domingo, 17 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C.III

En lo profundo de una cueva

Aquello era suficiente, se decía, mientras sus pies la hacían retroceder hacia lo profundo de aquel escondite de roca sólida. El sólo ver al par de pumas muertos frente a ella, le produjo un remolino de sensaciones contradictorias en las que destacaba la imperiosa necesidad de hincarle los dientes a esas gargantas peludas y, por otro lado, el asco que le producía tan sólo en pensar en la idea anterior. ¡Debía escapar de allí! Le decía su mente en son de alerta.

― ¿Está usted loca? ―pronunció al fin, formando una mueca de asco en su rostro.

La hermosa mujer, sin embargo, le sonrió en respuesta y un brillo terrorífico apareció en ese rostro angelical que ahora, en opinión de la chica, parecía ser una trampa mortal para cualquiera.

―Es difícil al principio, pero luego te acostumbras―le sonrió mientras se acercaba, contoneando su caderas sensualmente y dejando que su largo cabello rojo se meciera con igual sensualidad.

― ¿Qué quiere que haga? ―cuestionó sin saber si era la pregunta correcta la que había formulado.

―Beber―respondió como si aquello fuera obvio y alzó a uno de los animales muertos como si no pesara nada y lo acercó a la chica para que se decidiera a hacer lo que debía―vamos, bebe para que curen tus heridas.

Alexia miró la cabeza desnucada del animal con una mezcla de compasión y deseo, ciertamente, ver a la criatura con el cuello expuesto a ella era una tentación poco común. Su garganta era como una lija, tal cual cuando a uno le daba gripe, y era tan molesto que estaba segura que ni el agua más pura podría saciar ese fuego interno que le quemaba.

―Adelante―incitó―nadie te ha de juzgar por esto.

La chica la miró una última vez, asintiendo con la cabeza como si estuviese en trance antes de acercarse a la mujer que entre sus brazos sostenía al puma.

―Buen provecho―la escuchó decir, casi podía imaginar la sonrisa en el rostro de la bella criatura.

Clavó los dientes en la carne aún blanda, fue el instinto tal vez, pero sin duda alguna puso más atención a esos movimientos y pasos involuntarios que la llevaban a beber la sangre del resto. Cuando sus colmillos agudos traspasaron la piel, pudo sentir la espesura de la sangre detenida, rápidamente, se apartó de ambos agujeros previamente hechos y luego, como si estuviera besando al animal, comenzó a beber desesperada el manjar oculto en sus venas y arterias.

―Eso es―la voz de ella sonaba tan lejana e irreal. Todo aquello parecía un sueño mientras bebía, al tiempo que sentía que la mujer acariciaba su cabello como consolándola o, tal vez, por simple placer.

Al dejar al animal sin ni una gota de sangre, Alexia se apartó rápidamente y pidió suplicante al otro que se encontraba tendido en el suelo. La mujer sólo le sonrió y dejó caer al primer puma para ir por el otro.
La chica no tardó demasiado en abalanzarse sobre la presa muerta e hincar, una vez más, los filosos dientes. Su líquido se encontraba tibio, no como el primero que bebió caliente, pero no fue un disgusto. Saboreó sin hacerse de rogar y al terminar lo soltó el cuerpo como si fuera un juguete.

―Bien―cantó la mujer― ¿estás saciada o es que necesitas algo más? ―la oferta fue tentadora, sin embargo, negó con la cabeza tímidamente en respuesta. La hermosa criatura sonrió y sus blancos dientes destellaron en la oscuridad. La visión era abrumadoramente perfecta, su cuerpo esbelto y elegante a contra luz; su cabello rojo meciéndose por culpa de una leve brisa que atravesaba la cueva y el cielo nocturno tapizado por un millar de estrellas que apenas lograban verse desde su posición. Era como para dibujarla―deberías ver tu rostro, las quemaduras han desaparecido casi por completo―comentó repentina, sacándola de su estado de hipnotismo.

Sus manos se dirigieron automáticamente a sus mejillas, se llevó una gran sorpresa al sentir la piel tersa, no había rastro de horribles heridas y la piel no se le caía al tocar las zonas en que, estaba segura, el sol la había quemado.

