miércoles, 27 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C. VI

Un propósito


No esperó a que nadie la volviera a buscar cuando el sol se escondió tras las montañas, bajó las escaleras con un par de saltos y fue directo al salón principal donde estaba segura que el resto del clan estaba reunido.

―Pasa―su cuerpo se tensó al abrir la puerta y ver al resto a la lumbre de una chimenea.

Elizabeth la miró fijamente, aún destilando enojo, pero calmada y, al parecer, sin intención de intimidarla como la noche anterior.

―Patriarca…

―Oí decir que repudiabas nuestra conducta al cazar. En específico, nuestra sangre fría al jugar con nuestras presas.

Alexia apretó los puños, él ni siquiera se dignaba a levantar el rostro del libro que leía, diciéndole de una y mil formas que le importaba muy poco la opinión que tuviera de ellos.

―Tal vez debimos ir de a poco―prosiguió tras el silencio―aunque debo admitir que nunca me tocó ver a una neonata con tan poco instinto.

― ¡¿Poco instinto!? ―rugió, sus fosas nasales se ensancharon de pura furia y apretó los dientes tan fuerte que estaba segura que luego terminaría doliéndole la mandíbula. El patriarca, en cambio, alzó el rostro al escuchar la reacción inmediata, sonriendo como un niño, dejó el libro a un lado y se cruzó de piernas en un gesto elegante.

Alexia, sin embargo, le importó poco que él o el resto del clan le miraran ahora con fijeza, el tan sólo escuchar que no tenía instinto le hacía hervir el cerebro. La estaba insultando sutilmente, le estaba diciendo que era una inútil. Muy patriarca; jefe, lo que fuera, sería; pero el sólo recordar que había tenido sexo con ropa con alguien a quien mató por sangre y que luego le dijeran que no tenía instinto… ¡Imbécil!

― ¿Así que tienes instinto? ―cuestionó él.

― ¡Claro que lo tengo, idiota, sino no lo hubiera matado, me hubiera resistido a beber! ―él sonrió, pero el resto la miró, advirtiéndole con los ojos que se detuviera o que evitara los insultos.

―Entonces no deberías cuestionarte tu naturaleza, ni el actuar nuestro. No tienes ni voz ni voto en esto, Alexia, eres la última, la esquirla, un fragmento muy pequeño de este clan, tan pequeño que no llegas a tener forma ante nosotros. Así que te lo advierto, esta familia no es para vampiros inútiles y misericordiosos, así que atente a nuestra forma de hacer las cosas.

Alexia frunció el ceño y apretó los puños. Se sentía ridícula.

―Aunque, claro, está la opción de que te marches de aquí ahora mismo, pero… ¿a dónde irás? No puedes regresar a casa, ni volver a ser humana, no sabes nada de nuestro mundo y temo tristemente que terminarás pasando al otro lado por tu ignorancia―sonrió sardónicamente. Sus palabras eran como lijas y Alexia supo, tristemente, que no tenía grandes opciones, que era innegable que debía quedarse si quería, alguna vez, llegar a ver a su hermana.

El patriarca se levantó de su cómodo lugar y avanzó hasta tocar sus hombros con sus pálidas y grandes manos. Alexia alzó el rostro para verlo, en su interior se arremolinaban un montón de sentimientos, realmente deseaba alejarse de esa gente, irse muy lejos para que estos no lo alcanzaran, pero sabía también que le era imposible mientras estuviera en ese estado tan delicado e impredecible.

―Por tu mirada, sé que te quedarás a nuestro lado―Alexia asintió quedamente, él sonrió complacido e hizo una seña a uno de los integrantes del clan.

La vampiresa observó al niño Arturo acercarse a rápido paso y tomar su mano con cierta fuerza para llevarla fuera de la habitación, el chiquillo la hiso subir por la escalera y entrar en su habitación.

―Los he ofendido―musitó cuando Arturo soltó su mano y se acercó a la ventana para correr las cortinas y dejar pasar la luz de la luna que comenzaba a menguar.

―Elizabeth ensalzó la situación―respondió Arturo―Ella y James siempre han sido sus predilectos, así que pueden hacer y deshacer con la voluntad de él.

Alexia lo miró sorprendida, ¿qué clase de líder era Héctor si se dejaba llevar por las habladurías?

― ¿Quién es James? ―preguntó.

―El de la voz suave y el pelo tomado en una cola baja.

―Debe ser horrible ver las preferencias que se hacen.

Arturo sonrió y negó con la cabeza.

―Entendemos el por qué de la preferencia, cada uno de nosotros también las tiene y tú, tarde o temprano, también poseerás preferencias en forma de persona.

Alexia lo miró detenidamente, se mostraba tan serio, sus posturas y ademanes le indicaban que aquel vampiro en cuerpo de niño era tan viejo, que fácilmente, podría ser su tatarabuelo.

― ¿Qué clase de preferencia tiene el patriarca con ellos dos? ―Arturo sonrió.

―James es su pareja y Elizabeth, según sus palabras, se parece demasiado físicamente a su hermana.

Ella gruñó, era increíble el descaro con el que hablaba de su conducta, cuando él mismo no las seguía. ¿Misericordia, condescendencia? ¡Al diablo, él tenía preferencia por una vampiresa que se parecía a su hermana… seguramente humana!
Tratando de despejar su mente, preguntó:

―Arturo… ¿cuánto tiempo puedo tardar en controlar mis instintos? ―el muchacho la miró extrañado―quiero decir, ¿cuánto tiempo tardaré en controlar las ganas de saltarle a la yugular a cualquier humano que se me cruce por el camino?

―No lo sé, depende de la voluntad de cada uno―Alexia bufó en respuesta, cuestión que provocó una suave risa por parte de su acompañante―es cuestión de práctica―ella hizo una mueca y se cruzó de brazos―tal vez te des cuenta que controlarte es más sencillo de lo que parece. A veces el instinto de selección es más fuerte que el instinto de alimentarse, si lo entrenas y te dedicas a ello, podrías avanzar mucho en poco tiempo y terminarías, sin darte cuenta, por observar y esperar, en vez de saltar a la yugular de inmediato.

Aquello era mucho más de lo que esperaba escuchar de aquel vampiro, Alexia sonrió esperanzada, Arturo le acababa de dar la fórmula para llegar a su meta. Y aunque ella jamás había mencionado el por qué de aquella curiosidad, sabía al ver los ojos del niño frente a ella, que él sabía que deseaba hacer algo en contra de su naturaleza. Casi podía tocar aquella complicidad, como si fuera algo que pudiera sostener.

―Gracias―musitó. Arturo asintió en respuesta, casi como diciéndole que le agradaba la idea de contrariar a Héctor.

―Él tiene un castigo para aquellos que osan molestarlo o cuestionar al clan―comentó sombríamente. Alexia se alarmó―no es nada tan terrible, tal vez un poco más en tu estado, pero ciertamente es un castigo pequeño comparado a lo que podría hacerte siendo él tan fuerte como es―agregó luego de ver la expresión asustada de la joven vampiresa―estarás tres días encerrada aquí sin alimentarte.

―Eso no parece tan horrible, por lo menos…―suspiró luego de que procesara las palabras de él.

―Sí, como dije, teniendo en cuenta lo que podría hacerte, el castigo es nimio―sonrió―lo que me preocupa es qué tan susceptible estarás luego de esos tres días. Me pregunto cuánta sangre desearás después de no alimentarte por tanto tiempo.

―Supongo que más del promedio, siendo tan inexperta.

Arturo movió la cabeza de un lado a otro, dubitativo y luego respondió:

―Tal vez―y después agregó: ―lo que me sorprende es cómo te tomas el castigo tan calmadamente.

Alexia sonrió, mostrando sus dientes blancos.

―Yo no diría calmada, más bien estoy bastante… ansiosa―sí, porque realmente deseaba llegar a Magdalena, realmente deseaba ver a su hermana, pero para ello… tenía que recorrer un largo camino antes de lograr su propósito.

Arturo palmeó el costado junto a él, invitándola a sentarse a su lado. Alexia no lo hizo esperar y se sentó gustosa y, por primera vez en lo que llevaba viviendo en esa casa oscura; que era un tiempo bastante corto, se sintió realmente bien, el vampiro que estaba sentado junto a ella y la miraba comprensivamente, le hacía sentir que estaba en el lugar adecuado para aprender. Aquél sentimiento no la abandonó, ni la intimidó cuando sin pensarlo pasó uno de sus blancos brazos tras la espalda de él y lo acercó a sí misma en un abrazo y, por otra parte, Arturo no se negó; sino que ladeó un poco la cabeza para apoyarse más en ella.

―Sentirse sola es muy común cuando eres un vampiro―susurró él―puede que el vacío que tienes en el pecho tome más de ti de lo quieres. Alexia, nunca cometas el error de dejar que ese vacío te domine o podrías cometer una locura.

La muchacha supo entonces que Arturo se preocupaba por ella a pesar de que sólo habían cruzado palabras en dos ocasiones, contando esta. Y supo también que esas últimas palabras que le había dirigido eran también una advertencia. Alexia sonrió ante el descubrimiento, pero también dudó. Primeramente, había percibido cierta complicidad, casi la aprobación de él ante las ideas que ni siquiera ella había pronunciado en voz alta, pero ahora…

Alexia entendió que él apoyaba a ciegas la decisión que había tomado, una elección que seguramente tomaba la forma de la determinación en sus ojos y que despertaba en él alguna clase de instinto de protección.

―Tendré cuidado de no caer―susurró en respuesta.
domingo, 17 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C.V

Esto es lo que somos

Observó horrorizada como Elizabeth tomaba ambos cuerpos sin siquiera darles una mirada de compasión, no había en esa mujer ni una sola gota de arrepentimiento por lo que había hecho, su actitud era tan despreocupada que Alexia se sentía ridícula y se estremeció al recordar el horror de esas caricias, el cómo ella misma había incitado a aquel hombre, como lo había domado y se había frotado contra su cuerpo. Sintió asco de sí misma y hubo un lapsus en que pensó intentar devolver todo lo que había bebido de su presa, pero aquello era imposible, la sangre para ese momento ya habría sido absorbida y ahora debería estar circulando por su cuerpo.

― Querida mía, no te quedes quieta―habló Elizabeth mientras se echaba al hombro a los difuntos y comenzaba a caminar en dirección a la montaña. Alexia la siguió en silencio, observando cómo los árboles comenzaban a cerrar su camino y ocultaban de la vista a cualquier curioso que pudiera haberse despertado por los gritos y gemidos de aquellos tipos.

Ambos cuerpos cayeron pesadamente sobre la grava de la ladera de la montaña que daba cara al pueblo. Elizabeth se agachó y ante Alexia, que ya estaba lo suficientemente traumatizada, comenzó a destrozar el cuerpo de ambos, sacando pedazos de piel y desfigurando el rostro de sus presas. Alexia emitió un gemido de asco y se alejó sin siquiera tomar en cuenta las palabras de su maestra referente a su naturaleza.
Simplemente se aovilló, y comenzó a sollozar sin lágrimas, su cuerpo seco se estremecía. ¡Ser vampiro era horroroso!, no sabía cómo había gente que idolatrara la conducta de semejantes criaturas, y en eso se incluía a ella misma.

―Alexia―murmuró enojada. Ella alzó el rostro perturbado y se levantó.

― ¿Podemos irnos? ―musitó. Su interlocutora asintió, su mirada estaba encendida por el enojo, pero no pronunció palabra alguna referente a lo que le molestaba.

―Andando.

El alba estaba en su apogeo, pronto el sol asomaría detrás de la Cordillera de los Andes y Alexia se mantenía estática frente a la ventana con las cortinas y visillos descorridos, en ese momento no le importaba si su cuerpo hacía que se propagara el fuego, sólo quería quemarse y ya, el dolor era sólo parte del proceso y tarde o temprano acabaría. Con ese pensamiento, dejó escapar un gemido de satisfacción cuando el sol se asomó al fin.

Sus pensamientos volaron años atrás, se sumió en unos recuerdos felices. Su madre cargaba a su hermana de tres años que acababa de golpearse en la rodilla, Magdalena lloraba a mares mientras su padre buscaba la povidona yodada y un parche para cubrir la herida. Recordaba que se había sentado junto a su madre y había sostenido de la pequeña manita de su hermana para calmarla, ellas cantaban canciones de cuna para que dejase de llorar y pensara en otras cosas mientras su padre hacia el trabajo de curar la rodilla maltrecha.

―Eres una niña fuerte, mi pequeña Magdalena―le susurró su padre. Inevitablemente, eso había causado que florecieran los celos.

―Tú también, mi niña, eres una gran hermana―le susurró su madre al oído, besando su mejilla de paso.

Alexia sonrió ante aquél recuerdo, ella sólo tenía once años, quién diría que cincos años después, ella misma sería quien acabaría con la vida de sus padres y dejaría a su hermana traumatizada.

¡Su hermana!

― ¡¿Qué estás haciendo?! ―Alexia dejó escapar un grito de sorpresa cuando Elizabeth cerró las cortinas, dejando la habitación a oscuras― ¡¿En qué estabas pensando para descuidarte así?! ―bramó, pero Alexia estaba aún atónita y sus pensamientos seguían volando muy lejos― ¡Alexia! ―el rostro de su hermana brillaba como una luz en sus oscuros pensamientos.

Aquello fue como un cable a tierra, la razón por la que aún no debía morir como se debía.

― ¡Alexia! ―rugió.

―Te escucho―pronunció al cabo de unos cinco minutos, cuando sus pensamientos estuvieron ya encausados y el rostro de su hermana quedó grabado en su mente con una leyenda muy clara bajo él.

Elizabeth le gruñó en respuesta y apuntó las oscuras cortinas por las cual apenas se podía vislumbrar la claridad del exterior.

― ¿Qué es lo que te había dicho? ―la mujer había dejado de lado tu su encanto y ceremonia, sólo el enojo se reflejaba en sus palabras― ¿acaso no prestaste atención cuando te dije lo del sol?

―Presté atención―respondió serena―Aún no calculo cuando se aproxima el amanecer y estaba analizando lo que pasó anoche, yo…―la muchacha dejó escapar un quejido, las escenas de las horas anteriores la hacían sentir sucia.

― ¿Yo qué? ―preguntó molesta y sus ademanes la animaban a seguir hablando.

―Anoche, fue macabro. ¿Acaso era necesario hacer todo eso para conseguir sangre?

Elizabeth la miró con suspicacia.

― ¿No lo disfrutaste? ―Alexia se estremeció ante la sonrisa perturbadora que su tutora había formado en su pálido rostro, ella sabía perfectamente que le había gustado, el sabor de la sangre era mucho más contundente que cuando estaba en un estado normal.

― ¿Pero por qué? ―preguntó ella― ¿es necesario tener que rebajarnos al nivel de una prostituta por conseguir sangre?

Elizabeth rugió estridentemente ante el comentario y le mostró los colmillos agudos en una clara amenaza. Alexia retrocedió un paso, pero se encontró pegada a la cubierta ventana. Aquella reacción sí la había atemorizado.

