martes, 13 de julio de 2010 | By: Aline

Sentido de pérdida

Sentido de Pérdida


Tu rostro y tu cuerpo, al verte ahí parado a unos metros de mí, mi corazón se acelera; su compás resuena en mis oídos y mi sangre se arremolina en mis mejillas como aquella tarde de febrero en que nos conocimos. Todo es mágico, irreal y maravilloso. Tus ojos miran ese vestido que a ti tanto te gustaba, decías que me veía tierna con el puesto. Me lo puse por ti hoy día, para que acaricies mi coronilla y enredes tus manos en mis cabellos oscuros, deseo que me beses la frente con tus labios, como si fuera una niñita. Añoro que me ames como aquella noche en la que no vimos fronteras y el futuro se sentía tan cercano. ¡Oh, por favor, acércate de nuevo y toma mi mano, quiero tanto caminar a tu lado y volver al parque de nuestras ilusiones!

¿Me escuchas?, ¿logras oír mi llamado?, ¿sientes mi corazón, sientes mi respiración pesada, ves mis manos jugando por el nerviosismo… siquiera me ves?
Tu ser se difumina, desaparece como un espejismo tan pronto doy un paso ansioso hacia ti. Te grito desesperada, esperando que no te vayas, pero tú no me oyes y desapareces. Era extraño y a la vez familiar, la historia se repetía una y otra vez, cada mañana al despertar me colocaba el vestido blanco y me peinaba para ti, pero al encontrare en nuestro lugar secreto, desapareces como una ilusión. ¿Por qué? Nunca logro alcanzarte, el tiempo parece no avanzar y cada día me parece igual al otro ¿Qué sucede?, ¿Qué es este juego que me impide acercarme a ti?

¡Quiero abrazarte y acariciarte, enmarcar tu rostro entre mis manos y plantar mis besos en tu boca, lo deseo todo!, ¡¿Por qué me lo impiden, cuál es el objetivo de todo esto?!

Mis lágrimas salieron de mis ojos y me dejé caer como tantas veces ya había hecho, quería que esto terminara. Era una pesadilla y deseaba despertar. Verte de nuevo a mi lado, en carne y hueso, eso quería.

Una pequeña luz llamó mi atención, alcé mi rostro empapado y estiré mi mano al pequeño agujero blanco frente a mí.

―Está despertando―es una voz desconocida. Mis ojos se abren ansiosos y la luz del techo me ciega por minutos eternos― ¿Karime, puedes escucharme bien, entiendes lo que te estoy diciendo?

Mis ojos lo enfocaron, era un hombre mayor, su cabello cano y la bata blanca fue lo que más me llamó la atención. Era un médico y, por deducción, debía estar en un hospital.

―Sí―pronuncié tan bajo y ronco que me sorprendí.

Alguien echó a llorar, el chillido que lanzó me alertó y miré hacia un lado. Mi familia estaba allí, todos con los ojos llorosos, pero no pude evitar mirarlos consternada, sus rostros… todos ellos eran distintos.

Mi madre tenía canas en el cabello y mi padre parecía más viejo y cansado de lo que recordaba, pero lo que más me llamó la atención no fueron ellos, sino mis hermanos. Ambos eran altos y unas barbas de dos días crecían en sus rostros. ¿Por qué? Ellos debían tener once años, no parecer adultos jóvenes. ¿Qué era lo que había pasado?

El médico se alejó de mí y se dirigió a mi padre, le murmuró unas cuantas cosas que yo no logré escuchar y a las que él asintió. Me sentía extraña y todo me inquietaba. Moví mis manos para poder incorporarme para luego mover mis piernas y levantarme de una vez, pero no lo logré.

Mis brazos se sentían tan débiles que apenas lograban sostenerme, pero mis piernas… al internar moverlas, era como si no estuvieran ahí.

― ¿Qué pasa? ―me incorporé violenta y descuidadamente, tirando los cables que me conectaban a una maquina extraña y corrí las sábanas sin demora.

― ¡Karime! ―reaccionó mi madre al escucharme gritar.

Hubo un jaleo, mi mente no asimilaba lo que veía y mi familia me rodeaba intentando hacerme reaccionar mientras entraba en una especie de colapso nervioso. Grité el nombre de él, grité con fuerza para que él me escuchara y viniera a acariciar mis cabellos para consolarme, pero él no entró por ninguna puerta y alguien susurró una palabra que no deseaba escuchar en absoluto: Muerto.

El llanto fue mayor, mi desesperación aumentó mientras tocaba lo que quedaban de mis piernas. Las había perdido, a ambas y a él también.

Hubo un flash en mi memoria, el sonido de la lluvia golpeando las ventanas, la radio del auto… su voz y sus ojos fijos en la ruta. El camión salido de la nada, la bocina estruendosa. Los giros, los cristales rotos, el fierro retorcido. Los impactos y luego, todo blanco.

Apreté la mano dónde mantenía el anillo de promesa en mi pecho y seguí llorando sin escuchar nada más. ¿Cuánto tiempo había pasado desde eso, diez o veinte años… cuánto? No recibí respuesta, porque la aguja atravesó mi piel y me adormecí nuevamente.

Su rostro me esperaba en el sueño, me miró sonriente, como todos esos años que compartimos juntos. Por favor, no me hagan despertar de nuevo, la realidad es cruda y maldita, prefiero vivir el mismo día todos los días a volver a ver en lo que me he convertido. Sólo te pido, Señor, dame ese único regalo.

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