martes, 29 de junio de 2010 | By: Aline

Porque no fuiste un error



Porque no fuiste un error


La vida da vueltas de una manera extraña, toma rumbos inesperados; forma encrucijadas, detiene el andar, se hace más expedita o se vuelve un camino lleno de agujeros. Y además de todo ello, es corta y preciada.
Tomar las oportunidades, escoger bien y vivir correctamente, es decir, como la sociedad dice que es correcto.
Es lo que dicen.
Pero todo puede cambiar en un segundo o minuto, tus ojos pueden apagarse y otros nuevos abrirse. Un error o una bendición, todo es relativo y depende del punto de vista de cada quien.

A veces, cuando recuerdo aquel día, miro con frecuencia a través de una de las ventanas de nuestra pequeña casa y me pregunto qué habría pasado conmigo si todo eso no hubiera sucedido. ¿Habría seguido estudiando o habría quedado a medio camino en la universidad?, ¿Lo habría encontrado a él, que me ama con mis pros y mis contras?, ¿Habría creado el pequeño negocio que me pertenecía?, ¿Habría podio vivir sin ti?
Siempre llego a la misma respuesta. Y es que definitivamente no podría vivir en un mundo donde no existieras. Entonces sacudo la cabeza levemente y me regaño mentalmente por seguir pensando en ello, pero lo cierto es que no puedo sacar aquella experiencia de mi cabeza. Marcaste un antes y un después en mi vida. Creaste un mar de sufrimientos, de penas, alegrías y glorias.
¿Qué puedo decir? Ese día 12 de Mayo de 1993 por la tarde lo recuerdo tan claro como el agua. Estábamos Valeria, mi gran amiga, y yo; afortunadamente no había nadie en su casa más que nosotras dos y eso nos quitaba un poco de tensión, pero lo cierto era que nadie podría calmarme en ese momento. Me encerré en el baño de visitantes con el alma pendiendo de un hilo, cuestión que se hacía más notoria cuando tomaba el tiempo en mi reloj de pulsera. Fueron los minutos más frustrantes de toda mi vida, pero cuando por fin tomé el dispositivo entre mis manos, transcurrido el tiempo indicado, mi mundo se desmoronó. Así de simple y así de trágico.
La mecha de la dinamita se encendió ese día y comenzó a quemarse con una rapidez atroz, desde el momento en que se lo dije a él, desde su rechazo y desaparición de la faz de la tierra, hasta el rechazo de mis progenitores. Quizás eso fue lo que más me dolió, ver la decepción en sus ojos, recriminándome. Y me dejaron sola, cuando más los necesitaba… me dejaron a la deriva.

Y mientras el tiempo pasaba, las dudas me inundaban con mayor frecuencia y el pánico, el terror, me hicieron pensar en acabar con todo y estuve a punto de hacerlo, realmente lo estuve. Estuve a unos minutos de hacer explotar la dinamita.

¿Cuántas veces debería agradecerle a Valeria el haberme detenido ese día? No tiene precio el hecho de que ella me hubiera abierto los ojos, me acompañó hasta en las últimas, cuando en el lugar de ella debió estar él.

Gracias. Gracias, Valeria, por todo. Le repito día con día, ella se ríe y dice que deje de agradecerle cada dos por tres, pero es que ella no sabe lo arrepentida que hubiera estado de haber acabado con todo. De haberte matado.

Porque fuiste concebida en un descuido, en un desliz, en un error que cometí.

Muchos me lo dijeron, muchos otros me lo remarcaron, pero has de saber una cosa: Puede que haya sido un error, pero jamás será un error el haberte traído al mundo, porque eres lo más preciado. El mayor de mis tesoros.

Y ahora aquí, en la sala de nuestra casa, junto al hombre que terminó por completar el mundo que tú creaste en mí, me miras avergonzada y a punto de llorar mientras me muestras el test de embarazo y me preguntas acongojada.

― ¿Qué hago? ―y yo solo sonrío y respondo.

―Déjalo vivir.

Porque no todo es color de rosa.



Relato 1:

A veces pasa


Mi mano insegura tocó el cabello sobre su cabeza, hundiéndose en ella. Él dio un respingo al sentirla y pensé, por un breve momento, que él se apartaría por mi audaz actuar. No lo hizo, pero en cambio ocultó su rostro que ya me era difícil de ver con una mano.
¿Acaso era tan terrible que no podía dejarse ver? Era estúpido e infantil, un hombre no sería menos hombre por ello.

―Tranquilo, no le diré a nadie―le aseguré mientras le hacía un pequeño masaje en el cuero cabelludo. Él, sin embargo, no me contestó.

No sabía qué hacer en un momento así, parte de mi estaba feliz por ser yo y no otra la que estaba junto a él, pero por otro lado estaba enojada de que me buscara ahora después de tanto tiempo enemistados. Dejé escapar un suspiro entre mis labios que hicieron que él alejara su mano de su rostro, quizás había pensado que estaba aburrida y que no me importaba su estado, así que apresuré a quitarle esa idea de la cabeza, si es que la tenía.

―No necesitas ocultarte de mí―mi voz sonó más suave de lo que pensé―tampoco tienes que ocultar lo que sientes, es natural que quieras…

Entonces él bajó la mano por completo y alzó el rostro empapado por las lágrimas que derramaba. Ahora odiaba más a Anabel por hacerle esto. E inesperadamente se abalanzó sobre mí, rodeándome con sus poderosos brazos y, colocando su cabeza cerca de mi cuello, comenzó a llorar sin reparo, empapando mi camisa.
No lo sé, quizás un interruptor se movió en mi cerebro, porque la reticencia que sentía por él hasta ese momento desapareció y sólo me ocupé de acariciar su despeinado cabello negro mientras le susurraba palabras consoladoras.

Capear clases no era chistoso, cuando mis padres se enteraran-si es que llegaban a atraparme-iban a hacerme picadillo, pero todo había sido por consolar a un ex-amigo, eso contaría ¿no?
Suspiré sin proponérmelo, hace bastante tiempo que él estaba sentado sin decir nada mientras yo esperaba como una idiota que dijera siquiera una palabra… aunque fuera de agradecimiento.

―Lo siento.

Allá arriba debieron escucharme.

― ¿Qué? ―pronuncié.

―No lo repetiré dos veces, Erin, así que escucha―gruñó, aquello era típico de él.

―Habla―insté.

―Tenías razón cuando dijiste que Anabel no era una buena persona, que sólo intentaba separarme de mis amigos y que, cuando se aburriera, me tiraría a un lado como si no valiera nada.

Sonreí inconscientemente, le hubiera dicho un te lo dije, pero no quise que él se sintiera más mal de lo que ya estaba.

―Al menos abriste los ojos―comenté.

― ¿No vas a decir nada más? ―me miró con esos destellantes ojos verdes que hacían derretir a cualquier chica.

― ¿Por qué diría algo más? ―rebatí y parece que aquello no le había gustado, pues hizo una mueca de desagrado―Escucha, Ian, fuiste mi amigo y por eso te tengo aprecio, pero eso no significa que tú puedes venir y tratar de aminorar las cosas para que vuelva a ser tu amiga. La amistad no funciona así, estuviste un año jodiéndome la existencia con tus burlas y tu desdén… eso no desaparece fácilmente.

Él me miró con resentimiento, pero yo me mantuve firme, demostrándole que no era una chica a la que se pudiera acudir y luego desechar cuanto quisiera.

―Lo entiendo―pronunció al fin.

―Qué bueno que lo hagas―respondí y me levanté casi al acto, ya era casi hora del receso y podría ir a mojarme la cara al baño sin temor a que me pillaran.

―Sólo una cosa más, pelirroja―le hice mala cara, recordándole que odiaba que me llamara así. Tenía un nombre y ese era Erin, al menos esperaba que lo recordara― ¿Qué es lo que debo hacer para ganar tu confianza?

Había olvidado lo testarudo que era, así que mientras él se paraba a mi lado yo me crucé de brazos y mantuve los labios rígidos, intentando que él se diera cuenta que no me interesaba su amistad.

―Ya veo―suspiró al ver mi rostro de piedra―No puedo volver el tiempo atrás y si pudiera… te juro que evitaría salir con Anabel y también evitaría hacerte daño con mis palabras.

―Eso no arreglará nada, aunque quieras no pasará. Tus acciones ya hicieron suficiente, me ninguneaste y me difamaste porque a tu noviecita se le dio la gana. Tú solito hiciste todo esto, así que ahora cosecha lo que sembraste.

Él asintió, resignándose. Había ganado la batalla, pero en mi corazón sabía que eso formaría un gran hueco en mi existencia.

―Quizás con el tiempo puedas perdonarme y de paso podrías hacerme un escarmiento―sonrió tristemente.

―El escarmiento suena bien―asentí.

―Sí, tal vez―pronunció.

Sus labios presionaron levemente los míos como en aquellos años en que sólo éramos un par de niños viendo las películas de amor que mamá guardaba en el armario. Las mariposas revolotearon en mi estómago como hacía tiempo no habían hecho… ahora recordaba por qué me había enojado tanto con él cuando consiguió novia. Él me gustaba, pero aquél sentimiento de hace un año no era el mismo de ahora. No, no lo era, las mariposas no eran tan grandes y fuertes como en esa época y tenía la ligera sospecha que no volverían a serlo jamás.

―Lamento lo que te hice. Realmente lo siento, yo sólo quería llamar tu atención―su aliento a menta golpeó mi rostro,

―Sí… llamaste mucho mi atención―pronuncié sarcástica y luego me alejé. El timbre del receso había sonado unos segundos antes y yo sólo quería ir a llorar al baño y entre más rápido me fuera, menos posibilidades tenía de derramar lágrimas en los pasillos a la vista y paciencia de mis compañeros. No, esto debía llorarlo sola y reflexionar antes de que volviera a verlo en el salón de clases.

Giré mi rostro levemente para ver si aún se encontraba ahí y, efectivamente, así era. Él me miraba desde los arbustos en que nos habíamos escondido, sus ojos reflejaban una tristeza que yo también compartía en cierto modo, pero yo no me detuve.

Seguí hacia adelante, sin mirar atrás otra vez.