―Escucha bien, neonata, tú ya no eres humana, tú no te riges por la regla de esos estúpidos mortales. Tú eres una vampiresa, una con el potencial suficiente para convertirte en un súcubo y disfrutar del placer de la sangre espesa por la libido, tú no necesitas de esas estúpidas reglas morales, tú no has vuelto a nacer para someterte a ese tipo de reglas insignificantes.

―Se trata de respeto―gruñó la muchacha. Las palabras de aquella mujer no la dejaban satisfechas, la hacían sentir peor de lo que ya se sentía.

―No, Alexia, se trata de selección natural― ¿natural? sí, es muy natural ser un muerto vivo, quiso decir la chica, pero no se atrevía a hacer enfadar más a la vampiresa frente a ella.

―Elizabeth―era una voz infantil, suave y tranquila. Alexia giró su rostro para ver al dueño que ella conocía aunque nunca lo hubiera escuchado hablar. Era aquel niño, el más pequeño de todo el clan. Sus ojos grandes y perfectamente redondos la miraron unos minutos antes de posarse en su acompañante y pronunciar: ―Héctor desea verte.

―Voy enseguida―respondió la pelirroja y luego volteó a Alexia―duerme―ordenó y luego, sin siquiera volver a dirigirle otra palabra o mirada, salió de la habitación.

Al abandonar ella la habitación, Alexia volvió a dirigir su atención a la ventana, afuera había un hermoso día, digno del comienzo del verano, uno que nunca volvería a sentir o ver, pero a pesar de aquello, sabía bien que era poco probable que, aún teniendo la capacidad para salir bajo el sol, volviera a tener o aparentar una vida normal, teniendo en cuenta que los carabineros, la PDI, etcétera, la estaría buscando por ser una homicida prófuga.

―Deberías descansar―el niño le tomó la mano cariñosamente, sobresaltándola por el tacto suave y delicado, Alexia lo miró fijamente unos segundos antes de ser guiada a la cama un par de paso lejos de la ventana―los neonatos, tienden a no resistir el día despiertos―agregó.

― ¿Por qué? ―preguntó ingenuamente mientras se sentaba en la acolchada cama. El niño la miró sonriente y tocó su cabeza, acariciándole la coronilla con cuidado.

―Son como los bebés, aún están conociendo su alrededor y su naturaleza, lo que los cansa más que a los mayores.

― ¿Así que un vampiro viejo puede mantenerse despierto durante las horas de luz por la experiencia?

El niño le sonrió y la incitó a recostarse en la cama para descansar.

― ¿Fue muy difícil para ti acostumbrarte a esto? ―el niño siguió mirándola con compasión―Me refiero a convertirte en vampiro y dejar a tu familia de lado, todo lo que quisiste.

―Estaba solo―contestó―el ser vampiro o no serlo, no significó mucha diferencia―Alexia asintió quedamente―pero ninguno de nosotros es igual, la conversión nos afecta de distinta manera a cada uno.

Alexia luchó contra los parpados de sus ojos que amenazaban con dejarse caer y cegar su visión.

―Todos tuvimos nuestras batallas internas, hasta Héctor las tuvo en su momento al encontrarse convertido en algo que no era―la muchacha asintió sin saber quién era aquél hombre llamado Héctor, pero supuso que se trataría del patriarca―pero esto es lo que somos, aún a pesar de todo, nuestra naturaleza es así aunque no nos guste, así que no importa cuánto luches, con el tiempo, simplemente, te acostumbrarás.

Ella permaneció en silencio mientras él se levantaba y se dirigía a las grandes puertas.

― ¿Qué edad tienes? ―preguntó abrumada. Su visión se volvió negra entonces, signo de que sus parpados habían sucumbido a su peso, pero a cambio de la falta de ese sentido, todos los demás se agudizaron, por lo que no se sorprendió al escuchar las palabras que él le dijo:

―Te sorprenderías.

Luego de eso, la puerta fue cerrada.

AyeC C.IV

Advertencia de escenas 'fuertes'

Hora de cazar

Alexia, aún aturdida por el encanto y las maneras de aquel hombre; se dejó llevar al encuentro del clan, como él los había llamado. Aquellos que se habían mantenido al margen de la decisión tomada por ella y el que, suponía, era la cabeza de la familia; se acercaron con un aire más calmado hacia ella. Y aunque sus miradas espeluznantemente rojas la intimidaban de sobremanera, supo enseguida que ellos no le tocarían un pelo si ella no quería, aquél mensaje implícito le fue dado al momento en que el patriarca le palmeó el hombro delicadamente y la dejó en el medio de un círculo compuestos por el resto del grupo.

―Muchacha―comentó uno de los hombres, su aspecto era más bien el de un adulto mayor y las arrugas en su piel se acentuaban con la palidez de su tez. Sus ojos pequeños la escudriñaron por unos minutos y sus labios amoratados formaron una sonrisa, aunque manteniendo la mandíbula tensa, cuestión que lo hacía parecer algo tétrico―Puede ser una imprudencia, nuestra querida niña, pero creo que tenemos el derecho de saber quién ha sido el que te ha dado la nueva vida.

Alexia se limitó a mirarlo en silencio, no por mala educación, sino porque no tenía mucho que aportar. No conocía a su atacante y tampoco se había dedicado a guardar en su mente la imagen del sujeto en cuestión. Lo único que ella atinó a hacer al ver la oportunidad, fue escapar y ya.

―Deberás tenernos confianza, pequeña nuestra―apresuró a agregar otro de aquellos, uno más joven y de aspecto delicado. Sus ojos calmados y su rostro afable hicieron que la chica se sintiera menos incómoda.

―No se trata de no tener confianza―comentó, aunque se contradecía mentalmente al mismo tiempo―es que lo único que recuerdo bien de él, es que tenía los ojos rojos… como todos ustedes, señor―musitó y luego agregó: ―¿puedo preguntar a qué se debe su curiosidad?

El hombre le sonrió, respondiendo afirmativamente con ese gesto.

―Son reglas, querida niña―contestó sin más preámbulos―cuando uno de los nuestros transforma a un humano, debe hacerse cargo de él.

Alexia lo miró interrogante unos segundos, hilando cabos rápidamente, contestó:

―Debo deducir entonces que es una medida de protección, ¿no es así? ―la respuesta fue tan satisfactoria, que Elizabeth le aplaudió unos segundos, alabándola por su rapidez mental.

―Debes entender, pequeña mía―dijo el líder―que es un riesgo que un neonato ande por ahí sin saber siquiera controlarse y, mucho menos, las reglas de nuestra raza. El cazar humanos es un tema delicado, el hecho de que un recién nacido ande suelto por ahí sin un instructor aumentan las posibilidades de un desastre. Es necesario mantener nuestra pequeña sociedad en secreto, así tenemos mayor libertad y si un asesino en serie anda suelto por ahí…

―Entiendo―apresuró a decir. Apretó los labios, enojada consigo misma, si el maldito que la transformó hubiera permanecido a su lado o si siquiera ella no hubiera huido, era muy probable que sus padres estuviesen vivos en ese momento.

―En todo caso, padre mío, creo que es necesario que mi hermana descanse, el amanecer está cerca y debe recuperar fuerzas.

―Tienes razón, mi hermosa Liz―concedió― lleva a nuestra nueva integrante a sus aposentos para que descanse de su travesía.

Elizabeth hizo una pequeña reverencia, tomando la falda de su vestido y doblando sus piernas delicadamente. Alexia la miró con admiración mientras esta se incorporaba elegantemente y tendía su mano hacia ella para que la cogiera. Ella no tardó en tomarla para que la guiara, dejando atrás la acogedora habitación que a sus espaldas se sumía en un mar de murmullos descarados por parte de la familia y que tenían como referente a su persona.
Elizabeth la llevó de nuevo al vestíbulo, pero esta vez se dirigió directamente a la escalera, por la cual subieron en silencio y en cuya cima giraron a la derecha. Los pasillos de la planta superior, específicamente la derecha, eran iluminados por lámparas de aceite de una elegancia propia de los artefactos de alta alcurnia de épocas pasadas, Alexia miraba de un lado a otro, observando las pinturas colgadas en las paredes, la mayoría eran de paisajes que en su vida había visto y que en sueños alguna vez pudo imaginarse, otros eran de lugares conocidos por la sociedad: La Torre Eiffel, el arco del Triunfo, el coliseo romano… eran muchos los lugares que ella había visto en películas y fotos, sin embargo, no había ningún retrato de los ocupantes de la casa.

―Hemos llegado―anunció su ahora tutora. Alexia se detuvo en el instante que ella lo hizo y soltó el agarre de sus manos.

Estaban frente a dos puertas grandes, ya habían pasado varias del mismo estilo, pero aquella era de por sí la que más había llamado su atención pues, a diferencia de las demás, poseían unos bonitos ornamentos florales en sus partes superiores.

―De ahora en adelante, ésta será tu habitación―le comentó y giró los picaportes, dando un leve empujón a ambas puertas. Alexia se asomó por detrás del hombro de su ahora protectora y observó con deleite el cómodo lugar.

La habitación en sí sólo estaba iluminada por una solitaria vela sobre una delicada mesita de noche, la cama a su lado era amplia y casi tan llamativa como el candelabro que colgaba del techo, el cuarto era de aspecto cálido, acogedor y el ventanal que dejaba pasar los rayos de la luna le daban un efecto peculiar. Pero algo faltaba, algo que Alexia conocía y que era de conocimiento popular, la intriga se apoderó de ella y se preguntó ¿por qué una cama y no un ataúd?

Elizabeth avanzó rápida y elegantemente hacia la ventana y jaló de las cortinas a los lados del ventanal, tapado la vista hacia el exterior. Alexia bufó sin siquiera quererlo.

―La luna está bajando, se acerca el amanecer―respondió sonriente antes de volver junto a ella y acariciarle el cabello con una delicadeza estremecedora.

― ¿Eso es malo? ―preguntó inocente.

―Sí, mi querida―Alexia se estremeció ante la palabra―cuando la luna baja es cuando comenzamos a debilitarnos―Elizabeth acarició su rostro como si se tratara de una muñeca de porcelana y la muchacha sólo atinó a cerrar los ojos para disfrutar de la delicada caricia.

―Pero…―suspiró―…yo no me he quemado al instante, tardó un tiempo antes de que el sol me dañara.

―Por supuesto―Elizabeth asintió con la cabeza y de su boca no salió ninguna sílaba más. Alexia frunció el ceño y quiso quejarse por la respuesta que le había dado, pero la mujer fue más rápida y plantó un delicado beso sobre su frente, provocando que la muchacha abriera sus ojos por la sorpresa―Descansa ahora, mi querida, luego habrá tiempo para enseñarte―dicho esto, le volvió a dar otro beso en la frente y luego se alejó, saliendo por la puerta y cerrándola tras sí.

Alexia permaneció unos instantes inmóvil, su cuerpo se estremeció ante el recuerdo de esos labios suaves sobre su piel. ¡Qué extraña se había sentido!, parte de su mente le había dicho que la apartara de un golpe, pero la otra, la menos sensata, se complacía ante aquellos delicados gestos. ¿Aquello también era parte de lo que implicaba ser un vampiro? Porque, que recordara, jamás había sentido ni nervios ni ninguna otra turbación por culpa de una mujer.
¡Oh, si hubiera sabido que se convertiría en una de esas bestias, se habría leído Drácula!

La muchacha, luego de divagar unos cuantos minutos en lo que había ocurrido durante esas horas, caminó hacía la cama y se acostó bajo las sábanas, al tiempo que, casi automáticamente, sus ojos se cerraban y los sonidos a su alrededor se volvían cercanos, molestos y estremecedores.
Sus oídos captaron tantas cosas, muchas cosas que ella no había captado en su primer ‘sueño’ como inmortal. Sintió puertas cerrarse, pasos rápidos, las colchas moverse, los pájaros cantar a través de su ventana, el río que corría más allá de las cuevas por las que había llegado. Escuchó todo y aquello la aterró, fue perturbador no soñar, que su cerebro no le creara ilusiones, que su mente siguiera despierta mientras su cuerpo se mantenía inmóvil, como petrificado. ¿Aquello era ‘dormir’ para los vampiros?, ¿el mantenerse consiente y desprovisto de cualquier capacidad para moverse?, ¿ésta era su gran debilidad? ¿Era el día o la incapacidad para protegerse los que lo hacían temer a esas horas?

Quiso llorar por sentirse impotente, quería soñar, quería olvidar todo lo que había ocurrido y, por unas breves horas, crear una fantasía en que ninguna de las cosas que habían pasado hubieran ocurrido, pero aquello le fue vetado también, así como, estaba segura, muchas cosas más.

Sus ojos se abrieron sin previo aviso y para su propia sorpresa. Otra vez, la oscuridad se había cernido y la vela que ella jamás siquiera había tocado, se había apagado y derretido por el paso del tiempo. Alexia dejó escapar un leve suspiro y se incorporó en la cómoda cama.

―Buenas noches, querida Alexia―la susodicha dio un respingo y miró asustada hacia la puerta.

El patriarca se encontraba parado a pocos pasos de la salida, sus manos sostenían un candelabro y en la otra una cajita llena de fósforos. Él la miraba seriamente mientras daba pasos silenciosos, lo cual explicaba el que no lo hubiera oído ni entrar, hacia su persona.

― ¿Has descansado bien? ―prosiguió mientras tomaba los restos de la antigua vela y los reemplazaba por el candelabro, al cual le encendió cada una de las velas con cuidado.

Alexia lo seguía mirando atónita.

―Niña mía, te he preguntado algo―dijo suavemente. La muchacha nunca se acostumbraría a esos apelativos, era estremecedor pensar que esa gente pudiese tratarla con tanta familiaridad.

―He dormido bien, gracias―contestó ida mientras el hombre volteaba el rostro hacia ella y le sonreía cálidamente.

―Es bueno saberlo―contestó. La habitación se sumergió en un silencio incómodo para la chica que no sabía cómo actuar frente a ese ser. Alexia agachó la cabeza, sintiéndose abrumada por la seriedad en la mirada del patriarca, no había en ellos la chispa de alegría que había visto la noche anterior, cuando sus ademanes, además de estar cargados por la autoridad, eran cariñosos.

Sí, la actitud con la que se mostraba con ella era totalmente diferente a la que mostraba cuando estaba frente a Elizabeth.

― ¿Señor, puedo preguntarle algo? ―musitó repentinamente, casi inconsciente de lo que estaba haciendo. Él se sentó a su lado y asintió quedamente― ¿por qué no hay ataúdes? ―la pregunta salió rápidamente y…

Nació la risa.

Bajó las escaleras, sintiéndose molesta y avergonzada al mismo tiempo. Claro, ella no conocía nada de ese mundo ‘vampírico’, la gente tendía a decir que dormían en ataúdes, se quemaba a la luz del sol, lo cual era cierto, y que le temían al ajo, cómo iba a saber que todo aquello era en parte mentira. Ella no era un genio y tampoco una adivina para saberlo todo.
Alexia también tenía en cuenta que el ser humano tiende a inventarse cosas para sentirse protegido, como la existencia de Dios, pero; enserio… si ellos existían ¿por qué no podría ser verdad todo lo que se decía? Con tantas novelas y películas del tema, algo debía ser cierto.

