión fueron de práctica, me enseñó a nadar como los nadadores olímpicos y luego me ayudó a nadar bajo la superficie, cuestión que no fue de mucho agrado, no sé cuantas veces terminé tosiendo por que el agua me entraba por la nariz. Lo que me chocaba era que él se reía cada vez que pasaba y yo le hacía notar mi molestia con un buen empujón, algo que a él no parecía molestarlo en lo más mínimo, pero que hacia detener sus carcajadas.

Creo que tardé más en nadar por mi cuenta, cuando Seth estaba ocupado para enseñarme, pero los progresos que notaba los escribía en mi libreta malograda por las salpicaduras que él había provocado cuando nos conocimos y luego se las mostraba. Muchas veces me había dado cuenta que Seth se sentía realmente atraído por el contenido de ella, lo había visto en sus ojos, una curiosidad similar a la de un gato, yo en cambio no tenía el menor interés de mostrarles mis secretos pensamientos allí escritos.
La libreta no era un diario como la mayoría de las chicas pudieran pensar, era un simple cuadernito que usaba para anotar mis pensamientos del momento, eran frases que no tenían conexión alguna una con otra, unas podían ser deprimentes y otras eran de alegría o enojo, pero no había un relato amoroso que alguien pudiera descifrar con esas palabras, nunca nombraba a un él, ni jamás nombraba a una ella si la frase se trataba de alguna mujer. Pero aquellos pequeños fragmentos de mi mente sólo me pertenecían a mí y Seth no tenía por qué enterarse de ellos.

―Tengo curiosidad―me comentó mientras me pasaba una toalla para secarme el cuerpo.

―Lo he notado―contesté, él me sonrió radiante.

― ¿La libreta es tan importante?

― ¿A ti te importa? ―fruncí el ceño mientras me ponía las sandalias para no ensuciarme los pies con la tierra.

― Es tu diario ¿no? ―pude detectar la incomodidad en su tono de voz. Quizás me demostré muy ruda.

―Un diario no es, pero es algo similar―contesté. Él sólo asintió y eso fue todo lo que hablamos aquel día.

Está lloviendo en pleno verano, es extraño ver por la ventana de la sala las gotas de lluvia golpear contra la superficie siempre calma del lago. Era deprimente, para colmo, no había visto a Seth desde hacía un par de días y me hacía falta, me distraía algunas veces de mis preocupaciones estudiantiles con su humor y su simple presencia hacía que el fantasma de Ian se difuminara con mayor rapidez.
Ian, desde aquella ocasión en los arbustos del colegio no había vuelto a hablarle y él tampoco se me acercaba. Supongo que no tenía un verdadero interés en recuperar mi amistad, puesto que se rindió de inmediato… o tal vez había sido demasiado dura con él, no estoy segura. La verdad es que aquello me importaba ya muy poco, sólo quedaba un año antes de comenzar la universidad y no había tiempo para salvar esa relación de años. Lo único frustrante era que todo se había ido al caño por una chica.

Anabel, su nombre me producía asco. A veces me gustaría golpear su nariz perfecta.

―Qué resentida…―pronuncié. Mi abuelo levantó la vista del periódico y me miró interrogante―Nada, abuelo―contesté a su muda pregunta y el volvió a centrarse en su lectura.

Amaneció despejado, había una brisa helada y no tenía intención de meterme al agua con ese frío horrendo. El calendario marcaba una semana antes del inicio de clases, marzo estaba demasiado cerca para mi gusto y quizás ese era el motivo de ese cambio drástico de la temperatura.

―Erin, Seth ha venido a buscarte―la abuela me miraba desde la puerta con una mirada suspicaz, hecho que me incomodó bastante.

―Dile que me pongo una chaqueta y salgo, por favor―traté de no mostrarme turbada porque sino mis queridos abuelos estarían preguntándome toda la tarde y parte de la noche por esa reacción.

―Por supuesto, querida, sólo apresúrate o el tren se irá―dijo en tono melódico, aquello sí que fue una sorpresa para mí.

