martes, 28 de junio de 2011 | By: Aline

Alheia: Capítulo III

Determinación


Alheia tomó el pedazo de espejo que encontró entre toda esa ruina que correspondía a su casa y el primer cuchillo que sobrevivió al incendio que había logrado detener, agarró su largo y sedoso cabello castaño y, sin remordimiento,… lo cortó sin importarle que tan mal le quedaran los mechones. Se tragó el dolor y lo guardó en lo más recóndito de su alma, buscó en otras casas algunas vendas y ropa de hombre, que pudiera ajustar a su cuerpo delgado, y se la arregló lo mejor que pudo. Al verse nuevamente, parte de sí misma se sintió realizada.

Hombre, podía pasar perfectamente como un hombre de facciones afeminadas, pero sonrió amargamente al recordar lo que la había empujado a tomar estas medidas.

Una noche y medio día había tardado en dar sepultura a los habitantes del pueblo, que para suerte suya… no era muy grande y sus habitantes tampoco eran tantos. Y cuando el sol ya se ponía hacia el mar, con el corazón estrujado, Alheia dejó unas cuantas flores silvestres en la tumba de su familia, se echó el bolso lleno de los ungüentos de su madre; un par de mudas y una frazada para la noche al hombro y guardó las dagas que había encontrado en ambas botas.

Debía ser fuerte, debía encontrar pistas, debía alcanzar a su hija a donde fuera que la hubieran llevado.

Alheia miró el atardecer al salir de su pueblo muerto, sabiendo que era poco probable que regresara a él después de encontrar a su niña. Suspiró, conocía el bosque desde principio a fin, tenía ventaja todavía ante la poca experticia e ignorancia de ellos.

Con suerte… los lograría alcanzar en un par de días.
jueves, 23 de junio de 2011 | By: Aline

Alheia: Capítulo II

Remembranza


El sabor y la textura le provocaron arcadas, sus manos viajaron a su boca quitando desesperadamente el barro sobre sus labios y luego volvió a escupir fieramente para proferir una sarta de palabrotas en repuesta a la risa de sus amigos ante su desgracia. Alheia alzó el rostro, furiosa, y fijó sus ojos llameantes en el corpulento chico frente a ella, él sonrió arrogantemente en respuesta y se echó a reír un rato, hasta que ella le escupió un poco más de barro a la suela de sus botas, manchando el pelaje blanco en la cima de estos.

―Deberías saber perder―gruñó el muchacho al ver el manchón.

― ¡Cállate, mierda! ―le gritó mientras se levantaba. El cuerpo entero le dolía, pero su orgullo le impedía, siquiera, dejar escapar una lágrima.

El chico frunció el ceño y chasqueó la lengua en respuesta, el resto del grupo se quedó en silencio para escuchar con claridad lo que el muchacho iba a decirle.

―Mira, Alheia―dijo suave y amenazadoramente―tú eres una niña y una niña jamás será tan fuerte como un hombre. No entiendo por qué te empeñas tanto en pelear con nosotros, no hay forma ¿de acuerdo? Jamás serás un chico.

― ¡Eres un idiota, Theil! ―le gritó― una mujer puede ser tan fuerte como un hombre, puede ser mucho más que él y un día te lo voy a demostrar, para que tú bocota se quede bien cerrada―su dedo se hundió en el pecho de él, Theil gruñó en respuesta y le apartó la mano de un manotazo.

―Un día vas a terminar mal por tu idiotez―le advirtió y se alejó de ella―ve a casa, te vez horrible embarrada.

El resto se echó a reír nuevamente y caminaron en dirección al pueblo. Theil le dio un último vistazo a Alheia y le sonrió avergonzado, la muchacha hizo caso omiso a su cariñosa mirada y desvió la vista desdeñosamente.

Furiosa consigo misma, Alheia no escuchó a su mejor amiga ni hizo caso a sus constantes agarres para detener su andar. Alheia cojeó, embarrada de pies a cabeza, agarrando su estómago que había recibido un buen par de puños por el imbécil niño al cual todo el pueblo adoraba, las chicas… hasta las de su misma clase social, se reían a su andar o la miraban en son de burla, pero no le importó, siguió con la cabeza en alto, atravesó el camino principal sin derramar ni una lágrima ni apartar la vista del frente hasta llegar a su pequeña casita junto al risco.

Su madre dejó escapar un bufido al verla llegar de esa manera y le hizo señas para que entrara a su casa junto a ella. Alheia suspiró y dio media vuelta para despedirse de su amiga con un movimiento de mano.