―Iba a buscarte en este instante―Elizabeth la tomó de la mano cuando estuvo a su alcance y la guió hasta el final de las escaleras― ¿Cómo te sientes?

―Bien―dijo escueta.

― ¿No te has sentido...? ―la hermosa mujer se detuvo para buscar la palabra adecuada para el remolino de sensaciones nuevas a causa del sueño vampírico― ¿… incómoda?

―Fue como un torbellino de sonidos―contestó― ¿Por qué no sentí eso antes en la cueva?

―Porque estabas concentrada en el dolor de las quemaduras y no en lo que te rodeaba.

Alexia se quedó en blanco unos minutos, recordando el día anterior y el dolor que le produjeron aquellas heridas, recordó el pedazo de piel carbonizada que se había quitado de su mejilla e inmediatamente se llevó una mano a ella, volviéndola a palpar aún sin poder creer que estaba tan tersa como recordaba.

―Entonces tenemos células vivas―musitó la joven.

Elizabeth no le afirmó ni negó su comentario, lo que provocó en la joven un mar de dudas. Un vampiro era un ser muerto, no podían tener células que regenerasen la piel chamuscada. Era imposible. Aún y cuando su corazón no latía, debía haber algo que hiciera que sus cuerpos actuaran de una manera normal, bueno, refiriéndose al mundo vampírico, porque ciertamente quemarse al sol como lo hacían ellos no era normal.

―Vamos, ha llegado la hora de la casería, tu cuerpo necesita sangre antes de que te vuelvas débil e incapaz de discernir―la exótica mujer, con sus labios carnosos, le sonrió de oreja a oreja, mostrando sus afilados colmillos.

Algo instantáneo rugió en su interior cuando escuchó la palabra cacería, su garganta le quemó como si estuviera enferma y se contrajo mientras se relamía los labios. Lo deseaba, presionar sus colmillos en la carne caliente y chupar el líquido rojo hasta sólo dejar el cascarón vacío de una criatura. Elizabeth la miró como si se tratara de una bella visión y compartió a través de sus ojos ese deseo que a Alexia la estaba carcomiendo y la llevó, sin mucho esfuerzo, al encuentro del clan.

Todos ansiosos y con sus ojos rojos llameantes, la euforia iba en incremento mientras esperaban uno al lado del otro frente a la puerta principal. ¿Qué esperaban? Al líder, al patriarca de esa singular familia de chupasangres, quien no tardó demasiado en hacer acto de presencia y sonreírles, comunicándoles que era tiempo para ir en busca de presas, de destrozar cráneos y beber hasta saciarse.

Alexia fue guiada a través de la cueva que comunicaba el valle de Séfira, como lo llamaba ella, y el río Elqui. Sus pasos eran ligeros, sus piernas se movían rápidamente, corriendo sin esfuerzo, saltando como un animal entre las rocas del río, junto a Elizabeth y los demás que ni siquiera reparaban en ella. Y de pronto, todos se detuvieron, inclusive ella, para luego tomar caminos distintos, algunos internándose en la montaña y otros bajando hacia los distintos pueblos, Alexia y Elizabeth comenzaron a recorrer el camino hacia Pisco Elqui.

A la entrada del pueblo, Alexia relamió un par de veces sus labios y movió sus manos y pies, ansiosa por entrar en acción, Elizabeth, por su parte, le tomó de la mano para evitar que se abalanzara sin pensar contra cualquier transeúnte y le dijo:

―Calma―Alexia le gruñó en respuesta, mostrándole sus afilados colmillos, en respuesta, la vampiresa apretó su mano con más fuerza―querida mía―dijo en tono amenazador, provocando un estremecimiento en ella, era una advertencia―hemos de buscar un par de presas que no necesite este pueblucho, si actúas con imprudencia, podrías delatarnos.

Alexia la miró y contuvo un nuevo gruñido amenazador. Fue doblegada por la voz de aquella mujer inhumana y dejó que ésta la guiara dentro de un pueblo que recién comenzaba a dormirse.

Elizabeth la guió por las calles más oscuras, escondiéndose en las sombras y observando a las personas que iban a sus casas pasar u a otras que comenzaban a salir, estás últimas eran las que debían atacar, aquellas que estuvieran fuera de sus hogares y no despertaran sospechas. Alexia, sin embargo, apenas lograba distinguir aquello, lo único que pasaba por su mente era hincarle los dientes a su presa, pero la mano firme de Elizabeth le impedía seguir con su propósito de saltar de su escondite y embestir contra el cuello de la primera persona que pasara cerca de ella.

―Ellos son los indicados―le susurró la mujer al oído. Alexia ronroneó dócilmente y miró hacia una dirección en concreto. Elizabeth también miraba a los mismos sujetos. Un par de hombres con barbas de tres días, de cabellos oscuros y cuerpos musculosos cuya piel morena no impedía que ellas vieran las venas y arterias palpitantes de sus gruesos cuellos. Ambos sujetos se tambaleaban, estaban borrachos y de repente dejaban escapar un par de gritos incoherentes. La gente se alejaba de ellos, sabiendo que un borracho podía hacer cualquier estupidez.

―Vamos―gruñó Alexia por lo bajo. Su sed se quintuplicó al ver a la presa tan cerca, tan tentadoramente cerca.

―Aún no―dijo Elizabeth, que a pesar de su aspecto sereno, también quería saltar sobre ellos. Pero la cantidad de años que había vivido en ese estado le habían vuelto dura, había aprendido, como los otros, a esperar el momento adecuado para atacar y ella iba a enseñarle el arte de acechar a la jovencita que tenía agarrada del brazo.

Con eso en mente, Elizabeth tironeó a Alexia y comenzaron el seguimiento. Los hombres pasearon un buen rato a vista y paciencia de todos, se cayeron un par de veces y elevaron sus voces en canciones desafinadas mientras se iban alejando cada vez más de la plaza y de los negocios hasta llegar a las zonas más apartadas y despobladas. Ese era el momento, Elizabeth soltó a Alexia y se apareció frente a ellos, siendo seguida por la impaciente muchacha.

Ambos hombres se detuvieron a unos metros frente a ellas, cada fibra de sus cuerpos olía a la inmensa cantidad de alcohol que debieron haber tomado para quedar así. Ellos rieron y se codearon torpemente, diciéndose lo suertudos que eran por encontrarse con dos mujeres en ese lugar.

―Preciosa…―se dirigió uno a la vampiresa de cabello de fuego. Su voz ronca hizo a la mujer sonreír, satisfecha por ser admirada por un futuro muerto.

Alexia hizo ademán de abalanzarse sobre ellos ante las sugerentes palabras que salían de boca de ambos, incitándolas a sumarse a un juego en el que sólo ellos saldrían mal parados, pero Elizabeth volvió a detenerla, usando su brazo como barrera, impidiéndole avanzar directamente.

―Iré primero. Observa y luego hazlo tú―le dijo. Alexia le gruñó, ¡¿acaso no entendía que debía beber ya?!

Pero Elizabeth hizo caso omiso a su protesta y avanzó lenta y sensualmente al encuentro de uno de los sujetos que la miró sonriente y estiró sus brazos para alcanzar a tomar su cintura y ceñirla a su cuerpo y hundiendo su rostro en el cuello de ella, descaradamente.

Elizabeth rió, cuestión que el hombre tomó como un punto a su tarea, pero… no era así.

Entonces Alexia sintió el agarre del otro sujeto que sería su presa, sus manos ásperas se deslizaron sobre la piel tersa de la recién nacida y la contempló con esa llama de deseo en los ojos. Ni él, ni el otro se habían dado cuenta de que estaban al borde de un precipicio del que jamás saldrían. Aquello le pareció gracioso, demasiado gracioso y retorcido.

― ¿Qué quieres que haga? ―la voz de Elizabeth llegó a sus agudizados oídos, Alexia la miró. El hombre trataba de llevarla hacia un grueso árbol, quizás para apearla en él y así poder sentirla mejor.

―Hazme lo que sepas hacer―soltó el hombre en un sonido gutural mientras retrocedía con ella, ambos jugando con sus ropas.

―Te gusta ver, puta―le susurró su presa, inmediatamente después él agarró la carne blanda de sus pechos. Alexia, en vez de sentirse profanada, sintió satisfacción, algo completamente inexplicable.

―Tal vez―le respondió en un suave susurro.

El hombre rió, soltando el tufo a alcohol sobre su rostro, pero, independiente de lo desagradable que era, no le molestó en absoluto. La muchacha trazó con los dedos índices el rostro de su presa. Apreció su mandíbula firme, su rostro cuadrado, sus ojos pequeños y sus labios finos junto a su tez morena. Ella sonrió, pobre de las chicas que estuvieran enamoradas de ese hombre, porque moriría por un beso suyo, por una sola y sensual mordida.

―Puta caliente―le dijo mientras la tiraba al suelo con una brutalidad que ella no sintió y él se dejaba caer sobre ella, acariciando con descaro cada fibra de su ser―tócame―le ordenó. Alexia sonrió y besó la barbilla del hombre y sus manos se deslizaron por el borde de la camisa, desabrochando los botones uno a uno mientras él jugaba con su pecho e intentaba subirle la camiseta que llevaba desde hace un par de días―tócame―insistió y Alexia acarició su pecho y bajó tentativamente hacia el cinturón. Él por su parte había conseguido subirle la camiseta, había apartado las copas de su sujetador e intentaba abalanzarse sobre su pecho expuesto.

Fue entonces cuando escuchó un gemido del otro individuo, Alexia desvió la vista de su propia presa y se fijó en lo que hacía su tutora, la cual había desaparecido de su mente cuando tuvo a su almuerzo entre sus brazos. Elizabeth se encontraba apoyada en el árbol desde quién sabe hace cuánto tiempo, su cabeza estaba por sobre la del hombre que la ceñía a su cadera y esta se mantenía muy sujeta a él con la manos y pies enroscados en torno a su cuerpo. Él y ella iban al mismo compás, ella sin soltar siquiera un gemido mientras él, cada vez más fuerte, rugía con cada embate de su cuerpo contra el de ella. Elizabeth dejaba que él mordiera su cuello que jugueteara con sus largas piernas y acariciara su pecho al descubierto con una mano.

―Mírame―ordenó entonces su presa. Ella, no tomó en cuenta su orden, sino que se levantó y lo empujó contra el suelo, quedando ella sobre él. El hombre rió torpemente por el repentino movimiento y susurró algo que no entendió, el alcohol y la libido estaban por dejarlo con la mente en blanco. Alexia dejó caer su cabeza sobre su pecho y besó con ímpetu cada rincón de su torso, haciendo que el hombre se retorciera por su la energía que ella emanaba, de sus manos ingenuas no quedaban nada cuando deshizo el broche del cinturón y bajaba el cierre del pantalón, tirándolo levemente hacia abajo, lo suficiente como para que el bóxer quedara expuesto y el miembro palpitante de su presa pudiera expandirse con más libertad.

―Tonto―le dijo al oído por inercia. Sí porque aquél hombre, por estúpido, no tenía la menor capacidad para darse cuenta del sugerente peligro en que se encontraba.

―Tómalo, perra―le soltó mientras intentaba bajarle el cierre del pantalón a ella y hacía un ademán de embestida, pero Alexia volvió a inmovilizarlo contra el suelo con sus fuertes brazos y se rió porque él no se daba cuenta que su fuerza no correspondería nunca a una chica humana. Entonces se colocó de tal forma para que él pudiera sentirla, aún sin siquiera haber un contacto directo, él dejó escapar alaridos de placer mientras ella se deslizaba de adelante hacia atrás, friccionándolo.

― ¿Me has dicho algo? ―le susurró al oído, le hombre volvió a balbucear algo con su adormilada lengua, pero ya no importó… él se levantó y se abalanzó contra el pecho descubierto, besando sus montes, apretándolos. Él se levantó quedando ambos sentados, él embistiéndola sin penetrarle y ella friccionándose como una gata al cuerpo de él.

― ¡Quítate la ropa, quítatela ya! ―exclamó el hombre de pronto. Alexia le sonrió, pero no le dio el gusto, de hecho, se apartó lentamente de él, provocando que este volviera abalanzarse sobre ella.

―Aguántate―siguió torturándolo mientras volvían a la posición anterior y comenzaban a mecerse en busca de más placer, sólo por parte de él.

La presa de Elizabeth rugió entonces, Alexia miró el convulsionante cuerpo del otro hombre mientras seguía embistiendo con más fuerza a su tutora y de repente, ella la miró. Sus ojos refulgían en deseo de sangre, le sonrió y dijo sin pronunciar palabra:

Muérdelo.

Alexia no lo pensó dos veces, ya no más juegos estúpidos, su cuerpo hizo presión para dejar en el suelo a su presa y fue directo a su cuello. Sus dientes se clavaron con fuerza, haciendo que él dejara escapar una ahogada queja que quedó en el olvido cuando ella, con su fuerte mano tapó su boca y comenzó a succionar y a succionar hasta dejar seco al hombre que intentó defenderse, pataleando e intentando quitarse de encima a una mujer con mucho más fuerza que él.

Su sangre estaba tan exquisitamente caliente y espesa, ¿era aquello el producto de todo ese juego previo? Sonrió y volvió a lamer sus labios, quitando los restos de sangre que rodeaban su carnosa boca. Y luego giró el rostro para ver a su compañera y a su presa aún en medio de sus vaivenes y él sin enterarse que su amigo yacía muerto a unos metros.

Entonces, en la última estocada, cuando él se hundió en lo más profundo de la carne de la vampiresa, ella se abalanzó sobre su cuello y mordió y succionó del cuerpo cansado del aquél hombre todo lo que podía dar.
Alexia vio aquél espectáculo entre maravillada y horrorizada. ¿Eso había hecho ella? Elizabeth cayó al suelo junto al cuerpo sin vida del sujeto, estaba cubierta del sudor del tipo, pero parecía no importarle, se acomodó su ropa como quien no quiere la cosa, y se desentendió del cuerpo de su fugaz amante. Alexia vio todo aquello en cámara lenta, mientras asumía todo lo que había hecho mientras la neblina de su mente se despejaba. Entonces miró el cuerpo bajo ella, el que había acariciado como si realmente fuera una prostituta y al que le había hincado los dientes y había dejado seco.

Elizabeth la miró satisfecha, diciéndole con la mirada que lo había hecho bastante bien para ser la primera vez y luego le dijo textualmente que debían deshacerse de los cuerpos, hacer parecer que habían sufrido un accidente o un ataque de algún animal. Alexia siguió sus pasos por inercia, aún incrédula de lo que había hecho y, al mismo tiempo, consciente de que todo aquello le había gustado.