―De acuerdo…―musité.

No tardé mucho, saqué la primera chaqueta que encontré en el armario y me encaminé a la puerta, de paso me despedí de mi abuelo quien tomaba una taza de café cargado.

―Si la llevas al pueblo, asegúrate de llevarla al museo… a ella le encanta lo antiguo―mi querida abuela estaba atosigando a mi nuevo amigo con extrañas ideas.

―Abuela―pronuncié rápidamente y ella saltó sobre su puesto al escucharme―no le metas ideas en la cabeza, lo atosigas.

Seth estaba demasiado callado para mi propio gusto, no era común en él. En todo ese mes y medio, él parecía un lorito hablándole a una pared-la cual resultaba ser yo-y ahora se mostraba tan serio… casi podía notar la tensión en sus músculos mientras caminábamos por la orilla del lago.

―Me voy mañana―comenté para sacar un tema de conversación, él se detuvo al instante de escuchar aquello y se giró para verme directamente a la cara―Tu también te irás pronto a tu ciudad, volverás a clases igual que yo.

― ¿Cuándo pensabas decirme? ―preguntó frunciendo el ceño.

―No había tenido la oportunidad de decírtelo, no nos hemos visto en días y además… era lógico que ocurriera ya, estamos a las puertas de marzo.

Él dejó escapar un suspiro y sonrió tristemente. Aquello no me agradaba nada.

―Será extraño no verte―comentó al final.

―Opino lo mismo―le concedí y luego agregué: ―este mes y medio fue fabuloso, Seth, quiero que lo sepas. Me enseñaste a nadar y eso es todo un logro… nunca me ha gustado el agua.

―Lo supuse cuando no querías ir al pueblo a comprarte un bañador―rió.

Él se sentó a la sombra del mismo árbol en el que yo estuve cuando nos conocimos. Aquello me provocó ganas de llorar.

―Siéntate―golpeó el suelo a su lado y yo hice exactamente lo que me pedía. Sería el último día en que estuviéramos juntos.

Lo vi girarse hacia un costado y hacer movimientos extraños, como haciendo fuerza, aquello despertó mí controlada curiosidad y estuve a punto de preguntarle qué hacía cuando él me tapó los ojos con su mano libre.

― ¿Qué haces? ―era molesto.

―Te destaparé los ojos en un segundo, pero no te impacientes―aseguró y yo detuve mi intento de apartar su mano.

Unos segundos después, Seth dejó de presionar su mano contra mis ojos y me permitió mirar lo que él había estado haciendo instantes antes.

Sonreí sin evitarlo y tomé el ramito de flores blancas entre mis manos.

―No voy a comprarte rosas ni flores delicadas, no es mi estilo y tampoco el tuyo―dijo inmediatamente―las margaritas se parecen más a ti, son perennes y fuertes… como tú.

Yo no tendía a sonrojarme con facilidad, pero aquello me tomó por sorpresa. ¡Seth se me estaba declarando!

―Gracias…―pronuncié sin voz. Él sonrió y se removió incómodo en su puesto.

―Yo también tengo algo para ti―y, rápidamente, con la mano libre saqué del bolsillo de mi chaqueta la libreta que a él tanta curiosidad le había causado. Seth la miró sorprendido, como si no se lo creyera―puedes leerla toda, pero primero lee la última página marcada.

Él asintió quedamente, quizás tratando de asimilar lo que había dicho así que tomé mi libretita y la abrí en la página que quería que leyera primero. Ésta decía y cito lo que escribí:

Lo que hay escrito mucho antes de conocerte son parte de mis experiencias y mi pasado, una persona vive una cantidad enorme de experiencias y es algo natural. Lo que sientas al leer esas páginas no deben poner en duda lo que está escrito más abajo ¿entendiste? Yo no soy buena declarándome, nunca lo he hecho.

Me gustas, Seth.