Su madre había dejado la canasta llena de hierbas que traía en el brazo sobre la mesa y caminó hacia una alacena llena de frascos con extrañas pastas en su interior.

Sin decirle ni una sola palabra, Alheia se sentó en el banquillo más próximo y dejó que su progenitora le quitara la ropa para luego empezar a untar en su cuerpo la pastosa medicina que ella hacía para los moretones. Claro estaba para la niña que su madre no iba, por ningún motivo, a darle el ungüento para el dolor muscular, era típico… ese era su castigo por pelear con chicos.

―Alheia… ¿hasta cuándo? ―le preguntó. La niña no emitió sonido alguno y cerró los ojos―años atrás, a nosotros no nos importaba que jugaras con ellos, quizá ese fue nuestro error.

―No es cierto―gruñó ella en respuesta.

―Eres mujer, tu cuerpo no tiene la capacidad física que poseen los cuerpos de los hombres, no estás hecha para pelear, no estás hecha para cazar, menos estás hecha para desafiar los límites.

Su madre era sabia, las mujeres del pueblo tendían a buscarla para pedir sus consejos, pero Alheia tendía a obviarlos con gran facilidad y a decir cosas que no correspondían.

―Yo no vine a este mundo a ser sólo un contenedor de bebés―gruñó, ella quería ser un hombre, en su alma sentía que ella realmente era un hombre. Su madre la miró atónita y en un arrebato de furia y enojo, hizo algo que jamás había hecho.
Alheia la observó a atónita por la reacción y tocó su mejilla adolorida.
―Prepararé el baño, no quiero que tu padre te vea en esta situación tan degradante.

La mujer se dio la vuelta y se perdió al atravesar el portal hacia otra habitación, Alheia dejó escapar un sollozo cuando dejó de verla y bajó la cabeza por primera vez en el día. Cuando su madre pronunció aquellas palabras, sintió algo que nunca había sentido hasta ahora: vergüenza de sí misma.

miércoles, 22 de junio de 2011 | By: Aline

Alheia, el llamado de la sangre. Capítulo I

Alheia
El llamado de la sangre


Caos

            De pronto, el silencio se cernió sobre el bosque de una manera en que nunca había ocurrido en todo lo que llevaba de vida, no había ave que piara, ni ardilla que royera la cáscara exterior de una bellota, aquello tan inusual provocó una oleada de terror en el cuerpo de la mujer que, con él corazón contrariado, dejó caer el cuerpo del venado al suelo y comenzó a llorar sin motivo aparente.
            Sus extremidades se movieron ágiles, la piel de sus pies se rompió al contacto con las piedras filosas en la tierra, su respiración era desigual y en su costado apareció la clásica punzada por no respirar como era debido al hacer ejercicio, pero aún a pesar de lo incómodo que le resultaba la situación, ella no lo notó, sus pensamientos tenían sólo una forma: La aldea, su gente… su familia.
Llevaba un buen tramo recorrido, esquivando árboles, raíces que sobresalían y ramas bajas, cuando el silencio se rompió por el ruido de los cascos de caballos acercándose, Alheia, con el rostro contrito y no dispuesta a dejarse atrapar por quien fuera que estuviera merodeando el territorio, se detuvo en seco y buscó refugió trepando a un árbol de frondoso follaje, el que le permitía no ser vista por nadie, pero ella ver todo a su alrededor sin temor, sin embargo, cuando estuvo instalada en una rama lo suficientemente alta y gruesa; el horrible aroma de carne quemada llegó hasta su nariz, seguida por el olor de la madera que se chamuscaba. Alheia, horrorizada, miró hacia arriba haciendo a un lado un par de ramas que le impedía ver el amplio cielo y divisó hilos de humo negro que se esparcían en dirección del viento. Sudaba frío y su respiración ya no podía ser más complicada en ese momento. Las columnas negras venían de la aldea.  

Gritaron en una lengua desconocida para ella, Alheia bajó la vista y soltó despacio las ramas que había apartado, unos metros bajo ella, un par de soldados se habían detenido, justo a un lado del grueso tronco de su refugio. Ella se contuvo de gritar, pero su mano viajó a su pecho, como intentando contener el rápido latir de su corazón nervioso, los había reconocido porque uno de ellos, con la capa al viento, llevaba en él  la imagen del perro de la muerte, el símbolo supremo del reino vecino. ¿Qué hacían ahí? No era muy difícil de adivinar, intentaban invadir Irión en un ataque sorpresa. A Alheia, este descubrimiento la dejó helada, la posibilidad de que se vieran descubiertos era un riesgo muy grande como para dejar a alguien vivo. El caballo con la armadura puesta relinchó en protesta ante el intento de su jinete a seguir adelante. El hombre cubierto de pies a cabeza le gritó algo al otro y obligó al animal a seguir adelante, internándose en el bosque.
Alheia se dejó caer al suelo cuando los cascos se escucharon lo suficientemente lejos como para no oír sus movimientos y comenzó a correr nuevamente hacia su hogar.

