jueves, 23 de junio de 2011 | By: Aline

Alheia: Capítulo II

Remembranza


El sabor y la textura le provocaron arcadas, sus manos viajaron a su boca quitando desesperadamente el barro sobre sus labios y luego volvió a escupir fieramente para proferir una sarta de palabrotas en repuesta a la risa de sus amigos ante su desgracia. Alheia alzó el rostro, furiosa, y fijó sus ojos llameantes en el corpulento chico frente a ella, él sonrió arrogantemente en respuesta y se echó a reír un rato, hasta que ella le escupió un poco más de barro a la suela de sus botas, manchando el pelaje blanco en la cima de estos.

―Deberías saber perder―gruñó el muchacho al ver el manchón.

― ¡Cállate, mierda! ―le gritó mientras se levantaba. El cuerpo entero le dolía, pero su orgullo le impedía, siquiera, dejar escapar una lágrima.

El chico frunció el ceño y chasqueó la lengua en respuesta, el resto del grupo se quedó en silencio para escuchar con claridad lo que el muchacho iba a decirle.

―Mira, Alheia―dijo suave y amenazadoramente―tú eres una niña y una niña jamás será tan fuerte como un hombre. No entiendo por qué te empeñas tanto en pelear con nosotros, no hay forma ¿de acuerdo? Jamás serás un chico.

― ¡Eres un idiota, Theil! ―le gritó― una mujer puede ser tan fuerte como un hombre, puede ser mucho más que él y un día te lo voy a demostrar, para que tú bocota se quede bien cerrada―su dedo se hundió en el pecho de él, Theil gruñó en respuesta y le apartó la mano de un manotazo.

―Un día vas a terminar mal por tu idiotez―le advirtió y se alejó de ella―ve a casa, te vez horrible embarrada.

El resto se echó a reír nuevamente y caminaron en dirección al pueblo. Theil le dio un último vistazo a Alheia y le sonrió avergonzado, la muchacha hizo caso omiso a su cariñosa mirada y desvió la vista desdeñosamente.

Furiosa consigo misma, Alheia no escuchó a su mejor amiga ni hizo caso a sus constantes agarres para detener su andar. Alheia cojeó, embarrada de pies a cabeza, agarrando su estómago que había recibido un buen par de puños por el imbécil niño al cual todo el pueblo adoraba, las chicas… hasta las de su misma clase social, se reían a su andar o la miraban en son de burla, pero no le importó, siguió con la cabeza en alto, atravesó el camino principal sin derramar ni una lágrima ni apartar la vista del frente hasta llegar a su pequeña casita junto al risco.

Su madre dejó escapar un bufido al verla llegar de esa manera y le hizo señas para que entrara a su casa junto a ella. Alheia suspiró y dio media vuelta para despedirse de su amiga con un movimiento de mano.

Su madre había dejado la canasta llena de hierbas que traía en el brazo sobre la mesa y caminó hacia una alacena llena de frascos con extrañas pastas en su interior.

Sin decirle ni una sola palabra, Alheia se sentó en el banquillo más próximo y dejó que su progenitora le quitara la ropa para luego empezar a untar en su cuerpo la pastosa medicina que ella hacía para los moretones. Claro estaba para la niña que su madre no iba, por ningún motivo, a darle el ungüento para el dolor muscular, era típico… ese era su castigo por pelear con chicos.

―Alheia… ¿hasta cuándo? ―le preguntó. La niña no emitió sonido alguno y cerró los ojos―años atrás, a nosotros no nos importaba que jugaras con ellos, quizá ese fue nuestro error.

―No es cierto―gruñó ella en respuesta.

―Eres mujer, tu cuerpo no tiene la capacidad física que poseen los cuerpos de los hombres, no estás hecha para pelear, no estás hecha para cazar, menos estás hecha para desafiar los límites.

Su madre era sabia, las mujeres del pueblo tendían a buscarla para pedir sus consejos, pero Alheia tendía a obviarlos con gran facilidad y a decir cosas que no correspondían.

―Yo no vine a este mundo a ser sólo un contenedor de bebés―gruñó, ella quería ser un hombre, en su alma sentía que ella realmente era un hombre. Su madre la miró atónita y en un arrebato de furia y enojo, hizo algo que jamás había hecho.
Alheia la observó a atónita por la reacción y tocó su mejilla adolorida.
―Prepararé el baño, no quiero que tu padre te vea en esta situación tan degradante.

La mujer se dio la vuelta y se perdió al atravesar el portal hacia otra habitación, Alheia dejó escapar un sollozo cuando dejó de verla y bajó la cabeza por primera vez en el día. Cuando su madre pronunció aquellas palabras, sintió algo que nunca había sentido hasta ahora: vergüenza de sí misma.

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