lunes, 21 de marzo de 2011 | By: Aline

AyeC C.VII

Lento pero seguro

Enseñó los dientes al tiempo que le gruñía a la intrusa que acababa de entrar a su habitación, Elizabeth mantenía su rostro serio, pasando de largo su clara amenaza, Alexia dejó escapar otro gruñido y se acercó a la ventana donde presionó la mano contra el vidrio, deseaba salir, necesitaba sangre en ese mismo instante, su cuerpo se lo pedía y su bestia interna se removía ansiosa. El castigo había terminado al ponerse el sol, y aunque sabía que había tenido muchas oportunidades para escapar del encierro, hasta la misma ventana no estaba asegurada, su lado racional la ataba a la cama en un ejercicio de autocontrol.

―Bajaremos de cacería a los campamentos―comentó la mujer. Su rojiza cabellera se movió levemente cuando se giró sobre sus pies, el gesto era claro, quería que la siguiera. Alexia se lamentó internamente, hubiese deseado que Arturo la llevara de caza, se sentía más a gusto con él que con ella.

No protestó cuando Elizabeth le comentó que seguirían pasos similares a los de aquella primera cacería, el arte de acechar y de la elección era lo primero que debía aprender, decía la vampiresa en un tono un tanto lejano. Alexia agradeció aquello, el hecho de que no la llamara querida mía o tratara de acariciarla, la reconfortaba.

―Los humanos tienden a ser realmente estúpidos―comentó de pronto. Alexia giró el rostro, sus ojos habían estado fijos en un par de niños que eran regañados por su madre―saben que no deben jamás alejarse de los sectores señalizados, pero lo hacen igual. Son tan obstinados y autodestructivos, no se dan cuenta del peligro que acarrean sus decisiones―su cara se desfiguró en una sonrisa sádica―no podemos dejar a ningún integrante de la familia vivo…

―Son cinco―susurró, tenía la sensación de que la boca se le llenaría de saliva, lo cual no pasaría, en cualquier momento de tan sólo recordar el agradable sabor de la sangre y la sensación de ésta bajando por su garganta.

―Lo suficiente para ti y para mí―respondió complacida por la recepción de su protegida.

―Me parece bien―sonrió. Necesitaba beber ya, pero su instinto era reprimido por una voluntad que intentaba reforzar.

Sus uñas se clavaron en la corteza del árbol, aferrándose a su ente racional, tenía que observar bien, elegir con cuidado. Eran cinco después de todo, el hecho de que uno escapara ya sería un riesgo, debían ser rápidas con cada uno, nada de juegos ni actos sexuales para hacer más sabrosa su comida, no, en esta ocasión lo que primaba era el mantener el silencio.
Alexia alzó los ojos, sin darse cuenta, había comenzado a jadear, pero no lo suficientemente fuerte como para alarmar a los humanos que acampaban unos metros más allá. Elizabeth le sonrió, regodeándose de verla sometida.

― ¿Cuáles quieres? ―preguntó cortésmente en un susurro que denotaba sus ansias.

― ¿Está bien si me quedo con los adultos?

― ¿Podrás con los tres? ―preguntó.

―No lo sé, pero si algo sale mal, lo arreglaré―anunció mientras quitaba la mano del árbol y se levantaba―He esperado tres días.

―Ve entonces, te seguiré de cerca―insinuó.

Alexia no lo pensó dos veces y se dejó caer frente a la familia, que soltó unos cuantos gritos al verla aparecer repentinamente. Los padres, instintivamente, empujaron a los niños hacia a su abuelo para resguárdalos, era un acto bastante previsible. Ella sonrió y se acercó con ligereza a su primera víctima, el hombre hizo ademán de golpearla con la cocinilla ante su avance, era obvio para ella que los humanos presentían que era peligrosa, pero lo distrajo un segundo movimiento detrás de ellos. Lo niños volvieron a gritar, asustados por las repentinas apariciones y de la cercanía de la otra mujer, más terrible y sádica inclusive que ella misma.
Elizabeth formó una siniestra sonrisa y saboreó sus labios, los niños la miraron fascinados y aterrorizados al mismo tiempo y el anciano los empujó cerca de sus padres, poniéndose él enfrente. La vampiresa mayor mostró sus afilados colmillos, y se abalanzó sobre el hombre.

No importaba cuán rápidas fueran las reacciones humanas, jamás podrían superar la fuerza y la sed del vampiro. Alexia recibió de lleno al anciano y lo mordió sin mayores preámbulos, abrazándolo con tanta fuera que le quebró las costillas.

Elizabeth sonrió y arremetió contra el padre que, en un intento vano, atacó a la neonata. Sólo fueron un par de golpes, lo suficientemente fuertes como para noquearlo y luego se dirigió a la madre que intentaba huir con los niños.

Alexia gritó de alegría al soltar al anciano, pero su sed estaba lejos de aplacarse y no dudó dos veces en pasar por sobre el hombre muerto para tomar a su siguiente víctima del cuello. El padre inconsciente jamás pudo defenderse de su ataque. Oh, qué pena.

― ¡No, por favor! ―gritó la madre. Elizabeth le sonrió mientras terminaba por romperle los huesos de sus piernas y la dejaba a merced de su compañera― ¡por favor! ―rogó la desdichada mujer, que vio impotente como la vampiresa tomaba a uno de sus hijos y le clavaba los dientes de una sola vez mientras sostenía al otro para evitar su huída.