― ¡Imawen, Theil! ―gritó cuando estuvo cerca, saltando entre troncos caídos y subiendo hacia la colina en donde se erigía su pueblo, sus ojos veían horrorizados el fuego que aún quedaba y las numerosas columnas de humo negro y desagradable olor, la ceniza caía en su cara mientras saltaba una  pequeña muralla de piedra y finalmente se detenía para observar que todo lo que ella amó... estaba destruido.

            Alheia reconoció el cuerpo maltrecho de su mejor amiga, cubriendo con desespero el cuerpo de su hijo recién nacido, también muerto y cubierto de cenizas que, seguramente, habían terminado por asfixiarlo, más allá de ella, la casa en la que vivía se encontraba en llamas y el cuerpo calcinado de un hombre se encontraba apoyado en una roca del jardín, con una enorme herida en el estómago, sus ojos estaban abiertos aún, pero no la veían. Alheia dejó escapar un sollozo mientras dejaba atrás a su amiga y a su familia y se internaba en el centro del caos, donde hombres y mujeres, ancianos y bebés se encontraban tirados en sendas charcas de sangre, o quemados hasta no reconocerse. Alheia sabía que era poco probable, sabía que lo que estaba hacia el otro extremo del pueblo, hacia el lado del risco, no era algo bonito sino una cosa que iba a desear olvidar y la atormentaría por el resto de su vida, pero ella no se detuvo, siguió caminando, tratando de obviar los cadáveres de su gente y con el propósito claro de llegar a su hogar y cuando lo hizo, cuando vio ese par de casas a medio consumir por las llamas, echó a llorar y a correr, gritando el nombre de sus familiares.
            Pronto, su corazón se contrajo y comenzó a rajarse, el cuerpo de su madre fue el primero que logró encontrar, la flecha que atravesaba su cuello la había matado al instante, pero la expresión en su rostro la perturbó como nada en su vida. Había intentado gritar y lágrimas secas cubrían su pálido rostro. Alheia, extendió su mano y con cuidado bajó los párpados helados de la que la había traído al mundo y volvió a mirar a su alrededor. Siguiendo la dirección en la que miraba su madre, se acercó a la muralla en la que ella se había encaramado tantas veces cuando niña y miró al vacio, donde otro cuerpo; que ella reconoció, se encontraba atravesado por una lanza. Su padre estaba demasiado abajo como para alcanzarlo y tocarlo por última vez. Alheia se apartó, se preguntaba el por qué tenía que ser así,  por qué de todos los lugares por los que hubieran podido cruzar, se les ocurrió justo este.

 ―Alheia…

            La susodicha se volteó rápidamente al escuchar su nombre, reconocía esa voz tan amada, la de su marido, su amigo y compañero. Rió al verlo apoyado en la muralla, lo suficientemente lejos como para no notarlo cuando entró al jardín, corrió hacia él y se dejó caer a su lado sosteniendo su rostro ensangrentado y cubriéndolo de besos al verlo vivo.

― ¿Dónde está Imawen? ―le preguntó en medio de su llanto mientras él acariciaba torpemente su antebrazo.

            Él la miró, sus ojos se veían cada vez más opacos. Había furia en ellos, una furia hacía sí mismo, la impotencia lo estaba carcomiendo por dentro, Alheia se daba cuenta de esto mientras caía en la cuenta que a su hija le había ocurrido algo peor que la muerte.

― ¿Dónde está? ―insistió, la desesperación fue tomando terreno― ¡¿Theil, dónde está Imawen?!

            El hombre dejó escapar una lágrima.

―Se la han llevado… junto a la mayoría de los niños―pronunció dificultosamente. Alheia palideció.

― ¿Qué?

― Creo que los venderán como esclavos… eso es lo que entendí. Perdóname, por no haber…

―Theil―le dijo mientras besaba su frente y lo abrazaba con fuerza, este a duras penas la correspondió.

―Tienes que alcanzarlos―musitó―antes de que se mezclen entre los nuestros.

―Primero tengo que curarte―apresuró a decir mientras se apartaba y caía en cuenta que su pareja tenía una herida en el estómago por la cual seguía brotando una gran cantidad de sangre.

