domingo, 17 de octubre de 2010 | By: Aline

AyeC C.IV

Advertencia de escenas 'fuertes'

Hora de cazar

Alexia, aún aturdida por el encanto y las maneras de aquel hombre; se dejó llevar al encuentro del clan, como él los había llamado. Aquellos que se habían mantenido al margen de la decisión tomada por ella y el que, suponía, era la cabeza de la familia; se acercaron con un aire más calmado hacia ella. Y aunque sus miradas espeluznantemente rojas la intimidaban de sobremanera, supo enseguida que ellos no le tocarían un pelo si ella no quería, aquél mensaje implícito le fue dado al momento en que el patriarca le palmeó el hombro delicadamente y la dejó en el medio de un círculo compuestos por el resto del grupo.

―Muchacha―comentó uno de los hombres, su aspecto era más bien el de un adulto mayor y las arrugas en su piel se acentuaban con la palidez de su tez. Sus ojos pequeños la escudriñaron por unos minutos y sus labios amoratados formaron una sonrisa, aunque manteniendo la mandíbula tensa, cuestión que lo hacía parecer algo tétrico―Puede ser una imprudencia, nuestra querida niña, pero creo que tenemos el derecho de saber quién ha sido el que te ha dado la nueva vida.

Alexia se limitó a mirarlo en silencio, no por mala educación, sino porque no tenía mucho que aportar. No conocía a su atacante y tampoco se había dedicado a guardar en su mente la imagen del sujeto en cuestión. Lo único que ella atinó a hacer al ver la oportunidad, fue escapar y ya.

―Deberás tenernos confianza, pequeña nuestra―apresuró a agregar otro de aquellos, uno más joven y de aspecto delicado. Sus ojos calmados y su rostro afable hicieron que la chica se sintiera menos incómoda.

―No se trata de no tener confianza―comentó, aunque se contradecía mentalmente al mismo tiempo―es que lo único que recuerdo bien de él, es que tenía los ojos rojos… como todos ustedes, señor―musitó y luego agregó: ―¿puedo preguntar a qué se debe su curiosidad?

El hombre le sonrió, respondiendo afirmativamente con ese gesto.

―Son reglas, querida niña―contestó sin más preámbulos―cuando uno de los nuestros transforma a un humano, debe hacerse cargo de él.

Alexia lo miró interrogante unos segundos, hilando cabos rápidamente, contestó:

―Debo deducir entonces que es una medida de protección, ¿no es así? ―la respuesta fue tan satisfactoria, que Elizabeth le aplaudió unos segundos, alabándola por su rapidez mental.

―Debes entender, pequeña mía―dijo el líder―que es un riesgo que un neonato ande por ahí sin saber siquiera controlarse y, mucho menos, las reglas de nuestra raza. El cazar humanos es un tema delicado, el hecho de que un recién nacido ande suelto por ahí sin un instructor aumentan las posibilidades de un desastre. Es necesario mantener nuestra pequeña sociedad en secreto, así tenemos mayor libertad y si un asesino en serie anda suelto por ahí…

―Entiendo―apresuró a decir. Apretó los labios, enojada consigo misma, si el maldito que la transformó hubiera permanecido a su lado o si siquiera ella no hubiera huido, era muy probable que sus padres estuviesen vivos en ese momento.

―En todo caso, padre mío, creo que es necesario que mi hermana descanse, el amanecer está cerca y debe recuperar fuerzas.

―Tienes razón, mi hermosa Liz―concedió― lleva a nuestra nueva integrante a sus aposentos para que descanse de su travesía.

Elizabeth hizo una pequeña reverencia, tomando la falda de su vestido y doblando sus piernas delicadamente. Alexia la miró con admiración mientras esta se incorporaba elegantemente y tendía su mano hacia ella para que la cogiera. Ella no tardó en tomarla para que la guiara, dejando atrás la acogedora habitación que a sus espaldas se sumía en un mar de murmullos descarados por parte de la familia y que tenían como referente a su persona.
Elizabeth la llevó de nuevo al vestíbulo, pero esta vez se dirigió directamente a la escalera, por la cual subieron en silencio y en cuya cima giraron a la derecha. Los pasillos de la planta superior, específicamente la derecha, eran iluminados por lámparas de aceite de una elegancia propia de los artefactos de alta alcurnia de épocas pasadas, Alexia miraba de un lado a otro, observando las pinturas colgadas en las paredes, la mayoría eran de paisajes que en su vida había visto y que en sueños alguna vez pudo imaginarse, otros eran de lugares conocidos por la sociedad: La Torre Eiffel, el arco del Triunfo, el coliseo romano… eran muchos los lugares que ella había visto en películas y fotos, sin embargo, no había ningún retrato de los ocupantes de la casa.

