domingo, 17 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C.V

Esto es lo que somos

Observó horrorizada como Elizabeth tomaba ambos cuerpos sin siquiera darles una mirada de compasión, no había en esa mujer ni una sola gota de arrepentimiento por lo que había hecho, su actitud era tan despreocupada que Alexia se sentía ridícula y se estremeció al recordar el horror de esas caricias, el cómo ella misma había incitado a aquel hombre, como lo había domado y se había frotado contra su cuerpo. Sintió asco de sí misma y hubo un lapsus en que pensó intentar devolver todo lo que había bebido de su presa, pero aquello era imposible, la sangre para ese momento ya habría sido absorbida y ahora debería estar circulando por su cuerpo.

― Querida mía, no te quedes quieta―habló Elizabeth mientras se echaba al hombro a los difuntos y comenzaba a caminar en dirección a la montaña. Alexia la siguió en silencio, observando cómo los árboles comenzaban a cerrar su camino y ocultaban de la vista a cualquier curioso que pudiera haberse despertado por los gritos y gemidos de aquellos tipos.

Ambos cuerpos cayeron pesadamente sobre la grava de la ladera de la montaña que daba cara al pueblo. Elizabeth se agachó y ante Alexia, que ya estaba lo suficientemente traumatizada, comenzó a destrozar el cuerpo de ambos, sacando pedazos de piel y desfigurando el rostro de sus presas. Alexia emitió un gemido de asco y se alejó sin siquiera tomar en cuenta las palabras de su maestra referente a su naturaleza.
Simplemente se aovilló, y comenzó a sollozar sin lágrimas, su cuerpo seco se estremecía. ¡Ser vampiro era horroroso!, no sabía cómo había gente que idolatrara la conducta de semejantes criaturas, y en eso se incluía a ella misma.

―Alexia―murmuró enojada. Ella alzó el rostro perturbado y se levantó.

― ¿Podemos irnos? ―musitó. Su interlocutora asintió, su mirada estaba encendida por el enojo, pero no pronunció palabra alguna referente a lo que le molestaba.

―Andando.

El alba estaba en su apogeo, pronto el sol asomaría detrás de la Cordillera de los Andes y Alexia se mantenía estática frente a la ventana con las cortinas y visillos descorridos, en ese momento no le importaba si su cuerpo hacía que se propagara el fuego, sólo quería quemarse y ya, el dolor era sólo parte del proceso y tarde o temprano acabaría. Con ese pensamiento, dejó escapar un gemido de satisfacción cuando el sol se asomó al fin.

Sus pensamientos volaron años atrás, se sumió en unos recuerdos felices. Su madre cargaba a su hermana de tres años que acababa de golpearse en la rodilla, Magdalena lloraba a mares mientras su padre buscaba la povidona yodada y un parche para cubrir la herida. Recordaba que se había sentado junto a su madre y había sostenido de la pequeña manita de su hermana para calmarla, ellas cantaban canciones de cuna para que dejase de llorar y pensara en otras cosas mientras su padre hacia el trabajo de curar la rodilla maltrecha.

―Eres una niña fuerte, mi pequeña Magdalena―le susurró su padre. Inevitablemente, eso había causado que florecieran los celos.

―Tú también, mi niña, eres una gran hermana―le susurró su madre al oído, besando su mejilla de paso.

Alexia sonrió ante aquél recuerdo, ella sólo tenía once años, quién diría que cincos años después, ella misma sería quien acabaría con la vida de sus padres y dejaría a su hermana traumatizada.

¡Su hermana!

― ¡¿Qué estás haciendo?! ―Alexia dejó escapar un grito de sorpresa cuando Elizabeth cerró las cortinas, dejando la habitación a oscuras― ¡¿En qué estabas pensando para descuidarte así?! ―bramó, pero Alexia estaba aún atónita y sus pensamientos seguían volando muy lejos― ¡Alexia! ―el rostro de su hermana brillaba como una luz en sus oscuros pensamientos.

Aquello fue como un cable a tierra, la razón por la que aún no debía morir como se debía.

― ¡Alexia! ―rugió.

―Te escucho―pronunció al cabo de unos cinco minutos, cuando sus pensamientos estuvieron ya encausados y el rostro de su hermana quedó grabado en su mente con una leyenda muy clara bajo él.

Elizabeth le gruñó en respuesta y apuntó las oscuras cortinas por las cual apenas se podía vislumbrar la claridad del exterior.

― ¿Qué es lo que te había dicho? ―la mujer había dejado de lado tu su encanto y ceremonia, sólo el enojo se reflejaba en sus palabras― ¿acaso no prestaste atención cuando te dije lo del sol?

―Presté atención―respondió serena―Aún no calculo cuando se aproxima el amanecer y estaba analizando lo que pasó anoche, yo…―la muchacha dejó escapar un quejido, las escenas de las horas anteriores la hacían sentir sucia.

