sábado, 18 de septiembre de 2010 | By: Aline

Casualidad

Lo buscó por todas partes, esperando que no fuera demasiado tarde para la chica que estuviera en la mira del tipo, su corazón golpeaba acelerado en su pecho mientras sus ojos pasaban de rostro en rostro en la fiesta y sus hombros empujaban con violencia a sus compañeros de universidad que le tiraban un par de improperios por sus empujones, pero él no les prestaba atención, su mente estaba fija en un solo objetivo: Encontrarle antes de que le pusiera las manos encima a una chica.

Entonces, con el corazón en la boca, lo vio cerca del rincón junto al escenario, ofreciéndole la bebida a una muchacha de primer año que conocía como Rebeca, la muchacha recibió gustosa el vaso de alcohol y se lo llevó a la boca con una sonrisa.

Bebió hasta la última gota.

Corrió entre la multitud hacia aquél rincón, pasando a llevar a un par de amigos suyos que, sin que cruzara una sola palabra con ellos, lo siguieron extrañados por su actitud. Lo llamaron y le preguntaron qué sucedía, pero él no respondió, sólo siguió apartando bruscamente a la gente de su camino y llegó al otro extremo agitado y asustado al no encontrarlos en el lugar en que los había visto cinco minutos antes.

― ¡Esteban, para hombre! ―gritó por sobre la música su mejor amigo, pero él no lo escuchó y empezó a mirar a todas las direcciones posibles en busca de Rebeca y el tipo de último año.

En la salida de la discoteca los vio nuevamente y volvió a emprender la carrera hacia ellos, esta vez evitando la multitud, yéndose por la pared, dónde casi no pasaba gente y en un par de minutos, en el tiempo exacto en que se cierra la puerta tras ellos, él los alcanzó. Abrió la puerta y se dirigió directo al tipo que mantenía sujeta de la cintura a la muchacha.

― ¡Cuídala! ―le ordenó a uno de sus amigos cuando apartó de un sólo empujón al sujeto de quinto.

La muchacha trastrabilló cuando no tuvo un soporte en el que apoyarse y cayó al suelo, su vista estaba perdida, buscaba a su alrededor mientras su amigo la levantaba, entendiendo en ese acto la situación que él había evitado sólo por suerte.

― ¡¿Qué haces, imbécil?! ―gritó el tipo. Su cinismo hizo que le bullera la sangre.

― ¡¿Y tú, pendejo?! ―gritó furioso― ¡¿te crees hombre por intentar violar a una mujer?!

El otro detuvo su furia inmediatamente al ver que había sido descubierto y una palidez mortuoria se instaló en su rostro, sólo fue un minuto en que el silencio reinó, pero fue lo necesario para que el tipo diera media vuelta y saliera corriendo despavorido hacia el estacionamiento.

―Le sacaré la cresta―musitó Pablo a su lado, dispuesto a emprender una carrera en pos de golpear al sujeto.

―Ahora no―apresuró a decir― ¿tienes plata en el celular? ―preguntó a lo que su amigo asintió sin entender―llamaré a mi hermana para que nos lleve en auto a dejarla a su casa―agregó mientras marcaba el número apresuradamente y se llevaba el teléfono móvil a la oreja―Averigua donde está el vaso que le dio él, tendremos que pasar a los carabineros.

Su hermana tardó como siempre en contestar, pero no por un olvido de su teléfono, sino porque estaba dormida (eran cerca de las cuatro de la mañana), pero se despertó de inmediato cuando le contó rápidamente la historia. Ella le gritó, literalmente, que la esperaran listos en la salida y que no tardaba más de diez minutos en llegar, cuestión que él no dudó.

―Está en un rincón de la escalera―le dijo Pablo.

―Búscalo rápido y avísale al dueño. Tenemos diez minutos.

Su amigo asintió y volvió a entrar.

― ¿Cómo está? ―su otro amigo levantó el rostro. Había estando echándole aire con las manos a Rebeca para que se le fuera el mareo.

― Está sudando mucho―respondió y en efecto, la chica estaba sudando frío y cada vez se le veía más pálida.

―Te llevaremos a tu casa ¿ya? ―le dijo a lo que la chica asintió por inercia. Sí, la droga había actuado maravillosamente en el cuerpo de ella, estaba totalmente ida.

Los pacos escucharon atentamente su corto relato, desde el cómo se había enterado de la intención de Diego Rodríguez de violar consentidamente a Rebeca, hasta el momento en que su hermana llegó y la llevaron a la comisaria, donde no hubo mucho que poner en duda por el estado en que se encontraba la muchacha y el vaso que aún contenía restos de la pastilla de la violación.

Tuvo mucha suerte, muchísima suerte, se dijo mientras caminaba por los pasillos de la universidad, dirigiéndose a su cuarto periodo de clases. Rebeca hubiera sido violada si él no hubiera estado en el momento preciso en que Diego ponía la droga en el vaso y él, por cierto, no lo había vuelto a ver rondando por la universidad desde el incidente y; por habladurías de los chicos de quinto se había enterado que, además de violador en potencia, al tipo le gustaba eso de andar volándose con cocaína y marihuana. Al mismo tiempo se enfureció internamente con sus compañeros de último año, porque ellos sabían que el tipo era peligroso, que podía hacer cualquier cosa cuando estaba drogado o influir en otros, pero ninguno había dicho nada. ¡Ninguno de esos malditos hipócritas, sabiendo lo que sabían, intentó detenerlo y por eso había estado a unos minutos de aprovecharse de una niña!

Rebeca alzó el rostro al verlo, los de primer año tenían clase en la sala contigua a la suya esta vez. Él le sonrió cálidamente, daba gracias por que la menuda chica no había sufrido nada peor esa noche, ella le devolvió el gesto con un sonrojo en sus mejillas.

Entonces entendió por qué había sido el blanco de Diego. Ella era demasiado bonita para su propio bien, técnicamente parecía una muñeca, tan bajita que estaba seguro que no sobrepasaba el metro cincuenta, con la cara redondeada como la de un niño, los labios rosados y el cabello cobrizo cayéndole alrededor del rostro tal cual estas chicas que salían en esas telenovelas de cabras chicas.
Demasiado bonita para su propio bien, se repitió. Era toda una joyita en bruto con esos ademanes tímidos que poseía.

Sí, demasiado hasta para él.

― ¿Dónde estabas? ―Pablo le golpeó la espalda. No se había dado cuenta de que había salido del salón a buscarlo.

―Fui a la cafetería por chocolate―le mostró la bolsita de Rolls que había comprado con anterioridad.

―Oh, bueno, vamos que el profe ya está dentro―señaló sin apartar la vista de la comida.

―Sí, sí―respondió y volvió a guardar la bolsa en el bolsillo de su chaqueta y se dirigió a la puerta para entrar a la clase.

Volvió a mirarla un segundo antes de perderse en la oscuridad del salón, ella no apartó sus ojos oscuros de los suyos y le siguió sonriendo.

Y lo siguió haciendo aún y cuando él ya no la veía.

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