―Dime tu nombre, neonata―exigió la mujer, dejando de lado su faceta comprensiva para pasar a mostrarle un rostro duro, casi de miedo.

―Alexia―respondió sumisa. El cambio brusco de su carácter la había intimidado, ahora sentía que estaba fuera de lugar y la imperiosa necesidad de huir se apoderó de su ser.

―Ven conmigo, querida Alexia―la sonrisa que mostró en su rostro fue distinta a las demás, la muchacha percibió en ella una invitación implícita dentro de la misma, y su mano extendida, ofreciéndole su guía, le pareció, más que un ofrecimiento de seguridad, el sello de un pacto.

― ¿A dónde? ―preguntó, sonando más curiosa que asustada.

― ¿Quieres seguir vagando sola, sin saber siquiera lo que debes o no debes hacer… o lo que eres? ―el sarcasmo no pasó desapercibido por la muchacha, que frunció el ceño en respuesta y, en un acto casi como de desafío, su cuerpo se colocó en una posición recta, al buen estilo militar, y alzó su rostro, indignada.

― ¿Qué ventaja me traería ir contigo?

―Te diré algo―respondió duramente―hoy has aprendido una lección, has aprendido a no exponerte al sol, pero lo has hecho por las malas. ¿Deseas, entonces, aprender todo por ese camino sin importar el dolor físico que este traiga? ¿Sabes acaso qué tipo de sangre puedes tomar y cual no o por cuánto tiempo podemos pasar sin alimentarnos, conoces las reglas de nuestra raza?

Alexia se removió inquieta, perdiendo toda su firmeza.

― ¿Entonces, vendrás conmigo? ―movió su mano extendida, en un gesto que invitaba a la muchacha a tomarla, quien extendió una de las suyas para darle el apretón, sin embargo, en el último instante, cuando sus dedos ya rozaban, Alexia retiró la mano, la apretó contra su pecho y pronunció:

―Primero, dime tu nombre.

―Elizabeth―contestó sin preámbulos cuando la muchacha extendió tímidamente su mano derecha y, sin pensarlo dos veces, la tomó entre la suya, apretándola y haciendo movimientos de arriba abajo, como si fuese un saludo―Ven.

A diferencia de lo que pensaba, no salieron de la cueva sino que se adentraron más en ella, ésta era mucho más profunda de lo que había llegado imaginarse y visto en otras cuevas que había visitado, las cuales no habían sido muchas, la estalactitas, que al principio no se divisaban, se hacían más notorias y larga, causando un efecto escalofriante en el húmedo lugar, hasta más de una vez le cayó una gota de agua, inexplicablemente, puesto que la cueva nacía a un costado del río y no bajo él, aunque cabía la posibilidad de que hubiese una napa subterránea sobre sus cabezas. ¡¿Quién sabía cuánto habían descendido o recorrido?!

―Querida mía―dijo de pronto, su voz hizo eco en las paredes haciendo que la joven se detuviese al instante―recuerda bien este cruce―señaló hacia delante. Alexia se hizo hacia un lado para observar el camino. Tal cual pensaba, había un cruce de cinco caminos, dos descendían hacía un profundo agujero, otro bordeaba este mismo y subía a la superficie y otro dos atravesaban los primeros mencionados, como si se tratasen de puentes―Tomaremos aquél―su dedo índice, entonces, señaló el camino que subía y se perdía en un túnel al costado del precipicio.

―Lo tengo―pronunció la chica en respuesta. Guardó en su memoria el camino a seguir y continuaron sin cruzar otra palabra, siempre Alexia detrás de Elizabeth.