― ¿Yo qué? ―preguntó molesta y sus ademanes la animaban a seguir hablando.

―Anoche, fue macabro. ¿Acaso era necesario hacer todo eso para conseguir sangre?

Elizabeth la miró con suspicacia.

― ¿No lo disfrutaste? ―Alexia se estremeció ante la sonrisa perturbadora que su tutora había formado en su pálido rostro, ella sabía perfectamente que le había gustado, el sabor de la sangre era mucho más contundente que cuando estaba en un estado normal.

― ¿Pero por qué? ―preguntó ella― ¿es necesario tener que rebajarnos al nivel de una prostituta por conseguir sangre?

Elizabeth rugió estridentemente ante el comentario y le mostró los colmillos agudos en una clara amenaza. Alexia retrocedió un paso, pero se encontró pegada a la cubierta ventana. Aquella reacción sí la había atemorizado.

―Escucha bien, neonata, tú ya no eres humana, tú no te riges por la regla de esos estúpidos mortales. Tú eres una vampiresa, una con el potencial suficiente para convertirte en un súcubo y disfrutar del placer de la sangre espesa por la libido, tú no necesitas de esas estúpidas reglas morales, tú no has vuelto a nacer para someterte a ese tipo de reglas insignificantes.

―Se trata de respeto―gruñó la muchacha. Las palabras de aquella mujer no la dejaban satisfechas, la hacían sentir peor de lo que ya se sentía.

―No, Alexia, se trata de selección natural― ¿natural? sí, es muy natural ser un muerto vivo, quiso decir la chica, pero no se atrevía a hacer enfadar más a la vampiresa frente a ella.

―Elizabeth―era una voz infantil, suave y tranquila. Alexia giró su rostro para ver al dueño que ella conocía aunque nunca lo hubiera escuchado hablar. Era aquel niño, el más pequeño de todo el clan. Sus ojos grandes y perfectamente redondos la miraron unos minutos antes de posarse en su acompañante y pronunciar: ―Héctor desea verte.

―Voy enseguida―respondió la pelirroja y luego volteó a Alexia―duerme―ordenó y luego, sin siquiera volver a dirigirle otra palabra o mirada, salió de la habitación.

Al abandonar ella la habitación, Alexia volvió a dirigir su atención a la ventana, afuera había un hermoso día, digno del comienzo del verano, uno que nunca volvería a sentir o ver, pero a pesar de aquello, sabía bien que era poco probable que, aún teniendo la capacidad para salir bajo el sol, volviera a tener o aparentar una vida normal, teniendo en cuenta que los carabineros, la PDI, etcétera, la estaría buscando por ser una homicida prófuga.

―Deberías descansar―el niño le tomó la mano cariñosamente, sobresaltándola por el tacto suave y delicado, Alexia lo miró fijamente unos segundos antes de ser guiada a la cama un par de paso lejos de la ventana―los neonatos, tienden a no resistir el día despiertos―agregó.

― ¿Por qué? ―preguntó ingenuamente mientras se sentaba en la acolchada cama. El niño la miró sonriente y tocó su cabeza, acariciándole la coronilla con cuidado.

―Son como los bebés, aún están conociendo su alrededor y su naturaleza, lo que los cansa más que a los mayores.

― ¿Así que un vampiro viejo puede mantenerse despierto durante las horas de luz por la experiencia?

El niño le sonrió y la incitó a recostarse en la cama para descansar.

― ¿Fue muy difícil para ti acostumbrarte a esto? ―el niño siguió mirándola con compasión―Me refiero a convertirte en vampiro y dejar a tu familia de lado, todo lo que quisiste.

―Estaba solo―contestó―el ser vampiro o no serlo, no significó mucha diferencia―Alexia asintió quedamente―pero ninguno de nosotros es igual, la conversión nos afecta de distinta manera a cada uno.

Alexia luchó contra los parpados de sus ojos que amenazaban con dejarse caer y cegar su visión.

―Todos tuvimos nuestras batallas internas, hasta Héctor las tuvo en su momento al encontrarse convertido en algo que no era―la muchacha asintió sin saber quién era aquél hombre llamado Héctor, pero supuso que se trataría del patriarca―pero esto es lo que somos, aún a pesar de todo, nuestra naturaleza es así aunque no nos guste, así que no importa cuánto luches, con el tiempo, simplemente, te acostumbrarás.

Ella permaneció en silencio mientras él se levantaba y se dirigía a las grandes puertas.

― ¿Qué edad tienes? ―preguntó abrumada. Su visión se volvió negra entonces, signo de que sus parpados habían sucumbido a su peso, pero a cambio de la falta de ese sentido, todos los demás se agudizaron, por lo que no se sorprendió al escuchar las palabras que él le dijo:

―Te sorprenderías.

Luego de eso, la puerta fue cerrada.

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