―Hemos llegado―anunció su ahora tutora. Alexia se detuvo en el instante que ella lo hizo y soltó el agarre de sus manos.

Estaban frente a dos puertas grandes, ya habían pasado varias del mismo estilo, pero aquella era de por sí la que más había llamado su atención pues, a diferencia de las demás, poseían unos bonitos ornamentos florales en sus partes superiores.

―De ahora en adelante, ésta será tu habitación―le comentó y giró los picaportes, dando un leve empujón a ambas puertas. Alexia se asomó por detrás del hombro de su ahora protectora y observó con deleite el cómodo lugar.

La habitación en sí sólo estaba iluminada por una solitaria vela sobre una delicada mesita de noche, la cama a su lado era amplia y casi tan llamativa como el candelabro que colgaba del techo, el cuarto era de aspecto cálido, acogedor y el ventanal que dejaba pasar los rayos de la luna le daban un efecto peculiar. Pero algo faltaba, algo que Alexia conocía y que era de conocimiento popular, la intriga se apoderó de ella y se preguntó ¿por qué una cama y no un ataúd?

Elizabeth avanzó rápida y elegantemente hacia la ventana y jaló de las cortinas a los lados del ventanal, tapado la vista hacia el exterior. Alexia bufó sin siquiera quererlo.

―La luna está bajando, se acerca el amanecer―respondió sonriente antes de volver junto a ella y acariciarle el cabello con una delicadeza estremecedora.

― ¿Eso es malo? ―preguntó inocente.

―Sí, mi querida―Alexia se estremeció ante la palabra―cuando la luna baja es cuando comenzamos a debilitarnos―Elizabeth acarició su rostro como si se tratara de una muñeca de porcelana y la muchacha sólo atinó a cerrar los ojos para disfrutar de la delicada caricia.

―Pero…―suspiró―…yo no me he quemado al instante, tardó un tiempo antes de que el sol me dañara.

―Por supuesto―Elizabeth asintió con la cabeza y de su boca no salió ninguna sílaba más. Alexia frunció el ceño y quiso quejarse por la respuesta que le había dado, pero la mujer fue más rápida y plantó un delicado beso sobre su frente, provocando que la muchacha abriera sus ojos por la sorpresa―Descansa ahora, mi querida, luego habrá tiempo para enseñarte―dicho esto, le volvió a dar otro beso en la frente y luego se alejó, saliendo por la puerta y cerrándola tras sí.

Alexia permaneció unos instantes inmóvil, su cuerpo se estremeció ante el recuerdo de esos labios suaves sobre su piel. ¡Qué extraña se había sentido!, parte de su mente le había dicho que la apartara de un golpe, pero la otra, la menos sensata, se complacía ante aquellos delicados gestos. ¿Aquello también era parte de lo que implicaba ser un vampiro? Porque, que recordara, jamás había sentido ni nervios ni ninguna otra turbación por culpa de una mujer.
¡Oh, si hubiera sabido que se convertiría en una de esas bestias, se habría leído Drácula!

La muchacha, luego de divagar unos cuantos minutos en lo que había ocurrido durante esas horas, caminó hacía la cama y se acostó bajo las sábanas, al tiempo que, casi automáticamente, sus ojos se cerraban y los sonidos a su alrededor se volvían cercanos, molestos y estremecedores.
Sus oídos captaron tantas cosas, muchas cosas que ella no había captado en su primer ‘sueño’ como inmortal. Sintió puertas cerrarse, pasos rápidos, las colchas moverse, los pájaros cantar a través de su ventana, el río que corría más allá de las cuevas por las que había llegado. Escuchó todo y aquello la aterró, fue perturbador no soñar, que su cerebro no le creara ilusiones, que su mente siguiera despierta mientras su cuerpo se mantenía inmóvil, como petrificado. ¿Aquello era ‘dormir’ para los vampiros?, ¿el mantenerse consiente y desprovisto de cualquier capacidad para moverse?, ¿ésta era su gran debilidad? ¿Era el día o la incapacidad para protegerse los que lo hacían temer a esas horas?