Él sonrió al leer las últimas palabras y levantó el rostro para verme a la cara, yo le devolví el gesto y al mismo tiempo me maldije porque sentía las mejillas extremadamente calientes. Seguramente estaba más roja que un tomate maduro.

―Será una relación a distancia―comentó mientras se me acercaba.

―Bueno, intentarlo es mejor que quedarse pensando en el qué hubiera pasado si―contesté sin demora antes de que él posara sus labios sobre los míos y me perdiera en las sensaciones que aquella caricia me proporcionaba. Las mariposas eran molestas, pero me encantaban.

―Te quiero―pronunció al separarnos y yo le sonreí, implícitamente le di el mensaje que sentía lo mismo.

―Sólo una cosa, mañana me devuelves la libreta… quiero seguir escribiendo en ella y llenarla de tus recuerdos.

―Prometido―respondió antes de volver a posar sus labios sobre los míos.

La distancia es complicada, será todo un reto mantener una relación así, pero si lo que sentimos es fuerte, entonces el próximo verano; o tal vez más pronto de lo que creo, nos reencontraríamos como si fuéramos dos amantes a mitad de la noche. Si todo iba bien, volveríamos a encontrarnos a la orilla del lago y bajo este mismo árbol. Los únicos testigos de nuestro encuentro.

Sentido de pérdida

Sentido de Pérdida


Tu rostro y tu cuerpo, al verte ahí parado a unos metros de mí, mi corazón se acelera; su compás resuena en mis oídos y mi sangre se arremolina en mis mejillas como aquella tarde de febrero en que nos conocimos. Todo es mágico, irreal y maravilloso. Tus ojos miran ese vestido que a ti tanto te gustaba, decías que me veía tierna con el puesto. Me lo puse por ti hoy día, para que acaricies mi coronilla y enredes tus manos en mis cabellos oscuros, deseo que me beses la frente con tus labios, como si fuera una niñita. Añoro que me ames como aquella noche en la que no vimos fronteras y el futuro se sentía tan cercano. ¡Oh, por favor, acércate de nuevo y toma mi mano, quiero tanto caminar a tu lado y volver al parque de nuestras ilusiones!

¿Me escuchas?, ¿logras oír mi llamado?, ¿sientes mi corazón, sientes mi respiración pesada, ves mis manos jugando por el nerviosismo… siquiera me ves?
Tu ser se difumina, desaparece como un espejismo tan pronto doy un paso ansioso hacia ti. Te grito desesperada, esperando que no te vayas, pero tú no me oyes y desapareces. Era extraño y a la vez familiar, la historia se repetía una y otra vez, cada mañana al despertar me colocaba el vestido blanco y me peinaba para ti, pero al encontrare en nuestro lugar secreto, desapareces como una ilusión. ¿Por qué? Nunca logro alcanzarte, el tiempo parece no avanzar y cada día me parece igual al otro ¿Qué sucede?, ¿Qué es este juego que me impide acercarme a ti?

¡Quiero abrazarte y acariciarte, enmarcar tu rostro entre mis manos y plantar mis besos en tu boca, lo deseo todo!, ¡¿Por qué me lo impiden, cuál es el objetivo de todo esto?!

Mis lágrimas salieron de mis ojos y me dejé caer como tantas veces ya había hecho, quería que esto terminara. Era una pesadilla y deseaba despertar. Verte de nuevo a mi lado, en carne y hueso, eso quería.

Una pequeña luz llamó mi atención, alcé mi rostro empapado y estiré mi mano al pequeño agujero blanco frente a mí.

―Está despertando―es una voz desconocida. Mis ojos se abren ansiosos y la luz del techo me ciega por minutos eternos― ¿Karime, puedes escucharme bien, entiendes lo que te estoy diciendo?

Mis ojos lo enfocaron, era un hombre mayor, su cabello cano y la bata blanca fue lo que más me llamó la atención. Era un médico y, por deducción, debía estar en un hospital.

―Sí―pronuncié tan bajo y ronco que me sorprendí.

