Miedo de uno mismo
Ácido, así lo podía describir, su garganta era abrasada por un líquido extraño, que la quemaba por dentro lenta y tortuosamente. El fulgor blanco previo a su desmayo se había desvanecido para dar paso a una oscuridad aterradora que se cernía sobre ella, sobre su yo interno inquieto por lo que estaba sucediendo. Alexia sabía, muy en el fondo, que lo que ocurría no era natural, que más allá de la conmoción sufrida había algo que le hacía sentir insegura. Temerosa de lo que pudiera pasar.
¿Se podía estar consciente cuando te has desmayado? No encontraba lógica para poder pensar mientras seguía sin poder moverse, tirada, seguramente, aún en el callejón en el que se había escondido minutos antes. ¿Era su subconsciente tal vez el que la mantenía relativamente despierta? No lo sabía, sólo podía concentrarse en la sensación que la carcomía por dentro. Pero aquella molesta y tortuosa sensación desapareció sin previo aviso, no menguó en absoluto. Sólo terminó.
Sus ojos enfocaron un basurero oxidado y mal oliente a su lado. El aroma desagradable de la basura llegaba hasta su nariz provocándole un par de arcadas. Temiendo volver a vomitar, cerró la boca seca con fuerza, pero nada ocurrió.
Buscó entonces la herida en su cuello, pero no encontró los orificios que los colmillos de su atacante habían hecho. En realidad, ni siquiera había algún rastro de sangre coagulada, nada más que un sudor frío y pegajoso que la cubría de pies a cabeza.
¿Había sido todo esto una ilusión, un sueño o realmente había ocurrido? No había evidencia de que así fuera más que el sudor que la cubría y el hecho de que estaba en el callejón que ella había elegido para ocultarse. Se preguntó si no había tomado algo en la fiesta, algo que no recordaba por supuesto, tal vez le habían dado una droga sin que ella se diera cuenta, pero la pregunta era cómo... no recordaba que le hubieran ofrecido alguna bebida o que ella misma hubiera tomado alguna cosa a excepción del agua de la llave del baño. Y eso no contaba.
Como pudo, se levantó del suelo y, sucia de pies a cabeza, se encaminó hacia a la calle desierta, con la clara disposición de volver a su casa.
Qué hora era, se preguntaba mientras avanzaba a zancadas por las calles, sus padres debían estar preocupados y seguramente ya habían llamado a Carabineros para que la buscaran, pero lo cierto era que su madre debía estar que se moría de preocupación y estaba segura que, cuando la viera llegar en el estado en el que estaba, la iba a matar literalmente.
No tardó mucho en llegar al frontis de su casa, el auto de su padre no estaba afuera y ella no pudo más que pensar que él había salido a buscarla. Dios, pensaba, se iba armar la gorda cuando entrara por la puerta, sana y salva.
El corazón le retumbaba en los oídos mientras se paseaba de un lado a otro en la sala. No había manera de que dejara de preocuparse por lo que ocurría. ¡Un día! Alexia había desaparecido sin dejar rastro alguno, su teléfono seguía prendido, pero aún y cuanto llamaba ella no contestaba y finalmente la llamada terminaba en un buzón de mensajes. No debió haberla dejado salir, debió pelear porque ella se quedara en casa esa noche, pero no lo hizo porque pensaba que, quizás, era muy dura en no permitirle salir de vez en cuando... pero se equivocó. Tristemente, ella tenía razón y lo que más temía se volvió realidad. ¡Su niña estaba perdida y quién sabía qué le estaba pasando o le había pasado!
―Mamá...―Magdalena, aún adormilada, caminó a su encuentro mientras refregaba sus ojitos― ¿Por qué no vas a dormir?, ¿y dónde está mi papá?―preguntó suavemente mientras dejaba escapar un bostezo.
Julia sonrió ante las preguntas de su hija e intentó parecer lo más calma posible antes de contestarle.
―Papá salió unos minutos, cariño, volverá en poco tiempo.
― ¿Dónde está Ale?―prosiguió inconforme.
―Tu hermana está en la casa de una amiga, papá fue a buscarla ¿bien?―susurró con delicadeza antes de tomarla de la mano y guiarla devuelta a su habitación.
―Pero es muy tarde...―contestó, aludiendo a la hora.
―Es cierto, pero tu hermana se encaprichó con quedarse. Tú sabes cómo es ella―siguió excusándose.
―Pero...
―Magdalena, mi niña, es muy tarde para que estés en pie―apresuró a decir. La niña hizo un mohín en respuesta y se soltó del agarre para ir a subirse a su cama.
― ¿Mañana iremos al parque?―preguntó mientras se cubría sola con las sábanas.
Julia miró a su hija menor, tan ajena de lo que ocurría. La mentira había surtido efecto en su pequeña mentecita, ella no tenía por qué preocuparse de aquello por ahora.
― ¿Mamá?
―Mañana iremos todos juntos al parque―contestó haciendo énfasis en el “todos”.
La niña lanzó un grito emocionada mientras se acurrucaba en la cama y cerraba los ojos con fuerza, dando entender que se iba a dormir ya. Julia sonrió satisfecha y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí, con el corazón retumbando nuevamente en sus oídos.
Volvió a la sala ansiosa por que regresara su marido y que con él viniera su hija mayor. El que le viera el rostro de nuevo sería la mayor alegría de toda su vida. Y fue que, en ese preciso instante en que rogaba por verla de nuevo, cuando sonó el timbre de la casa. Aquel hecho hizo que sus pulmones se vaciaran por completo mientras corría sin reparo a la puerta de entrada.
― ¿Quién es?―preguntó con el corazón en la boca.
―Ábreme la puerta, mamá. Perdí las llaves y el celular―respondieron desde el otro lado.
― ¡Oh, Dios!―sollozó mientras quitaba el seguro interior y abría la puerta de un sólo movimiento.
Alexia estaba parada frente a ella con el rostro gacho y pálido, estaba sucia y había restos de tierra y basura en su ropa, además logró notar que una gruesa capa de sudor la cubría.
―Entra, cariño, entra rápido―urgió y la muchacha entró hecha un bólido hacia la sala, como si estuviera escapando.
Era un aroma delicioso, el más exquisito que hubiese sentido hasta ese día. Dulce y salado al mismo tiempo, perfecto. Se mordió el labio inferior con fuerza, el aroma se acercaba y se impregnaba en su ser mientras los pasos de su madre se hacían más y más fuertes.
― ¿Qué es lo que sucedió, Alexia?―apresuró a preguntar.
La susodicha volteó lentamente, como temiendo que algo malo pasara si lo hacía. Dudando de cada paso que daba.
― ¡¿Sabes cuán preocupados estábamos?!―continuó― ¡Haz estado un día desaparecida!
Un día, pronunció mentalmente. ¡Pero si sólo habían pasado un par de horas! Se dijo a sí misma mientras miraba el reloj colgado en la pared que anunciaban las cuatro con siete minutos de la madrugada.
― ¡Me estás escuchando, Alexia, por Dios!―exclamó su madre acongojada― ¿Qué te pasó?―alzó un brazo para poder tocarle el rostro pálido.
Fue en ese instante, Alexia miró como un dulce la mano que se acercaba a su rostro. Podía olerlo con claridad, el delicioso manjar se ocultaba bajo la piel de aquella mujer que era su madre. Los sonidos se hicieron cada vez más claros y pudo escuchar con gran precisión los latidos de aquel corazón, rápidos y fuertes. Nerviosos...
Entonces la mano estuvo lo suficientemente cerca de su boca y sin mediar ninguna otra palabra, giró el rostro rápidamente y clavó sus colmillos filosos en la carne. Su madre soltó un quejido y apartó como pudo la mano herida. Alexia relamió sus labios cubiertos de sangre con deleite, era más de lo que había podido imaginar. No era como el agua, era espeso y caliente, pero era perfecto sin lugar a dudas. La mejor bebida que había probado en su vida.
― ¡¿Qué haces?!―se quejó enojada y sin comprender en su totalidad lo que ocurría.
―Sabe bien...―musitó antes de sonreír. Quería más, su garganta lo pedía a gritos y no iba a parar.
No hubo tiempo para pensar, todo fue muy rápido, Alexia se lanzó sobre ella, provocando que cayera al suelo estrepitosamente mientras la susodicha volvía a clavar los colmillos, pero esta vez en su cuello y sin remordimiento comenzaba a masticar.
― ¡Alexia!―gritó a duras penas antes de que su hija dejara de morderla y comenzara a succionar de forma desesperada su cuello moreno.
La mujer peleó por zafarse del agarre que su hija ejercía, pero ésta lo evitó golpeando su cabeza contra el suelo, tal cual lo había hecho el atacante en el callejón, pero dejando inconsciente a su madre en el proceso, cuestión que la joven ignoró por completo, pues estaba más ocupada chupando y tragando con fuerza, saboreando cada sorbo de sangre con cuidado, deleitándose con el nuevo manjar que había descubierto hasta que la mujer bajo ella ya no tuvo ni una gota más para beber.
Se incorporó a un lado del cuerpo inerte de su progenitora, mirándolo como una bestia aún sedienta y enojada por no poder seguir bebiendo de aquel elixir. Necesitaba más, mucho más de lo que había bebido de aquella mujer a sus pies.
Relamió sus labios, saboreando los vestigios de sangre mientras se apartaba e iba en busca de la otra criatura oculta en la casa. Podía escucharlos, los latidos del corazón de una presa joven. Era sangre nueva, perfecta y deseada.
Alexia sonrió maquiavélicamente. Pasó sobre el cuerpo inerte de la mujer que la había criado y se dirigió hacia los dormitorios con la clara intención de tomar la vida de la pequeña criatura que se encontraba en una de las habitaciones más lejanas a la sala principal.
― ¿Alexia? ―se detuvo en seco, sintiendo el aroma de la sangre tras ella y el bombeo incesante de un corazón vigoroso. Sonrió― ¿Cariño, dónde te habías metido? ―la puerta se cerró y el sonido sordo de las llaves golpeando la madera de la mesa le hicieron pensar que había estado muy distraída para no notar al hombre que se disponía acercársele.
El hombre miró el suelo asustado, en shock tal vez. En la alfombra estaba el cuerpo de su esposa, tenía las manos extendidas a los costados, la boca entreabierta y un par de agujeros pequeños y perfectos a un costado del cuello del salían hilillos casi imperceptibles de sangre.
―Julia―dejó escapar ahogado, mientras iba al encuentro de su mujer.
La tomó suavemente y la hizo reposar en su regazo, mientras buscaba con los dedos el pulso en una de las muñecas y, tras no encontrarlo, lo buscaba en el cuello, desesperado. Horrorizado al no encontrar pulsación alguna, apretó sus dedos corazón y anular bruscamente sobre la piel, buscando algún indicio que le permitiera saber que su esposa estaba viva y que pronto despertaría. Pero aquello no ocurrió y la piel que pálida junto a la ausencia de respiración terminó por derrumbarlo.
― ¡¿Dios, qué pasó?! ―gritó a su hija mayor, volteándose unos instantes a verla, pero no hubo respuesta.
El hombre dejó escapar los sollozos que se venían acumulando antes de ocultar su rostro cansado y desfigurado por el dolor en los cabellos oscuros de su esposa muerta.
Sus pasos ni siquiera hacían eco, eran tan ligeros que prácticamente se podría decir que estaba danzando en el aire. Su padre ni sintió cuando estuvo detrás de él, mucho menos se percato cuando se arrodilló y empezó a acercarse a su cuello moreno.
―Es fácil…―susurró. El aliento gélido chocó contra la piel que se erizó sin más. El hombre dejó de temblar por el llanto y alzó levente el rostro―…tomé lo que quería―y sin pensarlo mucho más, le hinco los colmillos que habían crecido inexplicablemente.
Él gritó fuerte e intentó zafarse, aquello la alertó y dejó de chupar de mala gana, por lo que tomó rápidamente la cabeza del hombre que había intentado levantarse en el lapsus de libertad que tuvo y la giró violentamente hacia un lado.
No hubo misericordia, no se arrepintió, en ese momento lo único que quería era beber y eso era exactamente lo que hizo luego, cuando él ya no opuso resistencia. Bebió encantada y con fuerza, deleitándose por el sabor metálico de la sangre y, en el proceso, manchándose la ropa y dejando caer gotas de un espeso color rojo al suelo.
―Ale…―la susodicha alzó la cabeza como un ave cazadora. A unos metros más allá, en la entrada al pasillo que se dirigía a los aposentos de su familia, su hermana la miraba horrorizada agarrando su peluche favorito fuertemente.
Le sonrió, mostrándole los dientes manchados de sangre. Ahora iría por la siguiente presa, pues el cuerpo de su padre ya estaba completamente seco y aún quería más.
―Ven... ―extendió su mano, su voz sonó tan armoniosa que, sin proponérselo, se sorprendió.
La niña, sin embargo, hizo todo lo contrario; retrocedió hasta tocar la pared tras ella y comenzó a llorar a viva voz.
Alexia tomó el cuello de su hermana entre sus manos, disponiéndose a ahorcarla para que se callara de una vez y pudiera beber tranquila.
En ningún momento pensó que su conciencia se abriría paso entre la espesa niebla que nublaba su juicio, fue cuando su hermana alzó su rostro; desesperado por la falta de oxígeno, y sus pequeñas manos, cálidas y suaves como las de un bebé, tocaron las suyas y sus ojos vidriosos que rebalsaban en lágrimas encontraron los suyos. En ese instante, cerebro hizo clic y soltó el cuello frágil de su hermanita, alejándose horrorizada por su actuar.
¡Dios, Dios, Dios! La sola palabra hacía que sintiera que se quemaba por dentro, pero no paró de repetirla mientras se volteaba y miraba el horror que había cometido. Sus manos tiraron sus cabellos oscuros, queriendo arrancarlos de raíz. El sabor de la sangre en su boca le provocó nauseas e intentó devolver todo aquello que había tomado sin éxito.
―Magdalena… Dios, perdóname―rogó al darse vuelta. Su hermana estaba aovillada en el piso, llorando y usando al peluche como un escudo―Magda…―volvió a llamarla mientras se acercaba con la clara disposición de tocarla, pero al sentir el tacto gélido sobre sus manos desnudas, la niño dio un grito fuerte y se hizo a un lado como pudo, para luego correr a la puerta.
― ¡No, no, no!―gritaba la niña, intentando abrir la puerta de entrada y huir de ahí, pero su baja estatura le impedía llegar al cerrojo que le permitiría escapar.
―Magdalena, no―susurró e intentó apartar a la niña de la puerta, pero esta chilló más fuerte y golpeó el antebrazo derecho de Alexia en su desesperación y lastimándose en el proceso.
― ¡Mamá! ―lloró mientras volvía a alejarse, pero esta vez se dirigió hacia sus padres y se quedó ahí, quieta y callada, mientras buscaba refugio en los brazos de su madre muerta.
Alexia la miró unos segundos, antes de desviar la vista, pues no soportaba ver lo que había hecho. ¿Qué era lo que había pasado?, ¿en qué momento lo hizo? No recordaba nada, ¡ni siquiera sabía en qué momento le había hincado los dientes a su madre!
―Magdalena… quédate en la casa―dijo inexpresiva antes de sacarle el cerrojo a la puerta. Su hermana no le respondió y ella, simplemente, salió huyendo… temiendo que la bestia sedienta de sangre volviera a atacar y su próxima víctima fuera aquella pequeña niña oculta entre dos cuerpos.
Su cuerpo temblaba a cada paso, muy dentro de ella el monstruo gritaba y le exigía salir. Por cada casa que pasaba la tortura aumentaba, podía sentir el aroma a metal por todos lados y el bombear incesante de corazones tranquilos cuyos dueños dormían sin saber que podrían ser atacados por algo que nunca imaginaron, todos los olores exquisitos golpeaban su refinado olfato y despertaban un instinto que ella no deseaba seguir.
La salida de la ciudad estaba frente a ella, como una bendición u obra de su subconsciente que la había traído hasta ahí, se le ocurrió la única idea para evitar ir y acabar con otro par de vidas por culpa de la sed. Se iría a las montañas, quizás se ocultaría en la cordillera misma, haría todo lo necesario para evitar hacerle a otro lo que le había hecho a sus padres. Tomó aire innecesariamente y reanudó su andar, ésta vez con un rumbo fijo.
Era increíble pensar que había avanzando tan rápido sin sudar o cansarse durante esas dos horas en las que había dejado atrás Elqui y otros pequeños poblados, eso la inquietaba más todavía, no entendí bien lo que ocurría con su cuerpo, ella jamás había sido buena en educación física, de hecho, sus amigos debían ir a su ritmo porque sino ella terminaba adolorida y ahora ni eso, no había ninguna punzada en el costado ni le faltaba el aire; de hecho, le parecía que ni siquiera respiraba. Alexia sabía que era un monstruo, pero la cuestión era en qué se había convertido y, aunque los indicios eran claros, ella no deseaba ni pensar en la palabra que rememoraba viejas películas de terror que jamás gustó de ver, es que era totalmente descabellado; no tenía sentido, cómo era posible que un extraño le mordiera el cuello y horas más tarde, o un día después según su madre; que en paz descanse, terminara chupando sangre en su propia casa.
Desde esa noche su familia la odiaría de por vida, era un hecho que cuando la policía de investigaciones diera con sus huellas digitales o su ADN, mas el testimonio de su hermana; que seguramente estaría traumatizada, se sabría que ella había sido la asesina que sin piedad había acabado con aquellos que le dieron la vida. Primero sería el desconcierto, luego la negación absoluta en la que en sus mentes recaerían, creyéndola incapaz de una cosa así y, finalmente, la aceptación y el consiguiente odio por lo hecho.
¿Qué perfil psicológico sacarían de sus actos? Tal vez dirían que había esperado el momento adecuado para ejecutar el plan, quizás dirían que había motivos económicos o alguna furia escondida que se había desatado esas dos últimas noches. ¿Y sus amigos?, ¿qué dirían ellos de lo que había hecho? Seguramente actuarían igual que su familia, tomarían los mismos pasos, la odiarían e intentarían borrarla de su memoria.
Un tenue rayo de sol le dio en el brazo izquierdo, causándole cierto picor y anunciándole que ya estaba por amanecer. Alexia se apartó entonces del camino, temiendo que algún camión venido desde Argentina se topara en su camino y el conductor parara para ver que ocurría con ella, y en el proceso resbaló con las piedras mojadas por el rocío y que además rodeaban al caudaloso río que hacía bastante tiempo había dejado de ser de un color café sucio para tornarse de una curiosa coloración amarilla por los minerales y que significaba que estaba cerca de la cordillera y que el agua debía estar terriblemente fría.
Alexia se detuvo frente a la ribera extrañada, no había probado ni un solo bocado y en todo el recorrido, que había sido relativamente rápido, no había sentido la imperiosa necesidad por beber agua. Se estremeció mirando sus manos pálidas como un muerto, las cuales llevó a su rostro, buscando algún rastro de sudor, sin embargo, no encontró la pegajosa capa sobre su rostro. Luego tocó su estómago, esperando sentir su ruego para que lo llenara con comida, pero no hubo ningún burbujeo incesante. Nada.
El sol asomaba ya por las montañas, bañando con su luz los valles y la mitad de su pálido y frío cuerpo. Alexia, dirigió la vista hacia las cimas, molesta por la picazón que le causaban los rayos del astro y extrañada por la comezón. ¿Ahora resultaba que era alérgica al sol?
Aquello era demasiado, la chica entonces no reparó en lo que hacía y se dejó caer en el agua gélida que la cubrió hasta el pecho, esperando que aquello calmara a su piel. Lo cual no ocurrió aunque se sumergió varias veces, cuidando de no ser arrastrada por la corriente. Finalmente, ella se rindió y retomó su andar hacia las montañas, esperando que la brisa fresca menguara la picazón mientras caminaba por la orilla, con el sol dejando caer sus malvados rayos sobre su rostro. Sin embargo, nada parecía aplacar la sensación que fue intensificándose hasta puntos dolorosos y desesperantes. Alexia dejó escapar un quejido mientras sobaba uno de sus brazos contra su ropa para no hacerse daño.
Su alarido asustó a las aves que recién despertaban e hizo eco en el valle. Alexia tocó su rostro adolorido, al retirarla había sacado un pedazo de piel quemada, aquello fue lo que la hizo gritar despavorida. La chica sostuvo aquel trozo sin creerlo mientras observaba horrorizada como sus manos comenzaban a chamuscarse.
Volvió a gritar y se tiró al agua en el acto, esperando que aquello evitara que siguiera quemándose de esa manera. Pero, otra vez, no funcionó. Alexia se levantó entonces, corriendo contra la corriente, chorreando agua, buscando un lugar dónde esconderse del astro que la amenazaba.
Y como si fuera una bendición o un regalo del Cielo, la muchacha divisó una cueva entre una gran cantidad de árboles que la camuflaban, lo único que pensó al verla fue que era lo más hermoso que había visto desde hacía horas. Alexia corrió, atravesando el río y quemándose un poco más en el proceso. Estaba segura de que su rostro estaba casi calcinado, pero no se atrevió a tocarlo, sólo trepó ágilmente por la roca que limitaba el otro extremo, exponiendo más su cuerpo a la luz, y trastrabilló hasta hundirse en las profundidades de aquella cueva cuya oscuridad fue el alivio de su cuerpo herido.
El dolor insoportable, finalmente, terminó venciendo su mente ya cansada por el estrés que venía arrastrando, Alexia cerró los ojos y se enterró en las profundidades de su inconsciente, pero no soñó…
―Despierta, neonata―escuchó que le decían. El tono dulce de aquella voz la hizo estremecer interiormente―Despierta, ya. Es tiempo de alimentarte.
Ella abrió los ojos enojada, la persona la estaba tratando como un bebé y aquello no era de su absoluto agrado, pero al ver el rostro casi angélico de la criatura arrodillada a su lado, todo el resentimiento se esfumó. La mujer, de mirada tan roja y perturbadora como la de su atacante, le sonrió con sus carmines y carnosos labios. Entonces se fijo en un pequeño detalle cuando levantó una mano para acariciarle el rostro chamuscado, era pálida… tan pálida como la muerte misma.
―Bienvenida―sonrió.
Alexia apartó la gentil mano de ella con un manotazo, temiendo que la mujer le hiciera daño o, más bien, que ella misma la atacara.
― ¿Cuánto tiempo estuviste bajo el sol, neonata? ―le preguntó sin demostrarse ofendida por el actuar de ella.
― ¿Acaso tengo la apariencia de un bebé? ―gruñó mientras intentaba levantarse pero la mano de la hermosa criatura se lo impidió, su fuerza era indescriptible y la mantenía contra el suelo frío de piedra.
―Lo eres―respondió―Ahora, es importante que me digas cuánto tiempo estuviste bajo el sol―urgió.
Alexia pestañeó un par de veces sin comprender el interés de la criatura.
―Media hora o una, no estoy segura, tal vez más―contestó al fin.
―Fue imprudente de tu parte―le recalcó―las quemaduras que tienes son horribles, ni siquiera yo cuando era recién nacida hice tamaña estupidez.
― ¿De qué hablas? ―gruñó.
― ¿Dónde está tu creador? Él debería haberte enseñado.
―No lo conozco―levantó su mano izquierda para mirarse. Su sorpresa fue mayúscula al notar que las quemaduras no eran tan terribles como creía haber visto.
―Ven, no tuve tiempo de ir a cazar algo más digno para ti; pero te he traído algo que te servirá, por lo menos para curar tus heridas.
Ella se levantó y fue a las afueras de la cueva que le había sido de refugio, Alexia aprovechó esto para levantarse de una vez.
―Creo que con estos será suficiente―sólo pudo dar un salto hacia atrás cuando la mujer aventó dos cuerpos macizos hacia ella.
― ¡Dios! ―la garganta le quemó al pronunciar la palabra, sin embargo, ese ínfimo detalle no superó al horror de ver a ese par de criaturas muertas frente ella.
―Bebe antes de que comience a descomponerse.
Alexia alzó el rostro para ver la pálida cara de la mujer. Sus ojos rojos refulgían a contra luz. La imagen del hombre que la mordió vino a su cabeza, su mirada era tan igual a la de él, que le asustaba y pensó, por vez primera, que seguramente sería la misma mirada que tendría más adelante y una gélida sensación se apoderó de ella.
Era el miedo de convertirse en algo tan despreciable como aquellos seres.
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