Quiso llorar por sentirse impotente, quería soñar, quería olvidar todo lo que había ocurrido y, por unas breves horas, crear una fantasía en que ninguna de las cosas que habían pasado hubieran ocurrido, pero aquello le fue vetado también, así como, estaba segura, muchas cosas más.

Sus ojos se abrieron sin previo aviso y para su propia sorpresa. Otra vez, la oscuridad se había cernido y la vela que ella jamás siquiera había tocado, se había apagado y derretido por el paso del tiempo. Alexia dejó escapar un leve suspiro y se incorporó en la cómoda cama.

―Buenas noches, querida Alexia―la susodicha dio un respingo y miró asustada hacia la puerta.

El patriarca se encontraba parado a pocos pasos de la salida, sus manos sostenían un candelabro y en la otra una cajita llena de fósforos. Él la miraba seriamente mientras daba pasos silenciosos, lo cual explicaba el que no lo hubiera oído ni entrar, hacia su persona.

― ¿Has descansado bien? ―prosiguió mientras tomaba los restos de la antigua vela y los reemplazaba por el candelabro, al cual le encendió cada una de las velas con cuidado.

Alexia lo seguía mirando atónita.

―Niña mía, te he preguntado algo―dijo suavemente. La muchacha nunca se acostumbraría a esos apelativos, era estremecedor pensar que esa gente pudiese tratarla con tanta familiaridad.

―He dormido bien, gracias―contestó ida mientras el hombre volteaba el rostro hacia ella y le sonreía cálidamente.

―Es bueno saberlo―contestó. La habitación se sumergió en un silencio incómodo para la chica que no sabía cómo actuar frente a ese ser. Alexia agachó la cabeza, sintiéndose abrumada por la seriedad en la mirada del patriarca, no había en ellos la chispa de alegría que había visto la noche anterior, cuando sus ademanes, además de estar cargados por la autoridad, eran cariñosos.

Sí, la actitud con la que se mostraba con ella era totalmente diferente a la que mostraba cuando estaba frente a Elizabeth.

― ¿Señor, puedo preguntarle algo? ―musitó repentinamente, casi inconsciente de lo que estaba haciendo. Él se sentó a su lado y asintió quedamente― ¿por qué no hay ataúdes? ―la pregunta salió rápidamente y…

Nació la risa.

Bajó las escaleras, sintiéndose molesta y avergonzada al mismo tiempo. Claro, ella no conocía nada de ese mundo ‘vampírico’, la gente tendía a decir que dormían en ataúdes, se quemaba a la luz del sol, lo cual era cierto, y que le temían al ajo, cómo iba a saber que todo aquello era en parte mentira. Ella no era un genio y tampoco una adivina para saberlo todo.
Alexia también tenía en cuenta que el ser humano tiende a inventarse cosas para sentirse protegido, como la existencia de Dios, pero; enserio… si ellos existían ¿por qué no podría ser verdad todo lo que se decía? Con tantas novelas y películas del tema, algo debía ser cierto.

―Iba a buscarte en este instante―Elizabeth la tomó de la mano cuando estuvo a su alcance y la guió hasta el final de las escaleras― ¿Cómo te sientes?

―Bien―dijo escueta.

― ¿No te has sentido...? ―la hermosa mujer se detuvo para buscar la palabra adecuada para el remolino de sensaciones nuevas a causa del sueño vampírico― ¿… incómoda?

―Fue como un torbellino de sonidos―contestó― ¿Por qué no sentí eso antes en la cueva?

―Porque estabas concentrada en el dolor de las quemaduras y no en lo que te rodeaba.

Alexia se quedó en blanco unos minutos, recordando el día anterior y el dolor que le produjeron aquellas heridas, recordó el pedazo de piel carbonizada que se había quitado de su mejilla e inmediatamente se llevó una mano a ella, volviéndola a palpar aún sin poder creer que estaba tan tersa como recordaba.

―Entonces tenemos células vivas―musitó la joven.

Elizabeth no le afirmó ni negó su comentario, lo que provocó en la joven un mar de dudas. Un vampiro era un ser muerto, no podían tener células que regenerasen la piel chamuscada. Era imposible. Aún y cuando su corazón no latía, debía haber algo que hiciera que sus cuerpos actuaran de una manera normal, bueno, refiriéndose al mundo vampírico, porque ciertamente quemarse al sol como lo hacían ellos no era normal.

―Vamos, ha llegado la hora de la casería, tu cuerpo necesita sangre antes de que te vuelvas débil e incapaz de discernir―la exótica mujer, con sus labios carnosos, le sonrió de oreja a oreja, mostrando sus afilados colmillos.