AyeC C.III

En lo profundo de una cueva

Aquello era suficiente, se decía, mientras sus pies la hacían retroceder hacia lo profundo de aquel escondite de roca sólida. El sólo ver al par de pumas muertos frente a ella, le produjo un remolino de sensaciones contradictorias en las que destacaba la imperiosa necesidad de hincarle los dientes a esas gargantas peludas y, por otro lado, el asco que le producía tan sólo en pensar en la idea anterior. ¡Debía escapar de allí! Le decía su mente en son de alerta.

― ¿Está usted loca? ―pronunció al fin, formando una mueca de asco en su rostro.

La hermosa mujer, sin embargo, le sonrió en respuesta y un brillo terrorífico apareció en ese rostro angelical que ahora, en opinión de la chica, parecía ser una trampa mortal para cualquiera.

―Es difícil al principio, pero luego te acostumbras―le sonrió mientras se acercaba, contoneando su caderas sensualmente y dejando que su largo cabello rojo se meciera con igual sensualidad.

― ¿Qué quiere que haga? ―cuestionó sin saber si era la pregunta correcta la que había formulado.

―Beber―respondió como si aquello fuera obvio y alzó a uno de los animales muertos como si no pesara nada y lo acercó a la chica para que se decidiera a hacer lo que debía―vamos, bebe para que curen tus heridas.

Alexia miró la cabeza desnucada del animal con una mezcla de compasión y deseo, ciertamente, ver a la criatura con el cuello expuesto a ella era una tentación poco común. Su garganta era como una lija, tal cual cuando a uno le daba gripe, y era tan molesto que estaba segura que ni el agua más pura podría saciar ese fuego interno que le quemaba.

―Adelante―incitó―nadie te ha de juzgar por esto.

La chica la miró una última vez, asintiendo con la cabeza como si estuviese en trance antes de acercarse a la mujer que entre sus brazos sostenía al puma.

―Buen provecho―la escuchó decir, casi podía imaginar la sonrisa en el rostro de la bella criatura.

Clavó los dientes en la carne aún blanda, fue el instinto tal vez, pero sin duda alguna puso más atención a esos movimientos y pasos involuntarios que la llevaban a beber la sangre del resto. Cuando sus colmillos agudos traspasaron la piel, pudo sentir la espesura de la sangre detenida, rápidamente, se apartó de ambos agujeros previamente hechos y luego, como si estuviera besando al animal, comenzó a beber desesperada el manjar oculto en sus venas y arterias.

―Eso es―la voz de ella sonaba tan lejana e irreal. Todo aquello parecía un sueño mientras bebía, al tiempo que sentía que la mujer acariciaba su cabello como consolándola o, tal vez, por simple placer.

Al dejar al animal sin ni una gota de sangre, Alexia se apartó rápidamente y pidió suplicante al otro que se encontraba tendido en el suelo. La mujer sólo le sonrió y dejó caer al primer puma para ir por el otro.
La chica no tardó demasiado en abalanzarse sobre la presa muerta e hincar, una vez más, los filosos dientes. Su líquido se encontraba tibio, no como el primero que bebió caliente, pero no fue un disgusto. Saboreó sin hacerse de rogar y al terminar lo soltó el cuerpo como si fuera un juguete.

―Bien―cantó la mujer― ¿estás saciada o es que necesitas algo más? ―la oferta fue tentadora, sin embargo, negó con la cabeza tímidamente en respuesta. La hermosa criatura sonrió y sus blancos dientes destellaron en la oscuridad. La visión era abrumadoramente perfecta, su cuerpo esbelto y elegante a contra luz; su cabello rojo meciéndose por culpa de una leve brisa que atravesaba la cueva y el cielo nocturno tapizado por un millar de estrellas que apenas lograban verse desde su posición. Era como para dibujarla―deberías ver tu rostro, las quemaduras han desaparecido casi por completo―comentó repentina, sacándola de su estado de hipnotismo.

Sus manos se dirigieron automáticamente a sus mejillas, se llevó una gran sorpresa al sentir la piel tersa, no había rastro de horribles heridas y la piel no se le caía al tocar las zonas en que, estaba segura, el sol la había quemado.

―Dime tu nombre, neonata―exigió la mujer, dejando de lado su faceta comprensiva para pasar a mostrarle un rostro duro, casi de miedo.

―Alexia―respondió sumisa. El cambio brusco de su carácter la había intimidado, ahora sentía que estaba fuera de lugar y la imperiosa necesidad de huir se apoderó de su ser.

―Ven conmigo, querida Alexia―la sonrisa que mostró en su rostro fue distinta a las demás, la muchacha percibió en ella una invitación implícita dentro de la misma, y su mano extendida, ofreciéndole su guía, le pareció, más que un ofrecimiento de seguridad, el sello de un pacto.

― ¿A dónde? ―preguntó, sonando más curiosa que asustada.

― ¿Quieres seguir vagando sola, sin saber siquiera lo que debes o no debes hacer… o lo que eres? ―el sarcasmo no pasó desapercibido por la muchacha, que frunció el ceño en respuesta y, en un acto casi como de desafío, su cuerpo se colocó en una posición recta, al buen estilo militar, y alzó su rostro, indignada.

― ¿Qué ventaja me traería ir contigo?

―Te diré algo―respondió duramente―hoy has aprendido una lección, has aprendido a no exponerte al sol, pero lo has hecho por las malas. ¿Deseas, entonces, aprender todo por ese camino sin importar el dolor físico que este traiga? ¿Sabes acaso qué tipo de sangre puedes tomar y cual no o por cuánto tiempo podemos pasar sin alimentarnos, conoces las reglas de nuestra raza?

Alexia se removió inquieta, perdiendo toda su firmeza.

― ¿Entonces, vendrás conmigo? ―movió su mano extendida, en un gesto que invitaba a la muchacha a tomarla, quien extendió una de las suyas para darle el apretón, sin embargo, en el último instante, cuando sus dedos ya rozaban, Alexia retiró la mano, la apretó contra su pecho y pronunció:

―Primero, dime tu nombre.

―Elizabeth―contestó sin preámbulos cuando la muchacha extendió tímidamente su mano derecha y, sin pensarlo dos veces, la tomó entre la suya, apretándola y haciendo movimientos de arriba abajo, como si fuese un saludo―Ven.

A diferencia de lo que pensaba, no salieron de la cueva sino que se adentraron más en ella, ésta era mucho más profunda de lo que había llegado imaginarse y visto en otras cuevas que había visitado, las cuales no habían sido muchas, la estalactitas, que al principio no se divisaban, se hacían más notorias y larga, causando un efecto escalofriante en el húmedo lugar, hasta más de una vez le cayó una gota de agua, inexplicablemente, puesto que la cueva nacía a un costado del río y no bajo él, aunque cabía la posibilidad de que hubiese una napa subterránea sobre sus cabezas. ¡¿Quién sabía cuánto habían descendido o recorrido?!

―Querida mía―dijo de pronto, su voz hizo eco en las paredes haciendo que la joven se detuviese al instante―recuerda bien este cruce―señaló hacia delante. Alexia se hizo hacia un lado para observar el camino. Tal cual pensaba, había un cruce de cinco caminos, dos descendían hacía un profundo agujero, otro bordeaba este mismo y subía a la superficie y otro dos atravesaban los primeros mencionados, como si se tratasen de puentes―Tomaremos aquél―su dedo índice, entonces, señaló el camino que subía y se perdía en un túnel al costado del precipicio.

―Lo tengo―pronunció la chica en respuesta. Guardó en su memoria el camino a seguir y continuaron sin cruzar otra palabra, siempre Alexia detrás de Elizabeth.

Al tomar el camino que bordeaba el precipicio, la muchacha pensó en dejarse caer al agujero oscuro, su razonamiento y conciencia se lo exigían como pago de sus actos poco honorables. El recordar cómo bebió de sus padres y de los animales que se podrían en la entrada le hacían querer acabar con todo y, ahora que lo pensaba bien, no sabía exactamente cuál era el motivo de haber aceptado la proposición de Elizabeth. Tal vez fueron sus maneras delicadas o la potencia de su voz, la cual le causó cierto pavor, la que la llevaron a tomar su mano. Había sido como un encanto, cuando esta comenzó a burlarse de su posición, sus ojos brillaron como los de los gatos en la noche y eso bastó para terminar por aceptar.
Aún en medio de sus cavilaciones, Alexia sintió de sopetón un golpe de aire, el viento fuerte que de repente golpeaba contra tu cara al salir de un lugar cerrado. Ella alzó el rostro y miró hacia delante. Elizabeth siguió avanzando por unos metros antes de detenerse mientras ella se mantenía estática en la salida de la cueva oscura.
Frente a ella había un bonito y extenso campo, un valle sin duda, rodeado de las montañas que se alzaban, imponentes, por todos los costados y que daban sombra a buena parte del valle. Los árboles también llenaban el lugar y una laguna de aguas plácidas y cristalinas se encontraba a un costado de una enorme casona sombría, pero increíble de todas formas.

― ¿Qué es esto? ―preguntó más para sí. Y es que ella no concebía que una casona, al buen estilo de la pomposidad de los gobernadores de la época en que Chile era reino, se encontrara en un lugar como este.

―Este lugar es nuestro hogar, oculto de las miradas indiscretas. Nuestro perfecto escondite.

―Entiendo eso―no había que ser un genio para saber aquello, pero a lo que venía era otra cosa― ¿Cómo hiciste una mansión como ésta aquí?

―No la hice yo, la hizo mi padre― respondió sin preámbulos―ven, debo hablar con ellos sobre ti.

Alexia la miró inquieta. ¿Había más de ellos?, ¿Cuántos eran los que aguardaban dentro de la edificación?

La casona era de un estilo tan europeo que lograban darle escalofríos, era bellísima y por un momento pensó que haría mal en describirla como algo contemporáneo a la Colonia. Su color era de un color celeste, y muchos de sus detalles, como los relieves, eran de color blanco tan puro y cuidado que parecía que los años nunca ha rían de pasar por ella. Las ventanas eran miles, también, todas con sus cortina descorridas, pero de ellas no se veía ni un ápice de luz que le hiciera pensar que alguien habitaba en la bellísima construcción.
Al llegar al frontis, una escalera de madera perfectamente tallada, amplia y sobre todo barnizada perfectamente, le daba el paso hacía el pórtico, una especie de descansillo diminuto en el cual se encontraba tan sólo la puerta de acceso, también de madera, tal vez de roble u otro árbol parecido.
Elizabeth, no tardó en abrir la puerta y tomar del brazo de ella, llevándola casi a empujones hacia el interior. El vestíbulo era amplio, como si se tratase de un palacio, una enorme escalera se abría paso frente a la puerta hacia el piso superior, donde debían estar las recámaras, dividiéndose en la sima en otras dos más pequeñas, que separaban la casa en dos áreas, una izquierda y otra derecha, pero Elizabeth no la llevó hacia arriba, sino que giró hacia la izquierda y se dirigió a otra sala, una mucho más pequeña y acogedora que la anterior. Sin embargo el aroma de la madera, los sin número de libreros llenos de libros de diferentes tamaños y grosores, los amplios sillones, la pequeña mesa en medio de estos, las plantas que adornaban los rincones y los candelabros que colgaban del techo no lograron calmarla ni un ápice cuando vio a las criaturas sentadas en los hermosos sillones de terciopelo.

―Mi bella Elizabeth, ¿qué es lo que traes con tus hermosas manos? ―preguntó con una voz tan profunda y un acento tan refinado que hizo que Alexia diera un salto. El hombre en cuestión era alto y fornido, de cabellos rubios ceniza, ojos rojos como el carmín y sagaces. Él la miró de arriba abajo, examinándola cuidadosamente mientras se levantaba de su sillón y dejaba una copa de un líquido espeso en una pequeña mesa en la cual había un libro andrajoso.

―Es Alexia, es una neonata, padre―se apresuró a contestar la mujer.

―Me estoy dando cuenta, en su cutis aún hay rastros de lo que fue el color de su piel humana―sonrió―la cuestión es, querida mía ¿Dónde la has encontrado?

Alexia miró a su alrededor, otros ocho sujetos se encontraban en el lugar, unos mirándolos con mayor desconfianza que otros.

―La he encontrado en la boca de nuestra cueva, estaba quemada horriblemente, hubo un momento en que pensé que no lograría recobrarse. Sus heridas eran graves.

― ¿Quemada? ―se apresuró a decir una mujer de cabellos castaños y de vestir provocativo― ¿Acaso se ha expuesto a la luz del día?

―Así es―contestó sin preámbulos.

― ¡Tamaña estupidez! ―vociferó mientras movía sus manos de un lado a otro en un aire teatral.

―Deberías cerrar tu hermosa boca, querida Amanda―habló de pronto el más pequeño, un niño de no más de once años, con el cabello castaño, peinado con la clásica partidura en el medio. La mujer se calló de inmediato ante el mandato.

― ¿Es así como supone nuestra querida Amanda, Alexia? ―le preguntó directamente.

―Es así―respondió en un hilo de voz. Los rostros de los presentes se tornaron en son de burla, sólo el niño, Elizabeth y su interlocutor se mantuvieron impávidos.

― ¿A qué se debe el hecho de que te hayas expuesto, querías acabar contigo misma o…?

―No, padre―apresuró a decir su protectora―ella me ha explicado que fue en un acto inconsciente, ella no conoce ni a su creador ni las reglas de nuestra gente.

―Ya veo, eres una huérfana―musitó. Pero aquella palabra no estaba muy lejos de ser cierta, era una asesina, pero también era huérfana― ¿La has traído, entonces para hacerla formar parte del clan? ―se dirigió a la que él llamaba su bella.

―Me pareció lo más adecuado―contestó―creo que el hecho de que ella estuviese vagando sola, sin saber nada, es un factor peligroso no sólo para sí misma sino que para nosotros también.

―Sino mal recuerdo, yo aprendí sólo lo que soy ahora―respondió, como haciendo ver que no estaba dispuesto a aceptar a nadie más.

―Lo sé, padre, me has contado tu historia, pero también sé que fue difícil entender lo que eras y que más de una vez corriste peligro de ser eliminado por tu ignorancia en épocas pasadas.

Entonces, el hombre rió con ganas y dijo:

― He de darte la razón, para mí fue complicado entender nuestras reglas estando solo―Elizabeth sonrió en respuesta―entonces debo pensar que si deseas mantener a esta recién nacida, serás tú quien la cuide y enseñe nuestras costumbres.

―No era mi intención algo más allá de darle un lugar seguro, pero si a usted le parece conveniente ser yo quien le enseñe lo que deba, entonces así será.

―Así será si lo que la neonata desea es quedarse a nuestro lado―y sus ojos rojos se fijaron por segunda vez en ella.

Alexia se mantuvo en silencio unos minutos, el resto del grupo también la observaba, unos más ceñudos que otros, pero igual de impacientes por su decisión.

―Lo más seguro, querida Alexia, es que te quedes a nuestro lado―comentó Elizabeth.