Alguien echó a llorar, el chillido que lanzó me alertó y miré hacia un lado. Mi familia estaba allí, todos con los ojos llorosos, pero no pude evitar mirarlos consternada, sus rostros… todos ellos eran distintos.

Mi madre tenía canas en el cabello y mi padre parecía más viejo y cansado de lo que recordaba, pero lo que más me llamó la atención no fueron ellos, sino mis hermanos. Ambos eran altos y unas barbas de dos días crecían en sus rostros. ¿Por qué? Ellos debían tener once años, no parecer adultos jóvenes. ¿Qué era lo que había pasado?

El médico se alejó de mí y se dirigió a mi padre, le murmuró unas cuantas cosas que yo no logré escuchar y a las que él asintió. Me sentía extraña y todo me inquietaba. Moví mis manos para poder incorporarme para luego mover mis piernas y levantarme de una vez, pero no lo logré.

Mis brazos se sentían tan débiles que apenas lograban sostenerme, pero mis piernas… al internar moverlas, era como si no estuvieran ahí.

― ¿Qué pasa? ―me incorporé violenta y descuidadamente, tirando los cables que me conectaban a una maquina extraña y corrí las sábanas sin demora.

― ¡Karime! ―reaccionó mi madre al escucharme gritar.

Hubo un jaleo, mi mente no asimilaba lo que veía y mi familia me rodeaba intentando hacerme reaccionar mientras entraba en una especie de colapso nervioso. Grité el nombre de él, grité con fuerza para que él me escuchara y viniera a acariciar mis cabellos para consolarme, pero él no entró por ninguna puerta y alguien susurró una palabra que no deseaba escuchar en absoluto: Muerto.

El llanto fue mayor, mi desesperación aumentó mientras tocaba lo que quedaban de mis piernas. Las había perdido, a ambas y a él también.

Hubo un flash en mi memoria, el sonido de la lluvia golpeando las ventanas, la radio del auto… su voz y sus ojos fijos en la ruta. El camión salido de la nada, la bocina estruendosa. Los giros, los cristales rotos, el fierro retorcido. Los impactos y luego, todo blanco.

Apreté la mano dónde mantenía el anillo de promesa en mi pecho y seguí llorando sin escuchar nada más. ¿Cuánto tiempo había pasado desde eso, diez o veinte años… cuánto? No recibí respuesta, porque la aguja atravesó mi piel y me adormecí nuevamente.

Su rostro me esperaba en el sueño, me miró sonriente, como todos esos años que compartimos juntos. Por favor, no me hagan despertar de nuevo, la realidad es cruda y maldita, prefiero vivir el mismo día todos los días a volver a ver en lo que me he convertido. Sólo te pido, Señor, dame ese único regalo.
jueves, 8 de julio de 2010 | By: Aline

Conquistaste el cielo

Conquistaste el cielo


Tus manos se movían en una danza infinita, los colores nacieron de tus dedos y sin mirar el papel mantenías el rostro volteado hacia el firmamento.
Brillantes estrellas caían y tus labios entonaban una canción mientras sonreías. Pude ver en el lienzo como la obra cobraba vida propia y que tu voz y movimientos lo hacían ver más real que el original. Me pregunté muchas veces cómo los hacías, para ver el mundo con ojos ciegos, cómo captabas la esencia de lo que no podías ver...

Y la pregunta salió rauda de mis labios y detuviste el pincel, tus manos manchadas en tonos azules dejaron de lado el instrumento y tu boca dejó de entonar sólo por responderme:

― Veo el mundo desde aquí―tocaste tu pecho con emoción mientras derramabas lágrimas de alegría mientras seguías mirando al infinito―Miro con los ojos del corazón.

Esa noche conquistaste el cielo con tus palabras, conquistaste el mundo con tus acciones, derrotaste al destino con una sola sonrisa y tu defecto… se convirtió en una virtud hasta el día en que tu último aliento tocó mi rostro y dejaste tras de ti, un sinfín de noches y recuerdos