Algo instantáneo rugió en su interior cuando escuchó la palabra cacería, su garganta le quemó como si estuviera enferma y se contrajo mientras se relamía los labios. Lo deseaba, presionar sus colmillos en la carne caliente y chupar el líquido rojo hasta sólo dejar el cascarón vacío de una criatura. Elizabeth la miró como si se tratara de una bella visión y compartió a través de sus ojos ese deseo que a Alexia la estaba carcomiendo y la llevó, sin mucho esfuerzo, al encuentro del clan.

Todos ansiosos y con sus ojos rojos llameantes, la euforia iba en incremento mientras esperaban uno al lado del otro frente a la puerta principal. ¿Qué esperaban? Al líder, al patriarca de esa singular familia de chupasangres, quien no tardó demasiado en hacer acto de presencia y sonreírles, comunicándoles que era tiempo para ir en busca de presas, de destrozar cráneos y beber hasta saciarse.

Alexia fue guiada a través de la cueva que comunicaba el valle de Séfira, como lo llamaba ella, y el río Elqui. Sus pasos eran ligeros, sus piernas se movían rápidamente, corriendo sin esfuerzo, saltando como un animal entre las rocas del río, junto a Elizabeth y los demás que ni siquiera reparaban en ella. Y de pronto, todos se detuvieron, inclusive ella, para luego tomar caminos distintos, algunos internándose en la montaña y otros bajando hacia los distintos pueblos, Alexia y Elizabeth comenzaron a recorrer el camino hacia Pisco Elqui.

A la entrada del pueblo, Alexia relamió un par de veces sus labios y movió sus manos y pies, ansiosa por entrar en acción, Elizabeth, por su parte, le tomó de la mano para evitar que se abalanzara sin pensar contra cualquier transeúnte y le dijo:

―Calma―Alexia le gruñó en respuesta, mostrándole sus afilados colmillos, en respuesta, la vampiresa apretó su mano con más fuerza―querida mía―dijo en tono amenazador, provocando un estremecimiento en ella, era una advertencia―hemos de buscar un par de presas que no necesite este pueblucho, si actúas con imprudencia, podrías delatarnos.

Alexia la miró y contuvo un nuevo gruñido amenazador. Fue doblegada por la voz de aquella mujer inhumana y dejó que ésta la guiara dentro de un pueblo que recién comenzaba a dormirse.

Elizabeth la guió por las calles más oscuras, escondiéndose en las sombras y observando a las personas que iban a sus casas pasar u a otras que comenzaban a salir, estás últimas eran las que debían atacar, aquellas que estuvieran fuera de sus hogares y no despertaran sospechas. Alexia, sin embargo, apenas lograba distinguir aquello, lo único que pasaba por su mente era hincarle los dientes a su presa, pero la mano firme de Elizabeth le impedía seguir con su propósito de saltar de su escondite y embestir contra el cuello de la primera persona que pasara cerca de ella.

―Ellos son los indicados―le susurró la mujer al oído. Alexia ronroneó dócilmente y miró hacia una dirección en concreto. Elizabeth también miraba a los mismos sujetos. Un par de hombres con barbas de tres días, de cabellos oscuros y cuerpos musculosos cuya piel morena no impedía que ellas vieran las venas y arterias palpitantes de sus gruesos cuellos. Ambos sujetos se tambaleaban, estaban borrachos y de repente dejaban escapar un par de gritos incoherentes. La gente se alejaba de ellos, sabiendo que un borracho podía hacer cualquier estupidez.

―Vamos―gruñó Alexia por lo bajo. Su sed se quintuplicó al ver a la presa tan cerca, tan tentadoramente cerca.

―Aún no―dijo Elizabeth, que a pesar de su aspecto sereno, también quería saltar sobre ellos. Pero la cantidad de años que había vivido en ese estado le habían vuelto dura, había aprendido, como los otros, a esperar el momento adecuado para atacar y ella iba a enseñarle el arte de acechar a la jovencita que tenía agarrada del brazo.

Con eso en mente, Elizabeth tironeó a Alexia y comenzaron el seguimiento. Los hombres pasearon un buen rato a vista y paciencia de todos, se cayeron un par de veces y elevaron sus voces en canciones desafinadas mientras se iban alejando cada vez más de la plaza y de los negocios hasta llegar a las zonas más apartadas y despobladas. Ese era el momento, Elizabeth soltó a Alexia y se apareció frente a ellos, siendo seguida por la impaciente muchacha.