Hubo otro golpe, la madre volteó el rostro horrorizado hacia el sonido. Alexia se levantó de su lugar, relamiendo los vestigios de la sangre ajena, sonrió tétricamente a la mujer en el suelo, que intentó levantarse patéticamente. No podía huir ni proteger a sus hijos.

El niño muerto cayó a un lado de ella, la mujer estalló en llanto al ver a su hijo mayor con los ojos blancos y la boca reseca abierta. Trató de hacer acopio de sus últimas fuerzas, pero le fue imposible avanzar más de unos centímetros para alzar el brazo en busca de su hijo menor que ya era tomado en los brazos de la sádica pelirroja.
Fue en ese momento en que Alexia, tiró con fuerza de los hombros de ella y descubrió su cuello. La mujer vio a su hijo removerse en los brazos de la mujer, mientras ésta le clavaba los colmillos, mirándola, disfrutando como ella se retorcía de dolor.

―Gracias por la cena―ronroneó Alexia antes de hacer lo suyo la madre.

Alexia descuartizó sin ningún remordimiento a sus víctimas, apartó de su cabeza las ganas de hacer arcadas y de gritar a medio mundo que lo que hacía era totalmente incorrecto y deplorable. Ella no era humana, ella no se regía por sus leyes, se repetía mientras esparcían los restos por las montañas para que los pumas se chuparan las garras y desaparecieran de la faz de la tierra todo vestigio de que hubo una matanza en el valle.
Elizabeth recorrió el campamento con interés luego de cumplir con su obligación de esparcir los restos humanos, rasgó las carpas, tomó el cepillo para el cabello de la mujer, algunas que otra ropa de esta y una vieja radio a pilas, el resto de las cosas que aún quedaban fueron destrozadas y luego quemadas sobre la fogata que la familia había hecho antes del ataque. Tan pronto como todo estuvo montado, ambas se sonrieron y emprendieron viaje hasta la vieja casa en la que moraba el clan.

Arturo tomaba su mano mientras dormía y recuperaba la energía perdida, era una constante. Al comenzar a amanecer, él la conducía por los pasillos en silencio, ambos sin dirigir palabra alguna al resto de la familia. Él la recostaba como si fuera una niña pequeña, acariciaba su rostro mientras sus parpados caían lentamente y le bloqueaban la visión, mientras sus otros sentidos se agudizaban automáticamente. Arturo permanecía allí todo el tiempo que ella necesitaba, desde el amanecer hasta la puesta de sol al principio, luego, las horas fueron disminuyendo con rapidez, con cada trozo de experiencia, su cuerpo parecía hacerse inmune a la luz del sol, por lo menos en el sentido soporífero. Cada vez estaba más consciente de lo que ocurría a su alrededor, ya no sólo escuchaba, olía y sentía, sus cuerpo a veces dejaba de ser una perfecta piedra y lograba moverse, aunque fueran unos centímetros y sus ojos que se mantenía dolorosamente estáticos en esa tortura ahora podían moverse bajo sus párpados.
Hubo una ocasión en que apretó la mano de Arturo con fuerza cuando él dejó de hablarle un rato y él, con una suave y hermosa risa de niño, comentó de su fuerza bruta.

Cazar ya no le era tan inmensamente difícil, las noches de casería ya no eran largas ni tan frecuentes, habían comenzado a alejarse unas de otras y la ansiedad de sangre se volvió cada vez más soportable.

―Estás aprendiendo rápido, querida Alexia―había comentado Héctor mientras la invitaba a una copa de espesa sangre. Ella todavía no podía comprender de dónde la sacaba ni cuál era su fijación por beberla como todo un catador de vino.

―Supongo que podrá retractarse de sus palabras algún día―comentó ella antes de llevarse la copa a los labios y tragar el delicioso contenido.

―Sólo si demuestras tu valía dentro de los nuestros.

Y aunque el comentario la molestó, pues sabía gracias a los comentarios de su querido amigo y los susurros provocadores de la preferida Elizabeth que, para un neonato, avanzar a la velocidad en la que lo estaba haciendo ella era una sorpresa de por sí.

A los dos años dejó de contar los días del asesinato de sus padres, a los dos años dejó de intentar buscar respuestas en los diarios olvidados en las plazas de aquellos pueblos del valle. Dejó de sentirse culpable por lo ocurrido, comenzó a aceptar quién era ahora sin olvidar lo que fue alguna vez y siguió esperando el momento exacto para bajar en busca de su hermana.

No importó cuántos animales mató a falta de humanos en la zona con los cuales alimentarse sin levantar sospechas, ni cuantos campistas y aventureros descuartizó, ni hablar de aquellos que buscaban fortuna dentro de minas abandonadas. ¿Cuántas veces saldrían titulares de gente extraviada en las noticias? No importó, su meta estaba fijada ya. Y cuando Héctor anunció la hora de marchar de la zona pues el peligro de ser descubierto había aumentado, ella sólo pensó en el momento del regreso. Esperando que para ese entonces, su hermana siguiera viva y ella estuviera lo suficientemente preparada para hacerle frente.

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