jueves, 14 de julio de 2011 | By: Aline

Alheia: Capítulo IV

Pasantes


El viejo líder apretó la mano fuertemente del jefe de los pasantes, la sonrisa de ambos atestiguaba que eran bienvenidos en el pueblo para quedarse tanto como fuera necesario.

Alheia miró intrigada desde lejos junto a los demás jóvenes de la aldea, haciendo una pequeña diferencia… ella siempre había sido curiosa con todo lo extraño, así que no dudó en encaramarse en un árbol y observar desde allí, a pesar de que el viento helado del invierno azotara su cara.

Desde abajo, las chicas de su edad gritaban ansiosas por saber qué es lo que veía y Alheia les transmitía muy escuetamente las acciones de sus padres y del líder ante las inesperadas visitas.

Theil se trepó a la rama junto a la de ella, Alheia emitió un bufido al verlo. Cierto era que se había vuelto más ágil por su estirón. De acuerdo, llegaba hasta ser intimidante por la altura que presentaba a sus cortos trece años, a cambio ella… había crecido poco, sus caderas se había ensanchado y sus pechos habían crecido ¡y hasta llegaban a molestarle! Todas esas diferencias físicas, la hacían enojarse. Por tanto, mantuvo la vista al frente para fijarse en un muchacho que desde el principio, y muy descaradamente, le había llamado la atención.

Se notaba a kilómetros que él era mayor que ella, sus facciones lo delataban, alto, casi del porte de su padre; desgarbado, con el cabello castaño y la piel tostada, pero desde lo lejos que estaba apenas podía distinguir que el color de sus ojos era negro… o algún color que llegara a ser tan oscuro y que su nariz era más bien larga.

El corazón de Alheia golpeó fuertemente contra su pecho cuando el desconocido, como si hubiera sentido su presencia, volteó a verla directamente y le sonrió. Alheia supo que esa sonrisa era para ella, que nadie más la recibía. Se sintió tonta y torpe, más no le importó que el resto le gritara que querían saber qué ocurría, ella alzó la mano y en un gesto tímido, incluso para ella, le saludó.

Él muchacho, en cambio, alzó sus labios y mostró sus dientes, haciendo que las mejillas de Alheia se arrebolaran.

― ¿Qué haces? ―Theil saltó a su rama y bajó su mano en un gesto brusco.

―No molestes―bufó en respuesta y sin mirarle.

―Es un completo desconocido―le señaló.

―No creo que por mucho―sonrió emocionada, casi podía decir que gritaría de felicidad ante la posibilidad de un futuro encuentro. Así que cuando vio que los adultos se disponían a regresar a sus labores y que las familias que componían a los pasantes eran guiadas por algunos hacia sus hogares, Alheia saltó del árbol y cayó grácilmente en la nieve, como si se tratara de un gato.
Podía regodearse ante todas las chicas que ella era la más fuerte y ágil de todas ellas.

― ¡Papá! ―llamó mientras sus gruesas botas se hundían en el manto blanco. Él giró su rostro y alzó la mano en un saludo a su hija. Alheia corrió, superando las dificultades del terreno y se estrelló contra el costado de su padre, rodeándolo con sus brazos.

―Ella es mi niña, Alheia Varileth―dijo con la seriedad que lo caracterizaba antes de que su padre la tomara cariñosamente del hombro para presentarla a un par de desconocidos en los que recién caía en cuenta. Quiso morir cuando se percató que el hombre mayor con el que hablaba su progenitor, tenía al lado al muchacho al que había saludado.

―Tiene usted una hija muy bella―respondió el hombre. Alheia sonrió nerviosa―debe tener una gran cantidad de pretendientes, ¿no le preocupa?

Su padre rió en contestación.

― ¿Preocuparme? Que no le engañe su apariencia―respondió con gran dicha, Alheia sintió subir sus colores a sus mejillas al saber lo que vendría―sé muy bien que mi hija es bella, pero por dentro es un fierecilla indomable. Creo que nunca seré abuelo, temo que espanta a todos los muchachos del pueblo.

Roja como una manzana en plena primavera, Alheia bajó la vista instintivamente, incapaz de mirar al muchacho frente a ellos.

―Pues con la velocidad en que ha saltado y corrido hasta aquí, creo que una muchacha así es sorprendente.

Alheia dejó escapar el aire retenido y alzó el rostro para ver al muchacho que, efectivamente, tenía los ojos negros como el carbón.

―Muy buenas palabras, hijo―sonrió el hombre junto a él.

― Deberías decirle eso a mí madre―se atrevió a decir. El muchacho la miró unos segundos antes de responder con enorme sonrisa.
―Por supuesto, se lo diré con mucho gusto.

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