Ambos hombres se detuvieron a unos metros frente a ellas, cada fibra de sus cuerpos olía a la inmensa cantidad de alcohol que debieron haber tomado para quedar así. Ellos rieron y se codearon torpemente, diciéndose lo suertudos que eran por encontrarse con dos mujeres en ese lugar.

―Preciosa…―se dirigió uno a la vampiresa de cabello de fuego. Su voz ronca hizo a la mujer sonreír, satisfecha por ser admirada por un futuro muerto.

Alexia hizo ademán de abalanzarse sobre ellos ante las sugerentes palabras que salían de boca de ambos, incitándolas a sumarse a un juego en el que sólo ellos saldrían mal parados, pero Elizabeth volvió a detenerla, usando su brazo como barrera, impidiéndole avanzar directamente.

―Iré primero. Observa y luego hazlo tú―le dijo. Alexia le gruñó, ¡¿acaso no entendía que debía beber ya?!

Pero Elizabeth hizo caso omiso a su protesta y avanzó lenta y sensualmente al encuentro de uno de los sujetos que la miró sonriente y estiró sus brazos para alcanzar a tomar su cintura y ceñirla a su cuerpo y hundiendo su rostro en el cuello de ella, descaradamente.

Elizabeth rió, cuestión que el hombre tomó como un punto a su tarea, pero… no era así.

Entonces Alexia sintió el agarre del otro sujeto que sería su presa, sus manos ásperas se deslizaron sobre la piel tersa de la recién nacida y la contempló con esa llama de deseo en los ojos. Ni él, ni el otro se habían dado cuenta de que estaban al borde de un precipicio del que jamás saldrían. Aquello le pareció gracioso, demasiado gracioso y retorcido.

― ¿Qué quieres que haga? ―la voz de Elizabeth llegó a sus agudizados oídos, Alexia la miró. El hombre trataba de llevarla hacia un grueso árbol, quizás para apearla en él y así poder sentirla mejor.

―Hazme lo que sepas hacer―soltó el hombre en un sonido gutural mientras retrocedía con ella, ambos jugando con sus ropas.

―Te gusta ver, puta―le susurró su presa, inmediatamente después él agarró la carne blanda de sus pechos. Alexia, en vez de sentirse profanada, sintió satisfacción, algo completamente inexplicable.

―Tal vez―le respondió en un suave susurro.

El hombre rió, soltando el tufo a alcohol sobre su rostro, pero, independiente de lo desagradable que era, no le molestó en absoluto. La muchacha trazó con los dedos índices el rostro de su presa. Apreció su mandíbula firme, su rostro cuadrado, sus ojos pequeños y sus labios finos junto a su tez morena. Ella sonrió, pobre de las chicas que estuvieran enamoradas de ese hombre, porque moriría por un beso suyo, por una sola y sensual mordida.

―Puta caliente―le dijo mientras la tiraba al suelo con una brutalidad que ella no sintió y él se dejaba caer sobre ella, acariciando con descaro cada fibra de su ser―tócame―le ordenó. Alexia sonrió y besó la barbilla del hombre y sus manos se deslizaron por el borde de la camisa, desabrochando los botones uno a uno mientras él jugaba con su pecho e intentaba subirle la camiseta que llevaba desde hace un par de días―tócame―insistió y Alexia acarició su pecho y bajó tentativamente hacia el cinturón. Él por su parte había conseguido subirle la camiseta, había apartado las copas de su sujetador e intentaba abalanzarse sobre su pecho expuesto.

Fue entonces cuando escuchó un gemido del otro individuo, Alexia desvió la vista de su propia presa y se fijó en lo que hacía su tutora, la cual había desaparecido de su mente cuando tuvo a su almuerzo entre sus brazos. Elizabeth se encontraba apoyada en el árbol desde quién sabe hace cuánto tiempo, su cabeza estaba por sobre la del hombre que la ceñía a su cadera y esta se mantenía muy sujeta a él con la manos y pies enroscados en torno a su cuerpo. Él y ella iban al mismo compás, ella sin soltar siquiera un gemido mientras él, cada vez más fuerte, rugía con cada embate de su cuerpo contra el de ella. Elizabeth dejaba que él mordiera su cuello que jugueteara con sus largas piernas y acariciara su pecho al descubierto con una mano.