Al tomar el camino que bordeaba el precipicio, la muchacha pensó en dejarse caer al agujero oscuro, su razonamiento y conciencia se lo exigían como pago de sus actos poco honorables. El recordar cómo bebió de sus padres y de los animales que se podrían en la entrada le hacían querer acabar con todo y, ahora que lo pensaba bien, no sabía exactamente cuál era el motivo de haber aceptado la proposición de Elizabeth. Tal vez fueron sus maneras delicadas o la potencia de su voz, la cual le causó cierto pavor, la que la llevaron a tomar su mano. Había sido como un encanto, cuando esta comenzó a burlarse de su posición, sus ojos brillaron como los de los gatos en la noche y eso bastó para terminar por aceptar.
Aún en medio de sus cavilaciones, Alexia sintió de sopetón un golpe de aire, el viento fuerte que de repente golpeaba contra tu cara al salir de un lugar cerrado. Ella alzó el rostro y miró hacia delante. Elizabeth siguió avanzando por unos metros antes de detenerse mientras ella se mantenía estática en la salida de la cueva oscura.
Frente a ella había un bonito y extenso campo, un valle sin duda, rodeado de las montañas que se alzaban, imponentes, por todos los costados y que daban sombra a buena parte del valle. Los árboles también llenaban el lugar y una laguna de aguas plácidas y cristalinas se encontraba a un costado de una enorme casona sombría, pero increíble de todas formas.

― ¿Qué es esto? ―preguntó más para sí. Y es que ella no concebía que una casona, al buen estilo de la pomposidad de los gobernadores de la época en que Chile era reino, se encontrara en un lugar como este.

―Este lugar es nuestro hogar, oculto de las miradas indiscretas. Nuestro perfecto escondite.

―Entiendo eso―no había que ser un genio para saber aquello, pero a lo que venía era otra cosa― ¿Cómo hiciste una mansión como ésta aquí?

―No la hice yo, la hizo mi padre― respondió sin preámbulos―ven, debo hablar con ellos sobre ti.

Alexia la miró inquieta. ¿Había más de ellos?, ¿Cuántos eran los que aguardaban dentro de la edificación?

La casona era de un estilo tan europeo que lograban darle escalofríos, era bellísima y por un momento pensó que haría mal en describirla como algo contemporáneo a la Colonia. Su color era de un color celeste, y muchos de sus detalles, como los relieves, eran de color blanco tan puro y cuidado que parecía que los años nunca ha rían de pasar por ella. Las ventanas eran miles, también, todas con sus cortina descorridas, pero de ellas no se veía ni un ápice de luz que le hiciera pensar que alguien habitaba en la bellísima construcción.
Al llegar al frontis, una escalera de madera perfectamente tallada, amplia y sobre todo barnizada perfectamente, le daba el paso hacía el pórtico, una especie de descansillo diminuto en el cual se encontraba tan sólo la puerta de acceso, también de madera, tal vez de roble u otro árbol parecido.
Elizabeth, no tardó en abrir la puerta y tomar del brazo de ella, llevándola casi a empujones hacia el interior. El vestíbulo era amplio, como si se tratase de un palacio, una enorme escalera se abría paso frente a la puerta hacia el piso superior, donde debían estar las recámaras, dividiéndose en la sima en otras dos más pequeñas, que separaban la casa en dos áreas, una izquierda y otra derecha, pero Elizabeth no la llevó hacia arriba, sino que giró hacia la izquierda y se dirigió a otra sala, una mucho más pequeña y acogedora que la anterior. Sin embargo el aroma de la madera, los sin número de libreros llenos de libros de diferentes tamaños y grosores, los amplios sillones, la pequeña mesa en medio de estos, las plantas que adornaban los rincones y los candelabros que colgaban del techo no lograron calmarla ni un ápice cuando vio a las criaturas sentadas en los hermosos sillones de terciopelo.

―Mi bella Elizabeth, ¿qué es lo que traes con tus hermosas manos? ―preguntó con una voz tan profunda y un acento tan refinado que hizo que Alexia diera un salto. El hombre en cuestión era alto y fornido, de cabellos rubios ceniza, ojos rojos como el carmín y sagaces. Él la miró de arriba abajo, examinándola cuidadosamente mientras se levantaba de su sillón y dejaba una copa de un líquido espeso en una pequeña mesa en la cual había un libro andrajoso.

―Es Alexia, es una neonata, padre―se apresuró a contestar la mujer.