¿Debía o no aceptar?, ¿era buena la decisión que tomaría?, ¿qué significaba que se uniera a ellos, un pacto, una unión eterna, tal vez un contrato?

― ¿Alexia? ―apremió la pelirroja.

―Supongo que lo mejor para mí―y para todos, quiso agregar―es quedarme con ustedes.

El hombre sonrió satisfecho y avanzó hasta ella con aire superior. Elizabeth se hizo a un lado con rapidez y la dejó desprotegida. Él se cernió sobre ella y tomó su rostro entre sus manos, agachó el suyo y besó su frente con una delicadeza impropia.

―Bienvenida al clan y a la Casa de Sefira―pronunció al separarse y, aunque él se dio cuenta de su estado de shock, la tomó delicadamente por el hombro y la llevó hacia el resto del clan que la esperaba ya menos renuente.

AyeC C.II

Miedo de uno mismo

Ácido, así lo podía describir, su garganta era abrasada por un líquido extraño, que la quemaba por dentro lenta y tortuosamente. El fulgor blanco previo a su desmayo se había desvanecido para dar paso a una oscuridad aterradora que se cernía sobre ella, sobre su yo interno inquieto por lo que estaba sucediendo. Alexia sabía, muy en el fondo, que lo que ocurría no era natural, que más allá de la conmoción sufrida había algo que le hacía sentir insegura. Temerosa de lo que pudiera pasar.
¿Se podía estar consciente cuando te has desmayado? No encontraba lógica para poder pensar mientras seguía sin poder moverse, tirada, seguramente, aún en el callejón en el que se había escondido minutos antes. ¿Era su subconsciente tal vez el que la mantenía relativamente despierta? No lo sabía, sólo podía concentrarse en la sensación que la carcomía por dentro. Pero aquella molesta y tortuosa sensación desapareció sin previo aviso, no menguó en absoluto. Sólo terminó.

Sus ojos enfocaron un basurero oxidado y mal oliente a su lado. El aroma desagradable de la basura llegaba hasta su nariz provocándole un par de arcadas. Temiendo volver a vomitar, cerró la boca seca con fuerza, pero nada ocurrió.
Buscó entonces la herida en su cuello, pero no encontró los orificios que los colmillos de su atacante habían hecho. En realidad, ni siquiera había algún rastro de sangre coagulada, nada más que un sudor frío y pegajoso que la cubría de pies a cabeza.
¿Había sido todo esto una ilusión, un sueño o realmente había ocurrido? No había evidencia de que así fuera más que el sudor que la cubría y el hecho de que estaba en el callejón que ella había elegido para ocultarse. Se preguntó si no había tomado algo en la fiesta, algo que no recordaba por supuesto, tal vez le habían dado una droga sin que ella se diera cuenta, pero la pregunta era cómo... no recordaba que le hubieran ofrecido alguna bebida o que ella misma hubiera tomado alguna cosa a excepción del agua de la llave del baño. Y eso no contaba.

Como pudo, se levantó del suelo y, sucia de pies a cabeza, se encaminó hacia a la calle desierta, con la clara disposición de volver a su casa.

Qué hora era, se preguntaba mientras avanzaba a zancadas por las calles, sus padres debían estar preocupados y seguramente ya habían llamado a Carabineros para que la buscaran, pero lo cierto era que su madre debía estar que se moría de preocupación y estaba segura que, cuando la viera llegar en el estado en el que estaba, la iba a matar literalmente.

No tardó mucho en llegar al frontis de su casa, el auto de su padre no estaba afuera y ella no pudo más que pensar que él había salido a buscarla. Dios, pensaba, se iba armar la gorda cuando entrara por la puerta, sana y salva.

El corazón le retumbaba en los oídos mientras se paseaba de un lado a otro en la sala. No había manera de que dejara de preocuparse por lo que ocurría. ¡Un día! Alexia había desaparecido sin dejar rastro alguno, su teléfono seguía prendido, pero aún y cuanto llamaba ella no contestaba y finalmente la llamada terminaba en un buzón de mensajes. No debió haberla dejado salir, debió pelear porque ella se quedara en casa esa noche, pero no lo hizo porque pensaba que, quizás, era muy dura en no permitirle salir de vez en cuando... pero se equivocó. Tristemente, ella tenía razón y lo que más temía se volvió realidad. ¡Su niña estaba perdida y quién sabía qué le estaba pasando o le había pasado!

―Mamá...―Magdalena, aún adormilada, caminó a su encuentro mientras refregaba sus ojitos― ¿Por qué no vas a dormir?, ¿y dónde está mi papá?―preguntó suavemente mientras dejaba escapar un bostezo.

Julia sonrió ante las preguntas de su hija e intentó parecer lo más calma posible antes de contestarle.

―Papá salió unos minutos, cariño, volverá en poco tiempo.

― ¿Dónde está Ale?―prosiguió inconforme.

―Tu hermana está en la casa de una amiga, papá fue a buscarla ¿bien?―susurró con delicadeza antes de tomarla de la mano y guiarla devuelta a su habitación.

―Pero es muy tarde...―contestó, aludiendo a la hora.

―Es cierto, pero tu hermana se encaprichó con quedarse. Tú sabes cómo es ella―siguió excusándose.

―Pero...

―Magdalena, mi niña, es muy tarde para que estés en pie―apresuró a decir. La niña hizo un mohín en respuesta y se soltó del agarre para ir a subirse a su cama.

― ¿Mañana iremos al parque?―preguntó mientras se cubría sola con las sábanas.

Julia miró a su hija menor, tan ajena de lo que ocurría. La mentira había surtido efecto en su pequeña mentecita, ella no tenía por qué preocuparse de aquello por ahora.

― ¿Mamá?

―Mañana iremos todos juntos al parque―contestó haciendo énfasis en el “todos”.

La niña lanzó un grito emocionada mientras se acurrucaba en la cama y cerraba los ojos con fuerza, dando entender que se iba a dormir ya. Julia sonrió satisfecha y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, con el corazón retumbando nuevamente en sus oídos.

Volvió a la sala ansiosa por que regresara su marido y que con él viniera su hija mayor. El que le viera el rostro de nuevo sería la mayor alegría de toda su vida. Y fue que, en ese preciso instante en que rogaba por verla de nuevo, cuando sonó el timbre de la casa. Aquel hecho hizo que sus pulmones se vaciaran por completo mientras corría sin reparo a la puerta de entrada.

― ¿Quién es?―preguntó con el corazón en la boca.

―Ábreme la puerta, mamá. Perdí las llaves y el celular―respondieron desde el otro lado.

― ¡Oh, Dios!―sollozó mientras quitaba el seguro interior y abría la puerta de un sólo movimiento.

Alexia estaba parada frente a ella con el rostro gacho y pálido, estaba sucia y había restos de tierra y basura en su ropa, además logró notar que una gruesa capa de sudor la cubría.

―Entra, cariño, entra rápido―urgió y la muchacha entró hecha un bólido hacia la sala, como si estuviera escapando.

Era un aroma delicioso, el más exquisito que hubiese sentido hasta ese día. Dulce y salado al mismo tiempo, perfecto. Se mordió el labio inferior con fuerza, el aroma se acercaba y se impregnaba en su ser mientras los pasos de su madre se hacían más y más fuertes.

― ¿Qué es lo que sucedió, Alexia?―apresuró a preguntar.

La susodicha volteó lentamente, como temiendo que algo malo pasara si lo hacía. Dudando de cada paso que daba.

― ¡¿Sabes cuán preocupados estábamos?!―continuó― ¡Haz estado un día desaparecida!

Un día, pronunció mentalmente. ¡Pero si sólo habían pasado un par de horas! Se dijo a sí misma mientras miraba el reloj colgado en la pared que anunciaban las cuatro con siete minutos de la madrugada.

― ¡Me estás escuchando, Alexia, por Dios!―exclamó su madre acongojada― ¿Qué te pasó?―alzó un brazo para poder tocarle el rostro pálido.

Fue en ese instante, Alexia miró como un dulce la mano que se acercaba a su rostro. Podía olerlo con claridad, el delicioso manjar se ocultaba bajo la piel de aquella mujer que era su madre. Los sonidos se hicieron cada vez más claros y pudo escuchar con gran precisión los latidos de aquel corazón, rápidos y fuertes. Nerviosos...
Entonces la mano estuvo lo suficientemente cerca de su boca y sin mediar ninguna otra palabra, giró el rostro rápidamente y clavó sus colmillos filosos en la carne. Su madre soltó un quejido y apartó como pudo la mano herida. Alexia relamió sus labios cubiertos de sangre con deleite, era más de lo que había podido imaginar. No era como el agua, era espeso y caliente, pero era perfecto sin lugar a dudas. La mejor bebida que había probado en su vida.

― ¡¿Qué haces?!―se quejó enojada y sin comprender en su totalidad lo que ocurría.

―Sabe bien...―musitó antes de sonreír. Quería más, su garganta lo pedía a gritos y no iba a parar.

No hubo tiempo para pensar, todo fue muy rápido, Alexia se lanzó sobre ella, provocando que cayera al suelo estrepitosamente mientras la susodicha volvía a clavar los colmillos, pero esta vez en su cuello y sin remordimiento comenzaba a masticar.

― ¡Alexia!―gritó a duras penas antes de que su hija dejara de morderla y comenzara a succionar de forma desesperada su cuello moreno.

La mujer peleó por zafarse del agarre que su hija ejercía, pero ésta lo evitó golpeando su cabeza contra el suelo, tal cual lo había hecho el atacante en el callejón, pero dejando inconsciente a su madre en el proceso, cuestión que la joven ignoró por completo, pues estaba más ocupada chupando y tragando con fuerza, saboreando cada sorbo de sangre con cuidado, deleitándose con el nuevo manjar que había descubierto hasta que la mujer bajo ella ya no tuvo ni una gota más para beber.
Se incorporó a un lado del cuerpo inerte de su progenitora, mirándolo como una bestia aún sedienta y enojada por no poder seguir bebiendo de aquel elixir. Necesitaba más, mucho más de lo que había bebido de aquella mujer a sus pies.
Relamió sus labios, saboreando los vestigios de sangre mientras se apartaba e iba en busca de la otra criatura oculta en la casa. Podía escucharlos, los latidos del corazón de una presa joven. Era sangre nueva, perfecta y deseada.

Alexia sonrió maquiavélicamente. Pasó sobre el cuerpo inerte de la mujer que la había criado y se dirigió hacia los dormitorios con la clara intención de tomar la vida de la pequeña criatura que se encontraba en una de las habitaciones más lejanas a la sala principal.

― ¿Alexia? ―se detuvo en seco, sintiendo el aroma de la sangre tras ella y el bombeo incesante de un corazón vigoroso. Sonrió― ¿Cariño, dónde te habías metido? ―la puerta se cerró y el sonido sordo de las llaves golpeando la madera de la mesa le hicieron pensar que había estado muy distraída para no notar al hombre que se disponía acercársele.

El hombre miró el suelo asustado, en shock tal vez. En la alfombra estaba el cuerpo de su esposa, tenía las manos extendidas a los costados, la boca entreabierta y un par de agujeros pequeños y perfectos a un costado del cuello del salían hilillos casi imperceptibles de sangre.

―Julia―dejó escapar ahogado, mientras iba al encuentro de su mujer.

La tomó suavemente y la hizo reposar en su regazo, mientras buscaba con los dedos el pulso en una de las muñecas y, tras no encontrarlo, lo buscaba en el cuello, desesperado. Horrorizado al no encontrar pulsación alguna, apretó sus dedos corazón y anular bruscamente sobre la piel, buscando algún indicio que le permitiera saber que su esposa estaba viva y que pronto despertaría. Pero aquello no ocurrió y la piel que pálida junto a la ausencia de respiración terminó por derrumbarlo.

― ¡¿Dios, qué pasó?! ―gritó a su hija mayor, volteándose unos instantes a verla, pero no hubo respuesta.

El hombre dejó escapar los sollozos que se venían acumulando antes de ocultar su rostro cansado y desfigurado por el dolor en los cabellos oscuros de su esposa muerta.

Sus pasos ni siquiera hacían eco, eran tan ligeros que prácticamente se podría decir que estaba danzando en el aire. Su padre ni sintió cuando estuvo detrás de él, mucho menos se percato cuando se arrodilló y empezó a acercarse a su cuello moreno.

―Es fácil…―susurró. El aliento gélido chocó contra la piel que se erizó sin más. El hombre dejó de temblar por el llanto y alzó levente el rostro―…tomé lo que quería―y sin pensarlo mucho más, le hinco los colmillos que habían crecido inexplicablemente.

Él gritó fuerte e intentó zafarse, aquello la alertó y dejó de chupar de mala gana, por lo que tomó rápidamente la cabeza del hombre que había intentado levantarse en el lapsus de libertad que tuvo y la giró violentamente hacia un lado.
No hubo misericordia, no se arrepintió, en ese momento lo único que quería era beber y eso era exactamente lo que hizo luego, cuando él ya no opuso resistencia. Bebió encantada y con fuerza, deleitándose por el sabor metálico de la sangre y, en el proceso, manchándose la ropa y dejando caer gotas de un espeso color rojo al suelo.

―Ale…―la susodicha alzó la cabeza como un ave cazadora. A unos metros más allá, en la entrada al pasillo que se dirigía a los aposentos de su familia, su hermana la miraba horrorizada agarrando su peluche favorito fuertemente.

Le sonrió, mostrándole los dientes manchados de sangre. Ahora iría por la siguiente presa, pues el cuerpo de su padre ya estaba completamente seco y aún quería más.

―Ven... ―extendió su mano, su voz sonó tan armoniosa que, sin proponérselo, se sorprendió.

La niña, sin embargo, hizo todo lo contrario; retrocedió hasta tocar la pared tras ella y comenzó a llorar a viva voz.

Alexia tomó el cuello de su hermana entre sus manos, disponiéndose a ahorcarla para que se callara de una vez y pudiera beber tranquila.
En ningún momento pensó que su conciencia se abriría paso entre la espesa niebla que nublaba su juicio, fue cuando su hermana alzó su rostro; desesperado por la falta de oxígeno, y sus pequeñas manos, cálidas y suaves como las de un bebé, tocaron las suyas y sus ojos vidriosos que rebalsaban en lágrimas encontraron los suyos. En ese instante, cerebro hizo clic y soltó el cuello frágil de su hermanita, alejándose horrorizada por su actuar.

¡Dios, Dios, Dios! La sola palabra hacía que sintiera que se quemaba por dentro, pero no paró de repetirla mientras se volteaba y miraba el horror que había cometido. Sus manos tiraron sus cabellos oscuros, queriendo arrancarlos de raíz. El sabor de la sangre en su boca le provocó nauseas e intentó devolver todo aquello que había tomado sin éxito.

―Magdalena… Dios, perdóname―rogó al darse vuelta. Su hermana estaba aovillada en el piso, llorando y usando al peluche como un escudo―Magda…―volvió a llamarla mientras se acercaba con la clara disposición de tocarla, pero al sentir el tacto gélido sobre sus manos desnudas, la niño dio un grito fuerte y se hizo a un lado como pudo, para luego correr a la puerta.