―Mírame―ordenó entonces su presa. Ella, no tomó en cuenta su orden, sino que se levantó y lo empujó contra el suelo, quedando ella sobre él. El hombre rió torpemente por el repentino movimiento y susurró algo que no entendió, el alcohol y la libido estaban por dejarlo con la mente en blanco. Alexia dejó caer su cabeza sobre su pecho y besó con ímpetu cada rincón de su torso, haciendo que el hombre se retorciera por su la energía que ella emanaba, de sus manos ingenuas no quedaban nada cuando deshizo el broche del cinturón y bajaba el cierre del pantalón, tirándolo levemente hacia abajo, lo suficiente como para que el bóxer quedara expuesto y el miembro palpitante de su presa pudiera expandirse con más libertad.

―Tonto―le dijo al oído por inercia. Sí porque aquél hombre, por estúpido, no tenía la menor capacidad para darse cuenta del sugerente peligro en que se encontraba.

―Tómalo, perra―le soltó mientras intentaba bajarle el cierre del pantalón a ella y hacía un ademán de embestida, pero Alexia volvió a inmovilizarlo contra el suelo con sus fuertes brazos y se rió porque él no se daba cuenta que su fuerza no correspondería nunca a una chica humana. Entonces se colocó de tal forma para que él pudiera sentirla, aún sin siquiera haber un contacto directo, él dejó escapar alaridos de placer mientras ella se deslizaba de adelante hacia atrás, friccionándolo.

― ¿Me has dicho algo? ―le susurró al oído, le hombre volvió a balbucear algo con su adormilada lengua, pero ya no importó… él se levantó y se abalanzó contra el pecho descubierto, besando sus montes, apretándolos. Él se levantó quedando ambos sentados, él embistiéndola sin penetrarle y ella friccionándose como una gata al cuerpo de él.

― ¡Quítate la ropa, quítatela ya! ―exclamó el hombre de pronto. Alexia le sonrió, pero no le dio el gusto, de hecho, se apartó lentamente de él, provocando que este volviera abalanzarse sobre ella.

―Aguántate―siguió torturándolo mientras volvían a la posición anterior y comenzaban a mecerse en busca de más placer, sólo por parte de él.

La presa de Elizabeth rugió entonces, Alexia miró el convulsionante cuerpo del otro hombre mientras seguía embistiendo con más fuerza a su tutora y de repente, ella la miró. Sus ojos refulgían en deseo de sangre, le sonrió y dijo sin pronunciar palabra:

Muérdelo.

Alexia no lo pensó dos veces, ya no más juegos estúpidos, su cuerpo hizo presión para dejar en el suelo a su presa y fue directo a su cuello. Sus dientes se clavaron con fuerza, haciendo que él dejara escapar una ahogada queja que quedó en el olvido cuando ella, con su fuerte mano tapó su boca y comenzó a succionar y a succionar hasta dejar seco al hombre que intentó defenderse, pataleando e intentando quitarse de encima a una mujer con mucho más fuerza que él.

Su sangre estaba tan exquisitamente caliente y espesa, ¿era aquello el producto de todo ese juego previo? Sonrió y volvió a lamer sus labios, quitando los restos de sangre que rodeaban su carnosa boca. Y luego giró el rostro para ver a su compañera y a su presa aún en medio de sus vaivenes y él sin enterarse que su amigo yacía muerto a unos metros.

Entonces, en la última estocada, cuando él se hundió en lo más profundo de la carne de la vampiresa, ella se abalanzó sobre su cuello y mordió y succionó del cuerpo cansado del aquél hombre todo lo que podía dar.
Alexia vio aquél espectáculo entre maravillada y horrorizada. ¿Eso había hecho ella? Elizabeth cayó al suelo junto al cuerpo sin vida del sujeto, estaba cubierta del sudor del tipo, pero parecía no importarle, se acomodó su ropa como quien no quiere la cosa, y se desentendió del cuerpo de su fugaz amante. Alexia vio todo aquello en cámara lenta, mientras asumía todo lo que había hecho mientras la neblina de su mente se despejaba. Entonces miró el cuerpo bajo ella, el que había acariciado como si realmente fuera una prostituta y al que le había hincado los dientes y había dejado seco.

Elizabeth la miró satisfecha, diciéndole con la mirada que lo había hecho bastante bien para ser la primera vez y luego le dijo textualmente que debían deshacerse de los cuerpos, hacer parecer que habían sufrido un accidente o un ataque de algún animal. Alexia siguió sus pasos por inercia, aún incrédula de lo que había hecho y, al mismo tiempo, consciente de que todo aquello le había gustado.

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