            Alheia no era tonta, sabía que esa herida no podría curarse, al menos no en ese lugar, sin nada con la que pudiera coserlo y vendarlo. Su pueblo estaba lo suficientemente aislado como para no lograr llevarlo a algún lado.
            ¡Esto no podía estar pasando! Se dijo mientras volvía a abrazarlo y a llorar, él acarició su espalda, furibundo.

―Debí estar aquí―susurró.

―No, no debías―respondió―tu deber es encontrarlos.

            Ella asintió quedamente, él sonrió contra su pecho. El aroma de su mujer lo inundó y las imágenes de ellos dos cuando aún eran niños lo invadieron, habían sido grandes momentos, unos muy hermosos recuerdos.

―Theil, buen viaje… amor―los brazos de él comenzaron a soltarse, a volverse flácidos y resbalar por la espalda de ella, incapaces de mantenerse en el sitio que él quería.

―Tú también, amor―susurró y cerró los ojos―encuéntrala.

            Alheia supo que había muerto, que él ya no abriría sus ojos como todas las mañanas, que no le sonreiría cuando se despidiera para ir de casería o a arrear el ganado, que no lo escucharía reír cuando cargara a su hija en brazos, ni lo vería entrar cansado por la puerta ni acostarse en las noches a su lado. Theil había muerto, toda su gente había muerto, excepto su hija y no sabía cuántos niños más que iban a sufrir un destino peor si no lograba alcanzarlos. 


Ilusión rota


Disclaimer: Los personajes pertenecen a J.K. Rowling, yo los he tomado por diversión.
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Su orgullo siempre había sido ser un sangre pura, heredero de una antigua y prestigiosa familia relacionada con los magos más ilustres que hubiesen existido, sus padres le repetían con cierto dejo de soberbia, que ahora sólo recién lograba percibir, que siempre debía mantener su barbilla en alto y el prestigio de su apellido por sobre todo.

Era un Malfoy, único heredero de una fortuna indiscutible, de limpio linaje y de un repudio absoluto a todo lo que tuviese que ver con los indignos hijos de muggles.

Él creía que estaba en lo correcto cuando se burlaba de ellos, de los mestizos ilusos y los asquerosos sangre sucia, sus padres habían asentado esa semilla en su alma y aquello había moldeado su carácter, por eso jamás dudó en que las causas del Innombrable eran las correctas. Un hombre que le causaba admiración, un hombre al que su padre le rendía pleitesía, el único que hacía que Lucius Malfoy se hincara y bajara la cabeza.
Nunca midió el peso de lo que implicaba ser parte de aquello que creía que era lo correcto, hasta que vio la tortura a la que eran sometidos aquellos que estaban en contra de su ideología, hasta que sintió en carne propia el horror de ver amenazada de muerte a su familia y la locura en los ojos del que creyó su amigo…

Se equivocó, y ahora sus padres y él estaban ahí. Sentados. Esperando ser trasladados para un futuro juicio. Azkaban parecía algo tan cercano ahora.

Las celdas frías de la prisión y verse rodeados de asesinos lunáticos le provocaba escalofríos.

La puerta de la mazmorra en que se encontraban rechinó.

Sus ojos, cuyos párpados estaban caídos del cansancio y que se enmarcaban en unas profundas ojeras, se dirigieron automáticamente a ella. Su madre dejó escapar un jadeo, mientras lo abrazaba por detrás.

Su padre, en cambio, se levantó. Pero ahora su desplante era una sombra del que fue. Él estaba cansado también.

Él único regocijo, lo único que lo calmaba, era saber que estaban juntos.

―Lucius Malfoy―la voz grave del hombre que había entrado a su celda transitoria hizo eco en la antigua aula.

―Kingsley―apenas fue un hilo de voz con el que respondió.

¿Qué podían hacer ahora que habían sido despojados de sus varitas? No mucho en realidad.

―Los escoltaremos hasta su casa―pronunció sin titubeos―pero sus varitas no serán devueltas todavía, creemos que es necesario un pequeño escarmiento por sus acciones.

― ¿Qué ha dicho? ―su madre dejó escapar un sollozo después de decirlo.

Él estaba helado. ¿Cómo era posible?

―Lo dicho―dijo―son libres para volver a casa.

Su madre estalló en llanto y lo abrazó de una manera asfixiante. Su padre, en cambio, más pálido que nunca, pronunció la simple pregunta que él quería plantear:

― ¿Por qué?

Kingsley sonrió, sus dientes blancos eran un contraste absoluto de su piel oscura.