― ¡No, no, no!―gritaba la niña, intentando abrir la puerta de entrada y huir de ahí, pero su baja estatura le impedía llegar al cerrojo que le permitiría escapar.

―Magdalena, no―susurró e intentó apartar a la niña de la puerta, pero esta chilló más fuerte y golpeó el antebrazo derecho de Alexia en su desesperación y lastimándose en el proceso.

― ¡Mamá! ―lloró mientras volvía a alejarse, pero esta vez se dirigió hacia sus padres y se quedó ahí, quieta y callada, mientras buscaba refugio en los brazos de su madre muerta.

Alexia la miró unos segundos, antes de desviar la vista, pues no soportaba ver lo que había hecho. ¿Qué era lo que había pasado?, ¿en qué momento lo hizo? No recordaba nada, ¡ni siquiera sabía en qué momento le había hincado los dientes a su madre!

―Magdalena… quédate en la casa―dijo inexpresiva antes de sacarle el cerrojo a la puerta. Su hermana no le respondió y ella, simplemente, salió huyendo… temiendo que la bestia sedienta de sangre volviera a atacar y su próxima víctima fuera aquella pequeña niña oculta entre dos cuerpos.

Su cuerpo temblaba a cada paso, muy dentro de ella el monstruo gritaba y le exigía salir. Por cada casa que pasaba la tortura aumentaba, podía sentir el aroma a metal por todos lados y el bombear incesante de corazones tranquilos cuyos dueños dormían sin saber que podrían ser atacados por algo que nunca imaginaron, todos los olores exquisitos golpeaban su refinado olfato y despertaban un instinto que ella no deseaba seguir.
La salida de la ciudad estaba frente a ella, como una bendición u obra de su subconsciente que la había traído hasta ahí, se le ocurrió la única idea para evitar ir y acabar con otro par de vidas por culpa de la sed. Se iría a las montañas, quizás se ocultaría en la cordillera misma, haría todo lo necesario para evitar hacerle a otro lo que le había hecho a sus padres. Tomó aire innecesariamente y reanudó su andar, ésta vez con un rumbo fijo.

Era increíble pensar que había avanzando tan rápido sin sudar o cansarse durante esas dos horas en las que había dejado atrás Elqui y otros pequeños poblados, eso la inquietaba más todavía, no entendí bien lo que ocurría con su cuerpo, ella jamás había sido buena en educación física, de hecho, sus amigos debían ir a su ritmo porque sino ella terminaba adolorida y ahora ni eso, no había ninguna punzada en el costado ni le faltaba el aire; de hecho, le parecía que ni siquiera respiraba. Alexia sabía que era un monstruo, pero la cuestión era en qué se había convertido y, aunque los indicios eran claros, ella no deseaba ni pensar en la palabra que rememoraba viejas películas de terror que jamás gustó de ver, es que era totalmente descabellado; no tenía sentido, cómo era posible que un extraño le mordiera el cuello y horas más tarde, o un día después según su madre; que en paz descanse, terminara chupando sangre en su propia casa.

Desde esa noche su familia la odiaría de por vida, era un hecho que cuando la policía de investigaciones diera con sus huellas digitales o su ADN, mas el testimonio de su hermana; que seguramente estaría traumatizada, se sabría que ella había sido la asesina que sin piedad había acabado con aquellos que le dieron la vida. Primero sería el desconcierto, luego la negación absoluta en la que en sus mentes recaerían, creyéndola incapaz de una cosa así y, finalmente, la aceptación y el consiguiente odio por lo hecho.
¿Qué perfil psicológico sacarían de sus actos? Tal vez dirían que había esperado el momento adecuado para ejecutar el plan, quizás dirían que había motivos económicos o alguna furia escondida que se había desatado esas dos últimas noches. ¿Y sus amigos?, ¿qué dirían ellos de lo que había hecho? Seguramente actuarían igual que su familia, tomarían los mismos pasos, la odiarían e intentarían borrarla de su memoria.

Un tenue rayo de sol le dio en el brazo izquierdo, causándole cierto picor y anunciándole que ya estaba por amanecer. Alexia se apartó entonces del camino, temiendo que algún camión venido desde Argentina se topara en su camino y el conductor parara para ver que ocurría con ella, y en el proceso resbaló con las piedras mojadas por el rocío y que además rodeaban al caudaloso río que hacía bastante tiempo había dejado de ser de un color café sucio para tornarse de una curiosa coloración amarilla por los minerales y que significaba que estaba cerca de la cordillera y que el agua debía estar terriblemente fría.

Alexia se detuvo frente a la ribera extrañada, no había probado ni un solo bocado y en todo el recorrido, que había sido relativamente rápido, no había sentido la imperiosa necesidad por beber agua. Se estremeció mirando sus manos pálidas como un muerto, las cuales llevó a su rostro, buscando algún rastro de sudor, sin embargo, no encontró la pegajosa capa sobre su rostro. Luego tocó su estómago, esperando sentir su ruego para que lo llenara con comida, pero no hubo ningún burbujeo incesante. Nada.

El sol asomaba ya por las montañas, bañando con su luz los valles y la mitad de su pálido y frío cuerpo. Alexia, dirigió la vista hacia las cimas, molesta por la picazón que le causaban los rayos del astro y extrañada por la comezón. ¿Ahora resultaba que era alérgica al sol?

Aquello era demasiado, la chica entonces no reparó en lo que hacía y se dejó caer en el agua gélida que la cubrió hasta el pecho, esperando que aquello calmara a su piel. Lo cual no ocurrió aunque se sumergió varias veces, cuidando de no ser arrastrada por la corriente. Finalmente, ella se rindió y retomó su andar hacia las montañas, esperando que la brisa fresca menguara la picazón mientras caminaba por la orilla, con el sol dejando caer sus malvados rayos sobre su rostro. Sin embargo, nada parecía aplacar la sensación que fue intensificándose hasta puntos dolorosos y desesperantes. Alexia dejó escapar un quejido mientras sobaba uno de sus brazos contra su ropa para no hacerse daño.
Su alarido asustó a las aves que recién despertaban e hizo eco en el valle. Alexia tocó su rostro adolorido, al retirarla había sacado un pedazo de piel quemada, aquello fue lo que la hizo gritar despavorida. La chica sostuvo aquel trozo sin creerlo mientras observaba horrorizada como sus manos comenzaban a chamuscarse.
Volvió a gritar y se tiró al agua en el acto, esperando que aquello evitara que siguiera quemándose de esa manera. Pero, otra vez, no funcionó. Alexia se levantó entonces, corriendo contra la corriente, chorreando agua, buscando un lugar dónde esconderse del astro que la amenazaba.

Y como si fuera una bendición o un regalo del Cielo, la muchacha divisó una cueva entre una gran cantidad de árboles que la camuflaban, lo único que pensó al verla fue que era lo más hermoso que había visto desde hacía horas. Alexia corrió, atravesando el río y quemándose un poco más en el proceso. Estaba segura de que su rostro estaba casi calcinado, pero no se atrevió a tocarlo, sólo trepó ágilmente por la roca que limitaba el otro extremo, exponiendo más su cuerpo a la luz, y trastrabilló hasta hundirse en las profundidades de aquella cueva cuya oscuridad fue el alivio de su cuerpo herido.
El dolor insoportable, finalmente, terminó venciendo su mente ya cansada por el estrés que venía arrastrando, Alexia cerró los ojos y se enterró en las profundidades de su inconsciente, pero no soñó…

―Despierta, neonata―escuchó que le decían. El tono dulce de aquella voz la hizo estremecer interiormente―Despierta, ya. Es tiempo de alimentarte.

Ella abrió los ojos enojada, la persona la estaba tratando como un bebé y aquello no era de su absoluto agrado, pero al ver el rostro casi angélico de la criatura arrodillada a su lado, todo el resentimiento se esfumó. La mujer, de mirada tan roja y perturbadora como la de su atacante, le sonrió con sus carmines y carnosos labios. Entonces se fijo en un pequeño detalle cuando levantó una mano para acariciarle el rostro chamuscado, era pálida… tan pálida como la muerte misma.

―Bienvenida―sonrió.

Alexia apartó la gentil mano de ella con un manotazo, temiendo que la mujer le hiciera daño o, más bien, que ella misma la atacara.

― ¿Cuánto tiempo estuviste bajo el sol, neonata? ―le preguntó sin demostrarse ofendida por el actuar de ella.

― ¿Acaso tengo la apariencia de un bebé? ―gruñó mientras intentaba levantarse pero la mano de la hermosa criatura se lo impidió, su fuerza era indescriptible y la mantenía contra el suelo frío de piedra.

―Lo eres―respondió―Ahora, es importante que me digas cuánto tiempo estuviste bajo el sol―urgió.

Alexia pestañeó un par de veces sin comprender el interés de la criatura.

―Media hora o una, no estoy segura, tal vez más―contestó al fin.

―Fue imprudente de tu parte―le recalcó―las quemaduras que tienes son horribles, ni siquiera yo cuando era recién nacida hice tamaña estupidez.

― ¿De qué hablas? ―gruñó.

― ¿Dónde está tu creador? Él debería haberte enseñado.

―No lo conozco―levantó su mano izquierda para mirarse. Su sorpresa fue mayúscula al notar que las quemaduras no eran tan terribles como creía haber visto.

―Ven, no tuve tiempo de ir a cazar algo más digno para ti; pero te he traído algo que te servirá, por lo menos para curar tus heridas.

Ella se levantó y fue a las afueras de la cueva que le había sido de refugio, Alexia aprovechó esto para levantarse de una vez.

―Creo que con estos será suficiente―sólo pudo dar un salto hacia atrás cuando la mujer aventó dos cuerpos macizos hacia ella.

― ¡Dios! ―la garganta le quemó al pronunciar la palabra, sin embargo, ese ínfimo detalle no superó al horror de ver a ese par de criaturas muertas frente ella.

―Bebe antes de que comience a descomponerse.

Alexia alzó el rostro para ver la pálida cara de la mujer. Sus ojos rojos refulgían a contra luz. La imagen del hombre que la mordió vino a su cabeza, su mirada era tan igual a la de él, que le asustaba y pensó, por vez primera, que seguramente sería la misma mirada que tendría más adelante y una gélida sensación se apoderó de ella.

Era el miedo de convertirse en algo tan despreciable como aquellos seres.

Alexia y el Cuervo

Mi primera historia de vampiros, jo que es raro. Hasta ahora llevo 5 capítulos y uno a medio camino. Así que subiré la mayoría de una.


Prefacio

Si Alexia pudiera regresar el tiempo y evitar la noche fatídica en que su existencia cambió por completo, lo haría sin dudarlo ni un sólo segundo.
En sus noches de eterna agonía, pensaba si era correcto lo que había hecho en el transcurso de los años. Sometida a reglas que jamás hubiera querido aceptar si en ese tiempo hubiese tenido una opción y que ahora, para su propia desgracia, la obligaban a acabar con lo único que le había hecho pensar que estaba viva, que era parte importante del mundo aunque ella no lo creyera con firmeza.
Estando allí, parada en medio de la habitación tan sólo iluminada por algunas velas y frente a la mirada expectante del clan que esperaba una respuesta concreta, Alexia sólo añoraba que al menos una lágrima fuera derramada por ella y por los que había asesinado por necesidad o tan sólo fuera derramada por aquél que esperaba una muerte segura esa noche.

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Erase una vez una noche de fiesta

La llamada llegó alrededor de las cinco y media de la tarde, mientras ella pintaba un dibujo cuya base había recién terminado, el que había trabajado con cuidado la última semana con el fin de dárselo de regalo a alguien especial y cuyo cumpleaños era la semana próxima, pero cuando escuchó el inconfundible y estridente sonido de su celular, dejó todo su trabajo de lado y se levantó de un salto de la cama para dirigirse casi corriendo al otro extremo de la habitación, hacia el librero donde reposaba el teléfono móvil. Apretó la tecla para aceptar la llamada y se llevó el comunicador a un costado de su cabeza.
― ¿Qué pasó al final? ―preguntó sin preámbulos mientras caminaba devuelta a la cama para poder sentarse.

―Créelo o no, pero el presidente de curso sirve para algo―la fémina, al otro lado de la línea, rió―Logró pagar todo, pero creo que nos sacará el dinero la próxima semana para devolverle todo lo que le hicimos gastar en la fiesta.

―Por eso no me preocupo, yo ya pagué mi parte―sonrió con suficiencia mientras apoyaba la mano libre sobre la colcha y se recargaba un poco hacia atrás.

―Te aseguro que nos harán pagar a todos por igual―se le escuchó bufar.

―Ya, de acuerdo―no tenía muchas ganas de discutir sobre ese punto, había estado susceptible, mejor dicho, propensa a enojarse por culpa de la menstruación toda esa semana y ahora que ya no la tenía, no quería volver a enojarse― ¿Y a qué hora será al final?

―Empieza a las diez y terminará a las cuatro de la mañana ¿Qué te parece?

Ella respondió afirmativamente mientras comenzaba a mover el pie como si le estuviera dando un tic nervioso.

― ¿Crees que te dejarán?

― ¿A qué te refieres con eso? ―ella frunció el ceño, molesta por el comentario― ¿Por qué no habrían de dejarme?

―Bueno, tus padres no son de las personas que te dejan ir a fiestas por demasiado tiempo. Bueno, tú sabes.

―Camila, estaré allí―gruñó―Es la fiesta de fin de curso, no me la voy perder ¿entendido?

―No te discuto el que quieras ir, sólo digo si te dejarán. Sólo eso. No te enojes.

―Yo me encargo de eso―pronunció―De todas formas ¿Dónde nos encontramos?

―En la Plaza de Armas, junto a la pileta a las nueve y treinta, de ahí nos vamos al Nocturno.

―Hecho, no vemos ahí en unas…―su mirada se posó rápidamente en el reloj en forma de mariposa sobre su mesita de noche―… En unas cuatro horas y media.

―No se te olvide llevar el carné para que te dejen pasar, Alexia―rió.

―No me voy a olvidar―bufó, sabiendo de antemano el por qué de que su amiga riera―Y no me recrimines esa vez ¿quieres? Es molesto y sabes que no lo hice a propósito.

―Pero nos jodiste la noche―respondió en son de burla―De todas formas, fue una lata después de que estuvieras rogando una semana por esa salida ¿no te parece?

Alexia maldijo para sus adentros al imaginarse a su amiga con una maligna sonrisa en su rostro y un oscuro y tétrico fondo haciéndole de escenario. Suspiró, debía dejar de ver tantas animaciones.

―Eso pasó hace dos años y no se repetirá de nuevo ¿de acuerdo?

―Ajá, bueno, ahora anda a pelear para que te dejen salir hoy en la noche.

―Mi papá es pan comido, con quien voy a pelear es con mi mamá―bufó.

―Arderá Troya, supongo.

―Supones bien, mi querido Watson―susurró―Mi madre es un ogro y además mi carcelera.

―Como digas, de todas formas, manda mensaje si no te dejan―Alexia bufó en respuesta―Te dejo o se me acaban los minutos.

―De acuerdo, nos vemos esta noche―insistió antes de colgar y dejar tirado el celular sobre la cama.

Alexia salió de su habitación, preparándose mentalmente para la discusión que tendría con su progenitora y dirigiéndose hacia la cocina que se encontraba junto al comedor y que anexaba al patio posterior de la casa en la que habitaban en el centro de La Serena, cercana al Liceo de niñas. Su corazón latía desenfrenado mientras pasaba por la sala, odiaba la idea de tener que pelearse, de nuevo, con su progenitora para que le dejara ir a la bendita fiesta. Sabía que, aunque se la debía desde que se había quedado en casa para cuidar al monstruito de su hermana, ella no daría su brazo a torcer con tanta facilidad.

El aroma de masa recién hecha y azúcar flor llegó a su nariz de golpe, increíblemente, su estómago hizo un leve sonido, indicándole el hambre que sentía. Claro, no había pensado en comer mientras trabajaba en el dibujo.

Entró a la cocina silenciosamente, ésta era de un color amarillo suave, los muebles de un blanco que contrastaba con la cocina propiamente tal; el lavaplatos y el refrigerador que eran plateados, su madre estaba dándole la espalda, justo delante de ella, amasando con un rodillo la masa que Alexia había olido antes de entrar a la pequeña habitación.

―Mamá―llamó provocando que su madre diera un respingo y soltara el rodillo, el cual se desplazó sobre el mesón y se detuvo junto a un paquete de harina, asustada.

― ¡No te sentí! ―exclamó con la mano sobre el pecho, mientras se giraba―No vuelvas a hacer eso.

―No era mi intención―contestó.

―Estoy haciendo rosquillas para mañana ¿Qué te parece? ―comentó mientras se limpiaba las manos en el delantal de cocina.

Su madre era una mujer de cuarenta y siete años, de cabello negro siempre sujeto en un moño alto para que no le estorbara y de piel morena, ella era ama de casa ya que, aunque terminó la enseñanza media exitosamente, sus padres no tenían el dinero para pagarle la universidad y en vista de que ellos necesitaban ayuda en casa con sus otros cinco hermanos, de los cuales ella era la mayor, se dedicó a cuidarlos y hacerle menos pesada la tarea a su progenitora que cada día parecía cansarse más. Su madre, a pesar de todo, era una mujer de carácter fuerte y a veces un poco intransigente, quizás se debía a las millares de cosas por las que había pasado en su vida, pero eso no la hacía una mala persona. Recordaba que, cuando ella era muy niña y su abuelo aún vivía, él hablaba de su madre con un orgullo inigualable. Hasta había escuchado un par de veces que su madre había dejado muchas oportunidades de lado sólo por ayudar a la familia, ya fuese trabajando vendiendo pollo o ayudando a sus hermanos en las tareas escolares. Alexia muchas veces se preguntó si su madre no habría querido otra vida, tal vez una más próspera de la que estaba viviendo, encerrada en esa pequeña casa, cocinando habitualmente algún manjar, pero no aspirando a nada más que cuidar a sus hijas.

― ¿Alexia? ―su madre le hablaba extrañada.

―Dime.

―Niña, parecías que estabas en alguna nube―sonrió. Alexia sólo pensaba en que esa dulce sonrisa desaparecería en unos instantes― ¿Quieres ayudarme? ―señaló la masa sobre el mesón cubierto de harina.

―No. En realidad, quería hablarte de algo―contestó presurosa.

― ¿De qué se trata? ―su progenitora cambió el switch rápidamente, pasando de madre cariñosa a recelosa. Sabía perfectamente que ella debía estar sospechando de lo que le hablaría.

―Hoy en la noche hay una fiesta del curso en el Nocturno―respondió.

― ¿El local nuevo? ―preguntó cautelosamente.

―Sí―afirmó―Es la fiesta de final de curso, empieza a las diez y terminará a las cuatro.

― ¿Y quieres que te deje ir? ―la pregunta fue sarcástica― ¿sabes dónde está ese local?

― En la avenida Aguirre―contestó.

― ¿Te parece bien?

― ¡Voy a estar con mis compañeros! ―argumentó―Los conozco desde los cinco, a la mayoría ¿Qué podrían hacerme?

―Eres muy inocente, Alexia―refutó la mujer―Ahora no es como antes, los jóvenes de ahora son unos bastardos a veces―la joven siseó.

―Es una buena manera de llamar a mis amigos―comentó sarcásticamente― ¿Por qué habrían de hacerme daño? No seas paranoica.

―Tus amigos no, pero alguien del curso con el que hayas tenido alguna diferencia sí. Mira, no falta el que pone la pastillita en la bebida para dejar mal a uno.

―Eres una mal pensada―susurró enojada―No soy idiota, sé cuidarme.

― ¿Enserio? ―sonrió―Ni siquiera sabes cocinar y vas a saber cuidarte sola.

― ¡Eso no viene al caso!

―Sí viene. Uno puede hacer todo lo que sea necesario para no terminar mal, pero uno no maneja a los otros. Sólo un segundo de descuido basta.

― ¡Oh, por favor! ―bufó.

―La respuesta es no―y la mujer dio media vuelta para seguir amasando.

― ¡Va a estar sólo mi curso! ―exclamó― ¡Nunca me dejas salir y además me la debes!

―No seas melodramática y no te debo nada―respondió sin voltearse.

― ¡Claro que me la debes! ―exclamó―La última vez que quise salir me lo impediste porque tenía que cuidar a Magda, porque a ti y a mi papá se le ocurrió echarme a perder la noche de un momento a otro.

― ¡No hables como si tu hermana fuera menos importante que tus amigos! ―su madre se dio vuelta para mirarla severamente.

― ¡Yo no he dicho eso!

― ¿Entonces qué has dicho? Mira, Alexia, alguien tenía que cuidar a Magdalena esa noche.

―Sí, porque a ti y a mi papá se les ocurrió salir en una cita―bufó―Así que me la debes.

―No intentes chantajearme, jovencita.

―No lo hago, aplico mi derecho a la libertad.

― ¿Cómo la llaman ustedes? ―se preguntó, ignorando el comentario anterior de su hija― ¡Oh, sí, drama queen!

― ¡Una vez, sólo una vez! ―gritó― ¡Te pido salir cada mil años en la noche y no me dejas!, ¡en la universidad no estarás para mí siempre, tengo que aprender ahora!

― ¡Ya te dije que no!

― ¡Nunca me permites nada! ―exclamó― ¡Estoy segura de que si tuviera novio me armarías el mismo escándalo!

― ¡Claro que lo haría, ni ellos son confiables! ―exclamó― ¿Sabes acaso cuantos novios asesinan a su pareja, las obligan a abortar, las golpean o presionan para tener sexo?

― ¡Oh, por favor! ―bufó― ¡Llevas al límite la sobreprotección!

― ¡No…!

La puerta de calle se cerró, llamando la atención de ambas féminas. Ninguna de las dos había oído las llaves ni el sonido de la puerta que, al ser vieja, rechinaba con fuerza.

― ¡Llegamos! ―la niña atravesó el portal de la puerta, pasando por el lado de Alexia sin dirigirle la mirada.

―Hola, cariño―saludó la mujer a la niña que sostenía un álbum de Hello Kitty en sus manos.

― ¡Mira lo que me compró, papá! ―exclamó mostrándole el álbum.

Alexia bufó, ahora su madre no le pondría atención porque su hermanita se la pasaría hablando de Hello Kitty con ella. Monstruito, pensaba, justo cuando menos la necesitaba.

― ¡Alexia, ven y ayúdame con estas bolsas! ―la voz de su padre provino de la sala.

La muchacha volvió a bufar y abandonó la cocina después de que su madre le preguntara a Magdalena si quería ayudarla con las rosquillas.

―Hola, papá―saludó sin mucho ánimo.

Su padre tenía el cabello negro también, pero; a diferencia de su madre quien parecía mantener su juventud intacta, su progenitor poseía gran cantidad de canas, tanto en el cabello como en el bigote. Él era más afable que su madre, al menos no era tan duro y se podía mediar con él con facilidad, él decía que ella podía salir en las noches si respetaba un horario, lo cual no era ningún problema para ella, sin embargo, quien dictaba las órdenes era su madre. Era un matriarcado, definitivamente.

―Su discusión se escucha allá afuera―señaló un poco molesto, aunque no lo suficiente como para alarmarse.

―Quería salir esta noche―respondió ella mientras tomaba una de las bolsas que su padre le ofrecía.

―Sí, eso supuse―contestó mientras tomaba un par de carpetas que seguramente había traído del trabajo y había olvidado bajar del auto la noche anterior―Siempre arman escándalos cuando se trata de eso.

― ¿No lo harías tú? ―bufó mientras recibía otra bolsa del supermercado―Hasta tú salías más a menudo a las fiestas de tus amigos.

―No se te olvide que corría el riesgo de terminar con un balazo en la cabeza―contestó.

―Y aún así salías―refutó.

―Intentaré convencerla―musitó―Pero el tiempo máximo es a las dos de la mañana.

Alexia sonrió y asintió abiertamente. Tenía la batalla ganada.

―Es una hora razonable―decía su padre desde la cocina ante la negativa de su mujer.

Alexia ignoraba la discusión lo más que podía mientras fingía que le interesaba el álbum nuevo de su hermanita, el cual; estaba segura, terminaría olvidado entre los cachivaches cuando encontrara otra cosa que la fascinara.

― ¡Ayúdame a pegar! ―exclamó Magdalena, señalado las láminas esparcidas en la alfombra de la sala.

―Bueno―contestó aburrida mientras tomaba una lámina en la que la dichosa gatita salía sosteniendo unas banderas británicas, la volteó para ver el número y volvió a hablar―Es la veintiocho.

Magdalena hojeó bruscamente las páginas hasta encontrar la que contendría la lámina. Todas las páginas eran demasiado rosa, pensaba Alexia mientras despegaba la parte posterior para dejar al adhesivo expuesto.

― ¡Dame! ―extendió la mano Magdalena. Ella le dio la lámina con cuidado y, a cambio, su hermana la pegó chueca en el lugar correspondiente.

―Deberías usar una regla, monstruito―Magdalena la miró y le sacó la lengua en respuesta―Niñita―le respondió sutilmente mientras tomaba otra de las dichosas láminas y volvía a voltearla para ver el número―La treinta y tres.

―Ale―la susodicha se volteó para ver a su padre.

―Dime―sonrió abiertamente. Tras él estaba su madre con cara de pocos amigos.

―Sólo hasta las dos y con el celular prendido.

Alexia se regodeó por dentro y se levantó del suelo sin prestar mucha atención a los reclamos de su hermana que la instaba a seguir pegando láminas.

―Gracias.

―Ayúdame a servir, Alexia―refunfuñó su madre antes de volver a la cocina.

―Gracias, papá―susurró al pasar al lado de él.

―Me debes una―contestó.

Su madre siguió refunfuñando mientras tomaban la once, aún y cuando intentaron hacer amena la situación y cambiarle el ánimo, pero lo cierto era es que Julia pensaba que le habían arrebatado su autoridad.
Tonterías, pensaba Alexia por su parte, lo que pasaba es que su madre no entendía que debía darle un poquito más de libertad. Tenía dieciséis, no ocho como su hermana y en un par de años estaría a las puertas de la universidad e irse de la casa. ¿Qué quería?, ¿Que se quedara en casa para siempre?

Se peinó el cabello, del mismo color negro que el resto de la familia, hasta los hombros y se vistió de manera simple, tan sólo con sus zapatillas habituales, sus jeans y una camiseta sin mangas sobre la cual se puso un polerón a juego.
Salió alrededor de las nueve, poniéndose el banano pequeño en el cual llevaba dinero, su celular y las llaves de la casa y se dirigió a paso presuroso hacia la plaza de armas de la ciudad.

―Estaba por llamarte―comentó Camila al verla.

El grupo se componía de tres mujeres, incluida ella, y dos hombres. Estaba Camila, su mejor amiga y con la que había compartido casi toda una vida, pensando que se conocían desde el kínder, luego estaba Manuel, su amigo de anteojos que le metió el bichito del dibujo cuando tenía nueve años. Le seguía Huguito, como lo llamaban cariñosamente, era un poco loco y algo obsesionado con la revista playboy, cuestión que irritaba cuando llevaba la nueva del mes al colegio y lo ponía sobre la mesa a mitad de la clase sin reparos y, finalmente, estaba Solange con su pelirroja cabellera y el rostro cubierto de pecas, ella era la más nueva del grupo, había llegado hacia dos años al colegio, cuando comenzaban enseñanza media, ella era la más vergonzosa de los dos, le costaba tomar temas fuertes de conversación porque se ponía nerviosa o se sonrojaba por cualquier cosa.

―Te dije que vendría―susurró.

―Dudar es humano―contestó Camila.

―Errar también―refutó.

―Bueno, antes de que comiencen a discutir sobre cómo es que te dejaron venir ¿Por qué no vamos caminando? Se hará la hora pronto. Nos quedan…―Manuel revisó su reloj de muñeca―… veinte minutos para llegar. Así que andando.

Bajaron hacia Pedro Pablo Muñoz y caminaron un par de cuadras hasta llegar a la avenida en la cual se encontraba el local, sin embargo, debían bajar más allá de José Joaquín Latorre, así que apresuraron el paso.
Daban las diez con quince minutos cuando vieron el letrero luminoso del local y la fachada negra y azul que iba a juego con el nombre que le habían dado, la fila no llegaba muy lejos por ser una fiesta privada, vio a sus compañeros de curso mostrar uno por uno el carné a media que avanzaban hasta llegar a la puerta donde el guardia miraba y comprobaba los nombres en libreta.

― ¿Cómo crees que será? ―preguntó Solange tras ella mientras saludaban al pasar.

―Espero que sea buena―le contestó mientras tomaba lugar tras Huguito, quien de pequeño no tenía nada.

―Haré una lista de por qué hay que organizar este tipo de cosas más seguido―comentó.

―Ni siquiera sabes si todo será fantástico―refunfuñó Camila.

―Oh, no me refería a la fiesta en sí.

―Cerdo―musitó Alexia.

El antro por dentro era toda una maravilla, las paredes oscuras le daban un toque lúgubre, los mesones de madera barnizada y brillante le contrastaban, las luces que cambiaban de color y la música que, aunque salía del estilo que el lugar tenía, hacía la perfecta combinación. El barman servía a los chicos aunque no pudieran beber licor legalmente, siempre ocurría esas cosas en los antros, el Dj cambiaba el estilo musical de vez en cuando, algunos fumaban y otros, simplemente, bailaban en la pista… algunos más tiesos que otros, algunos más atolondrados y otros haciendo movimientos alocados que sacaban carcajadas de repente.

Alexia se divertía y, aunque no era muy diestra bailando, se dejaba llevar por los movimientos de Huguito que se movía de un lado a otro como una máquina incansable. Ella no sabía de dónde sacaba tanta energía, pero sospechaba que se debía a que se quedaba hasta tarde jugando en la PlayStation o mirando películas no aptas para menores hasta que casi se hacía de día.

― ¡Mi turno, comadre! ―Camila apareció de repente y palmoteó su hombro izquierdo.

― ¡Ve con Manu! ―exclamó de regreso.

― ¡¿Estás loca?!

Huguito detuvo su danza egipcia y preguntó.

― ¿Por qué?

―Miren hacia allá―señaló haciendo un movimiento de cabeza hacia la derecha.

Ambos voltearon a ver en aquella dirección, Solange y Manuel se encontraban apoyados en la pared, muy cerca el uno del otro mientras se decían Dios sabe qué cosa.

― ¿No parecen acaramelados? ―preguntó sarcásticamente―No pienso hacer mal tercio ahí, así que vine a robarte la pareja por unos minutos.

―Oh, por supuesto―bufó mientras seguía mirando a la pareja que coqueteaba descaradamente― ¿Y con quién se supone que bailo yo?

― ¡Un ratito! ―exclamó Camila mientras tomaba del brazo a Huguito― ¡Te pagaré un vaso de ron!

― ¡Ni siquiera me gusta el alcohol! ―reprochó.

―Una bebida, entonces―siguió.

―De acuerdo, pero no te olvides―aceptó sin muchas ganas.

―Podríamos bailar los tres juntos y ya―propuso el muchacho.

―No, está bien, quiero descansar un poco.

¿Solange y Manuel? Se preguntaba mientras iba al baño a mojarse la cara, no se lo había ni imaginado hasta que Camila lo señaló. Solange era una muchacha muy tímida, hablaba sí y se comunicaba con los otros, pero le costaba hacer amigos y se enmudecía con frecuencia por cuestiones que muy pocos entendían, pero al menos ellos y los profesores lo sabían. Ella había tenido la suerte de nacer en una buena familia, pero Solange no. Su amiga tenía a un padre controlador y sobre exigente, la oprimía a tal sentido que estaba segura que en su casa debía ser aún más reservada de lo que era en el colegio. Muchas veces la había escuchado decir las cosas que su progenitor quería escuchar, como si nada más importara y, ahora, estaba segura que había mentido para poder venir a la fiesta, quizás le había dicho a su familia que se quedaría a dormir en la casa de Camila o la suya ¿Quién sabía?
Por otro lado, Manuel era más espontaneo y un artista, le gustaba conversar temas polémicos, algunos de los cuales eran difíciles de tomar para la muchacha, pero también era correcto y sabía cómo no incomodarla en demasía. Ahora recordaba que, una vez, él le había comentado que deseaba pedirle a Solange que fuera su modelo para una pintura ¿en qué habría terminado aquello? Quizás ella había aceptado y desde ese entonces su relación se había afianzado hasta convertirse en algo más que simple amistad o quizás fue antes. ¿Cómo es que nunca se dio cuenta de todos modos?, ¿Y Huguito y Camila, hace cuánto lo sabían? Tal vez se venían recién enterando o…

Su celular comenzó a sonar justo en el momento en que cerraba la llave del lavabo. Secó sus manos rápidamente con el polerón y buscó su teléfono móvil en el banano atado a su cadera.

―Mierda…―pronunció al ver quién llamaba. Era su madre―Hola, mamá―dijo al contestar.

― ¿Sabes qué hora es? ―le preguntó desde el otro lado.

― ¿Se me ha pasado la hora, verdad? ―se mordió el labio en un acto reflejo.

― ¡Quiero que te vengas ahora mismo! ―exigió.

Alexia suspiró.

―Voy para allá.

Lo siguiente que hizo después de colgar, fue salir de baño frustrada por no poder quedarse más tiempo.

― ¡¿Ale, quieres bailar?! ―la susodicha dirigió la vista a su compañero de curso, Gabriel.

―Me gustaría, pero no puedo, Gabo―contestó.

― ¿Por qué no? ―preguntó más curioso que decepcionado.

―Porque me han dado toque de queda como la cenicienta―contestó casi con el enojo plasmado.

―Que lata, tus viejos deberían darte más espacio.

―Se los he intentado decir―contestó―Nos vemos el lunes.

―Cuidado de regreso―le advirtió el muchacho. Ella sonrió y contestó que tendría cuidado.

Debo irme, despídanme de los demás. Esas eran las palabras que les había dicho a Camila y Huguito, los cuales se habían ofrecido acompañarla hasta su casa sin chistar, sin embargo, la muchacha negó rápidamente el ofrecimiento pidiéndoles que se divirtieran por ella.
Ahora, caminando por la casi desierta avenida que comenzaba a atraer a ciertos personajes que ya eran comunes en las ciudades y que se paraban en las esquinas de las calles y se paseaban esperando a que algún automovilista se detuviera y las hiciera subir. Sólo esperaba que no se le acercaran en ningún concepto.

En una esquina, por su cabeza cruzó la idea de desviarse un poco e ir al Telepizza a comprarse una individual para darle a su estómago. Se empezaba sentir un poquito vacía y el hambre no le ayudaría a caminar más rápido. Abrió nuevamente su mágico banano y contó rápidamente el dinero que tenía. El suficiente para comprarse una. Se le hizo agua la boca al pensar en el sabor de su pizza favorita y cerró el banano con todas sus cosas adentro en el preciso momento en el que el sonido de una lata al ser pateada atrajo su atención.
Alexia miró hacia el frente, al otro lado de la calle había un hombre de piel pálida, mortuoria, de facciones serias y cuya mirada llegó a helarle la sangre, inmediatamente el instinto le dijo que aquel tipo no era de buenos trigos y que debía alejarse lo más pronto posible de él.
El hombre de cabellos oscuros le sonrió lascivamente cuando le sostuvo la mirada más de lo que ella deseaba y dio un paso adelante para cruzar hacia donde se encontraba. Alexia dio un paso atrás en un acto reflejo y un escalofrío subió por su columna vertebral al momento en que él dio otro paso. ¡Tenía que irse!

La bocina de un auto rompió el encanto amenazador, el automóvil pasó justo en el momento indicado para que ella se decidiera a tomar el camino hacia el local de pizza, el cual le refugiaría de ese tipo si es que tenía malas intenciones.

Y las tenía.

Los pasos retumbaban en sus oídos mientras avanzaba a mayor velocidad y ladeó el rostro para mirar hacia atrás, sólo unos segundos tardó para darse cuenta de que él realmente la seguía y que al parecer no tenía intenciones de dejarla escapar. Entonces no pensó dos veces en comenzar a correr hacia cualquier parte, un local abierto, hasta los cafés con piernas podrían servirle de refugio si pedía ayuda a algún guardia. Cualquiera que fuera, sólo deseaba quitarse al tipo de encima.
Dobló en una esquina, donde sabía que unos metros más allá había un local nocturno, ahí pediría ayuda a quien fuera y luego se iría a casa cuando sintiera que estaba fuera de peligro. Sus pasos se hicieron más largos y rápidos, podía ver la puerta del local y la música retumbante. Estaba cerca, lo suficiente como para acelerar el paso como para largarse una corrida estilo atleta y salvarse.

Y de repente todo se fue por el caño.

Su cuerpo fue lanzado hacia un callejón, golpeando contra algunos basureros. Alexia sintió el impacto doloroso contra su espalda y, sin embargo, evitó llorar para concentrarse en ponerse de pie y escapar adonde fuera, aunque no sabía exactamente qué había ocurrido y cómo demonios la había lanzado con esa brutalidad inhumana. Sus ojos intentaron acostumbrarse a la oscuridad, pero no lo hicieron con la rapidez que ella deseaba, buscó con desespero la luz, allá donde los faroles estaban encendidos, pero no pudo hacer nada más que añorar poder llegar a ella porque la sombra amenazante del atacante estaba demasiado cerca como para lograr escapar sin que él la golpeara de nuevo.
Las manos de aquel tipo la tomaron con fuerza nuevamente y la estamparon contra el suelo sin piedad por su frágil cuerpo. La cabeza le dolió por el impacto con el cemento duro y juró que se había hecho alguna herida porque sentía calor en la nuca y un líquido espeso que pegoteaba sus cabellos.

― ¡Pervertido! ―gritó sin mirarle a la cara, intentando buscar en vano una salida para evitar que la violara― ¡Mi padre trabaja para la PDI, te va a patear el trasero en prisión! ―mintió lo mejor que pudo, sin embargo, él le sonrió como si aquello fuera un chiste.

Eran rojos, rojo sangre. Sus ojos eran más perturbadores de cerca que de lejos, al otro lado de la calle ni siquiera había podido notar su color, pero ahora era diferente, podía ver cada detalle de ellos. Eran llamas ardiendo, danzando anhelantes. Un baile hipnótico y atrayente.
No supo cuando dejó de luchar y gritar, pero si fue consciente de cuando él dejó de ejercer fuerza sobre ella y comenzó a tocarla delicadamente, aunque con un toque de lujuria en sus movimientos.

Sus manos eran heladas, llegaban a quemar como cuando sostienes por demasiado tiempo un cubito de hielo del congelador. Sus dedos acariciaron deliciosamente su estómago, presionando en lugares precisos antes de comenzar a subir lenta y tortuosamente para encontrarse con los pechos de la muchacha. Ella dio un respingo cuando sintió las manos heladas masajeando sus montes por sobre la tela del sujetador.
Dejó escapar un gemido agónico, arqueándose al acto.

El hombre le sonrió y buscó su cuello, lamió sucesivamente mientras una de sus atrevidas manos dejaba el pecho que ocupaba y bajaba hasta sus pantalones.
Dios, era como una muñeca, no podía reaccionar como se suponía que debía hacer, él la manejaba como si no tuviera control de sí misma.
El agresor le quitó el banano de un solo tirón y lo arrojó entre las bolsas de basura que se acomodaban en un rincón, a ella le pareció curioso que no viera lo que llevaba dentro, pero aquel pensamiento desapareció de su mente rápidamente.

― ¡No! ―exclamó al sentir como esa mano lasciva se hacía paso entre sus pantalones, buscando lo que ella jamás había mostrado a un hombre.

Acarició esa zona sin reparos y ella gimió suavemente mientras se removía bajo él. Las cosas no iban bien. Él jugueteó un poco más mientras seguía lamiendo aquella zona de su cuello que comenzaba a adormecerse por toda la atención recibida. La otra mano sobre su pecho se volvió más exigente y brutal, y las caricias en su zona íntima se volvieron violentas, desesperadas. Gimió en respuesta a las renovadas atenciones, su cuerpo era un volcán en erupción.

Sus colmillos traspasaron la carne blanda y se albergaron en la arteria más cercana, donde la sangre limpia circulaba.
Ella gritó en respuesta ante la dolorosa intrusión.
Pero él los retiró rápidamente y comenzó a succionar el delicioso néctar rojo que surgía de la herida previamente hecha. La muchacha gemía y se retorcía bajo sus brazos sin saber que en unos minutos la dejaría seca y muerta en ese callejón, y los movimientos rítmicos de sus manos lo ayudaban a distraerla y le entregaban un sabor más dulce a aquella sangre.

― ¡No…!―Gimió nuevamente ella mientras apretaba las piernas, atrapando la atrevida mano de su asaltante en el acto, el cual respondió moviéndola en círculos― ¡Basta…!―suspiró.

Una canción conocida y estridente llegó a su cabeza.

Aquelarre de Mägo de Oz. Su celular.

Alexia recuperó la cordura, y se desesperó al sentir como él la succionaba y ultrajaba. ¿En qué momento lo había permitido?

― ¡No! ―y ésta vez no fue un gemido, el grito fue de protesta y aborrecimiento. Sus manos se movieron como no lo habían hecho antes y apartó bruscamente la cabeza de él de un solo golpe.

El hombre, sorprendido por el actuar de ella, abrió la boca y le mostró los amenazantes colmillos.

― ¡Monstruo! ―exclamó y lo golpeó en la quijada para quitarlo de encima.

Gotas de sangre cayeron inesperadamente en el interior de su boca mientras seguía forcejeando con la criatura que parecía no inmutarse con nada. Entonces reunió sus fuerzas y golpeó con la rodilla la entrepierna del agresor.
Fue instantáneo, él dejó escapar un gruñido molesto y se apartó. Eso siempre funcionaba.

Alexia aprovechó el momento, se levantó de un salto y corrió lejos de aquel monstruoso sujeto. Volvió sobre sus pasos lo más rápido que pudieron sus piernas temblorosas. Se sentía sucia, no podía creer lo que había hecho o, más bien, lo que había dejado que le hicieran. Las lágrimas se acumularon en sus ojos y un doloroso ardor se acumuló en la zona en la que él había clavado sus colmillos. ¿Qué demonios era?, ¿Un vampiro? No, imposible, el tipo debía estar lo suficientemente loco como para hacerse colmillos gigantes con un dentista. Debía ser un desquiciado fanático de lo esotérico.

La calles estaban casi desiertas, ¿Qué hora era? No lo sabía, su celular había quedado en el callejón junto a su dinero.

Dios, debió quedarse en casa esa noche o, por lo menos, debió hacer caso a sus amigos y permitir que la acompañaran.

― ¡Ah! ―gimió. Una de sus manos buscó los orificios que el tipo le había hecho y los sobó. Le dolían demasiado.

La cabeza le comenzó a dar vueltas a mitad de camino, cuando se dio cuenta de que el agresor no la seguía. Pensó que se trataba de la conmoción y del golpe que se había dado contra el suelo, todo su cuerpo temblaba irrefrenablemente, sentía gotas de sudor surcar su estómago y su cabeza. Se le dificultaba respirar a cada paso que daba, los colores se hicieron más intensos y hubo un momento en que la luz de los faroles le parecieron soles que, para su desgracia, estaban demasiado cerca de ella. El sonido de los autos se hizo más y más fuerte, como si estuvieran metidos en su cabeza y los olores nauseabundos llegaban a su nariz de tal manera que debió detenerse para vomitar. Se tambaleó un par de veces y cayó al suelo otras tantas como si estuviera borracha, la poca gente que transitaba la miraba curiosa, pero no le tomaba mucho en cuenta. Ella deseó hablar y contarles lo sucedido, pero tan pronto abría la boca sentía que debía salir huyendo por el temor a que la consideraran loca.

Finalmente, los temblores fueron demasiado para ella y caminó hacia el callejón más cercano donde pudiera pasar desapercibida y estuviera a salvo. No creía poder soportar seguir caminando a su casa y rogó por que sus padres hubieran salidos a buscarla por su retraso.

Jadeante, se dejó caer entre los cartones viejos, esperando a que el dolor menguara y pudiera moverse, pero este hizo todo lo contrario. Se magnificó hasta límites insospechados, la luz de los faroles se hizo insoportable mientras ella miraba hacia el frente, hacia la calle y los negocios al otro lado de la misma y, de un momento a otro, ya no supo dónde estaba porque todo se había vuelto blanco.