―Me estoy dando cuenta, en su cutis aún hay rastros de lo que fue el color de su piel humana―sonrió―la cuestión es, querida mía ¿Dónde la has encontrado?

Alexia miró a su alrededor, otros ocho sujetos se encontraban en el lugar, unos mirándolos con mayor desconfianza que otros.

―La he encontrado en la boca de nuestra cueva, estaba quemada horriblemente, hubo un momento en que pensé que no lograría recobrarse. Sus heridas eran graves.

― ¿Quemada? ―se apresuró a decir una mujer de cabellos castaños y de vestir provocativo― ¿Acaso se ha expuesto a la luz del día?

―Así es―contestó sin preámbulos.

― ¡Tamaña estupidez! ―vociferó mientras movía sus manos de un lado a otro en un aire teatral.

―Deberías cerrar tu hermosa boca, querida Amanda―habló de pronto el más pequeño, un niño de no más de once años, con el cabello castaño, peinado con la clásica partidura en el medio. La mujer se calló de inmediato ante el mandato.

― ¿Es así como supone nuestra querida Amanda, Alexia? ―le preguntó directamente.

―Es así―respondió en un hilo de voz. Los rostros de los presentes se tornaron en son de burla, sólo el niño, Elizabeth y su interlocutor se mantuvieron impávidos.

― ¿A qué se debe el hecho de que te hayas expuesto, querías acabar contigo misma o…?

―No, padre―apresuró a decir su protectora―ella me ha explicado que fue en un acto inconsciente, ella no conoce ni a su creador ni las reglas de nuestra gente.

―Ya veo, eres una huérfana―musitó. Pero aquella palabra no estaba muy lejos de ser cierta, era una asesina, pero también era huérfana― ¿La has traído, entonces para hacerla formar parte del clan? ―se dirigió a la que él llamaba su bella.

―Me pareció lo más adecuado―contestó―creo que el hecho de que ella estuviese vagando sola, sin saber nada, es un factor peligroso no sólo para sí misma sino que para nosotros también.

―Sino mal recuerdo, yo aprendí sólo lo que soy ahora―respondió, como haciendo ver que no estaba dispuesto a aceptar a nadie más.

―Lo sé, padre, me has contado tu historia, pero también sé que fue difícil entender lo que eras y que más de una vez corriste peligro de ser eliminado por tu ignorancia en épocas pasadas.

Entonces, el hombre rió con ganas y dijo:

― He de darte la razón, para mí fue complicado entender nuestras reglas estando solo―Elizabeth sonrió en respuesta―entonces debo pensar que si deseas mantener a esta recién nacida, serás tú quien la cuide y enseñe nuestras costumbres.

―No era mi intención algo más allá de darle un lugar seguro, pero si a usted le parece conveniente ser yo quien le enseñe lo que deba, entonces así será.

―Así será si lo que la neonata desea es quedarse a nuestro lado―y sus ojos rojos se fijaron por segunda vez en ella.

Alexia se mantuvo en silencio unos minutos, el resto del grupo también la observaba, unos más ceñudos que otros, pero igual de impacientes por su decisión.

―Lo más seguro, querida Alexia, es que te quedes a nuestro lado―comentó Elizabeth.

¿Debía o no aceptar?, ¿era buena la decisión que tomaría?, ¿qué significaba que se uniera a ellos, un pacto, una unión eterna, tal vez un contrato?

― ¿Alexia? ―apremió la pelirroja.

―Supongo que lo mejor para mí―y para todos, quiso agregar―es quedarme con ustedes.

El hombre sonrió satisfecho y avanzó hasta ella con aire superior. Elizabeth se hizo a un lado con rapidez y la dejó desprotegida. Él se cernió sobre ella y tomó su rostro entre sus manos, agachó el suyo y besó su frente con una delicadeza impropia.

―Bienvenida al clan y a la Casa de Sefira―pronunció al separarse y, aunque él se dio cuenta de su estado de shock, la tomó delicadamente por el hombro y la llevó hacia el resto del clan que la esperaba ya menos renuente.

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