―El señor Potter dijo que le habían salvado la vida en el momento preciso―no sabía cómo reaccionar―y comentó algo de haber sido obligados a actuar por una amenaza de muerte inminente―entonces él meneó la cabeza―claro que eso no quita que vayan a juicio y mientras el proceso dure, estarán siendo vigilados por Aurores a toda hora y la utilización de magia será algo a lo que deberán acostumbrarse por un periodo de tiempo indeterminado.

Con su madre llorando sobre su hombro, su padre sentado en la primera silla que encontró y él en estado de estupefacción, Kingsley se retiró, dejando a sus carceleros la tarea de escoltarlos a las afueras de Hogwarts.

Afuera el bullicio era gigantesco, familias enteras volvían a reunirse, no necesariamente de una manera placentera, muchos lloraban la muerte de sus hijos, hermanos, incluso padres. Los cuerpos iban siendo sacados uno por uno en camillas. Muchas miradas se voltearon hacia su persona, vio el odio reflejado en esos ojos dolidos. Los apuntaban con el dedo, les gritaban.

Ahora sabía lo que habían sentido los perseguidos y asesinados. Ahora sabía lo que era estar en el lado denigrado.

Y entre el mar de insultos, gritos y llantos, logró ver al que había sido su némesis durante años. Harry Potter estaba junto a sus inseparables amigos y los Weasley. Entonces vio las bajas del círculo de aquél que había hablado a su favor.

Y él todavía tenía a los suyos…

Entonces, como un imán, Potter levantó la vista y lo miró fijo. Pronunció algo a sus amigos y se acercó entre el gentío.

―Muévanse―escuchó a uno de los Aurores que los escoltaba.

Entonces él volvió a marchar, lentamente, escuchando el repudio de la gente. ¿Eran acaso los únicos que no habían logrado escapar o eran los últimos en abandonar los terrenos? Al estar encerrados… el mundo parecía haber desaparecido por el tiempo que duró su cautiverio.

―Malfoy―escuchó que pronunciaban. Potter se había acercado a los Aurores y caminaba a su lado con la vista fija al frente―hablé con Kingsley. Testificaré a su favor en el juicio.

― ¿Por qué? ―fue él el que le quitó la palabra de la boca a su padre esta vez.

―Porque tu madre pudo haberme entregado, pero guardó silencio―dijo sin mayores preámbulos―y porque vi en lo que te convertiste por el miedo que le tenías a Tom Riddle.

Hubo un silencio incómodo entre ellos. Nunca había nacido entre ellos mucha cordialidad. No, hasta este momento… ¿o era compasión?

―Buen viaje a casa―dijo luego, como si estuviera cansado. Bueno, él no se veía repuesto del todo.

Potter se alejó después de dirigirles unas cuantas palabras a sus custodios. Él lo siguió con la vista hasta que su cuello no pudo doblarse para seguir mirando atrás. Y entonces, las voces que se habían apagado de repente, cuando Potter estaba allí, volvieron con fuerza.

Y mientras cruzaban las puertas de Hogwarts, mientras veía la destrucción de la batalla, él supo que todo en lo que había estado involucrado los últimos dos años no había valido la pena y que ahora debía vivir con el peso de haber elegido mal, aunque con la esperanza de no cometer un error así de nuevo en el futuro.

Blog Fanfic: Storm Forever

Sí, es un blog que creé en Worpress hace unas cuantas horas por culpa del frío que me jodía hasta los huesos. ¿De qué trata?, como dice el título, es un Blogfanfic, aunque también puede tomarse como mitad original.

Storm Forever es un fanfic basado en el universo de la Meyer, pero con un toque distinto y desde el punto de vista de un personaje original. En realidad, la historia es BASADO EN, por lo que Bella Swan y su séquito de vampiros vegetarianos no son parte de él (por lo menos hasta ahora). La idea surgió de la manía de hacer un personaje principal más consecuente en su actuar y una historia menos pastalosa de lo que sería un romance vampiro-humana.

Dejo aquí el link a la página:

martes, 14 de junio de 2011 | By: Aline

Beyond of Times: Fanarts

De pura aburrida hoy, y antes de ir a ver Kung Fu Panda 2 al cine (sí, fui a ver Kung Fu Panda y me divertí XD), hize estos tres dibujos de las féminas de Beyond of Times, mi fics de Inuyasha que voy publicando asiduamente en FF.net, el cual tendrá una extensión de 36 cápítulos más un epílogo, y hasta ahora llevo escrito 14 y publicados 22.
Lo dibujos los hice a mano y luego hize la magia con SAI y Photoshop CS3.

Bueno, sin más:


-Kagome Higurashi:




-Keiko Sato:





-Alessa: