martes, 28 de junio de 2011 | By: Aline

Alheia: Capítulo III

Determinación


Alheia tomó el pedazo de espejo que encontró entre toda esa ruina que correspondía a su casa y el primer cuchillo que sobrevivió al incendio que había logrado detener, agarró su largo y sedoso cabello castaño y, sin remordimiento,… lo cortó sin importarle que tan mal le quedaran los mechones. Se tragó el dolor y lo guardó en lo más recóndito de su alma, buscó en otras casas algunas vendas y ropa de hombre, que pudiera ajustar a su cuerpo delgado, y se la arregló lo mejor que pudo. Al verse nuevamente, parte de sí misma se sintió realizada.

Hombre, podía pasar perfectamente como un hombre de facciones afeminadas, pero sonrió amargamente al recordar lo que la había empujado a tomar estas medidas.

Una noche y medio día había tardado en dar sepultura a los habitantes del pueblo, que para suerte suya… no era muy grande y sus habitantes tampoco eran tantos. Y cuando el sol ya se ponía hacia el mar, con el corazón estrujado, Alheia dejó unas cuantas flores silvestres en la tumba de su familia, se echó el bolso lleno de los ungüentos de su madre; un par de mudas y una frazada para la noche al hombro y guardó las dagas que había encontrado en ambas botas.

Debía ser fuerte, debía encontrar pistas, debía alcanzar a su hija a donde fuera que la hubieran llevado.

Alheia miró el atardecer al salir de su pueblo muerto, sabiendo que era poco probable que regresara a él después de encontrar a su niña. Suspiró, conocía el bosque desde principio a fin, tenía ventaja todavía ante la poca experticia e ignorancia de ellos.

Con suerte… los lograría alcanzar en un par de días.

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