martes, 29 de junio de 2010 | By: Aline

Porque no todo es color de rosa.



Relato 1:

A veces pasa


Mi mano insegura tocó el cabello sobre su cabeza, hundiéndose en ella. Él dio un respingo al sentirla y pensé, por un breve momento, que él se apartaría por mi audaz actuar. No lo hizo, pero en cambio ocultó su rostro que ya me era difícil de ver con una mano.
¿Acaso era tan terrible que no podía dejarse ver? Era estúpido e infantil, un hombre no sería menos hombre por ello.

―Tranquilo, no le diré a nadie―le aseguré mientras le hacía un pequeño masaje en el cuero cabelludo. Él, sin embargo, no me contestó.

No sabía qué hacer en un momento así, parte de mi estaba feliz por ser yo y no otra la que estaba junto a él, pero por otro lado estaba enojada de que me buscara ahora después de tanto tiempo enemistados. Dejé escapar un suspiro entre mis labios que hicieron que él alejara su mano de su rostro, quizás había pensado que estaba aburrida y que no me importaba su estado, así que apresuré a quitarle esa idea de la cabeza, si es que la tenía.

―No necesitas ocultarte de mí―mi voz sonó más suave de lo que pensé―tampoco tienes que ocultar lo que sientes, es natural que quieras…

Entonces él bajó la mano por completo y alzó el rostro empapado por las lágrimas que derramaba. Ahora odiaba más a Anabel por hacerle esto. E inesperadamente se abalanzó sobre mí, rodeándome con sus poderosos brazos y, colocando su cabeza cerca de mi cuello, comenzó a llorar sin reparo, empapando mi camisa.
No lo sé, quizás un interruptor se movió en mi cerebro, porque la reticencia que sentía por él hasta ese momento desapareció y sólo me ocupé de acariciar su despeinado cabello negro mientras le susurraba palabras consoladoras.

Capear clases no era chistoso, cuando mis padres se enteraran-si es que llegaban a atraparme-iban a hacerme picadillo, pero todo había sido por consolar a un ex-amigo, eso contaría ¿no?
Suspiré sin proponérmelo, hace bastante tiempo que él estaba sentado sin decir nada mientras yo esperaba como una idiota que dijera siquiera una palabra… aunque fuera de agradecimiento.

―Lo siento.

Allá arriba debieron escucharme.

― ¿Qué? ―pronuncié.

―No lo repetiré dos veces, Erin, así que escucha―gruñó, aquello era típico de él.

―Habla―insté.

―Tenías razón cuando dijiste que Anabel no era una buena persona, que sólo intentaba separarme de mis amigos y que, cuando se aburriera, me tiraría a un lado como si no valiera nada.

Sonreí inconscientemente, le hubiera dicho un te lo dije, pero no quise que él se sintiera más mal de lo que ya estaba.

―Al menos abriste los ojos―comenté.

― ¿No vas a decir nada más? ―me miró con esos destellantes ojos verdes que hacían derretir a cualquier chica.

― ¿Por qué diría algo más? ―rebatí y parece que aquello no le había gustado, pues hizo una mueca de desagrado―Escucha, Ian, fuiste mi amigo y por eso te tengo aprecio, pero eso no significa que tú puedes venir y tratar de aminorar las cosas para que vuelva a ser tu amiga. La amistad no funciona así, estuviste un año jodiéndome la existencia con tus burlas y tu desdén… eso no desaparece fácilmente.

Él me miró con resentimiento, pero yo me mantuve firme, demostrándole que no era una chica a la que se pudiera acudir y luego desechar cuanto quisiera.

―Lo entiendo―pronunció al fin.

―Qué bueno que lo hagas―respondí y me levanté casi al acto, ya era casi hora del receso y podría ir a mojarme la cara al baño sin temor a que me pillaran.

―Sólo una cosa más, pelirroja―le hice mala cara, recordándole que odiaba que me llamara así. Tenía un nombre y ese era Erin, al menos esperaba que lo recordara― ¿Qué es lo que debo hacer para ganar tu confianza?

Había olvidado lo testarudo que era, así que mientras él se paraba a mi lado yo me crucé de brazos y mantuve los labios rígidos, intentando que él se diera cuenta que no me interesaba su amistad.

―Ya veo―suspiró al ver mi rostro de piedra―No puedo volver el tiempo atrás y si pudiera… te juro que evitaría salir con Anabel y también evitaría hacerte daño con mis palabras.

―Eso no arreglará nada, aunque quieras no pasará. Tus acciones ya hicieron suficiente, me ninguneaste y me difamaste porque a tu noviecita se le dio la gana. Tú solito hiciste todo esto, así que ahora cosecha lo que sembraste.

Él asintió, resignándose. Había ganado la batalla, pero en mi corazón sabía que eso formaría un gran hueco en mi existencia.

―Quizás con el tiempo puedas perdonarme y de paso podrías hacerme un escarmiento―sonrió tristemente.

―El escarmiento suena bien―asentí.

―Sí, tal vez―pronunció.

Sus labios presionaron levemente los míos como en aquellos años en que sólo éramos un par de niños viendo las películas de amor que mamá guardaba en el armario. Las mariposas revolotearon en mi estómago como hacía tiempo no habían hecho… ahora recordaba por qué me había enojado tanto con él cuando consiguió novia. Él me gustaba, pero aquél sentimiento de hace un año no era el mismo de ahora. No, no lo era, las mariposas no eran tan grandes y fuertes como en esa época y tenía la ligera sospecha que no volverían a serlo jamás.

―Lamento lo que te hice. Realmente lo siento, yo sólo quería llamar tu atención―su aliento a menta golpeó mi rostro,

―Sí… llamaste mucho mi atención―pronuncié sarcástica y luego me alejé. El timbre del receso había sonado unos segundos antes y yo sólo quería ir a llorar al baño y entre más rápido me fuera, menos posibilidades tenía de derramar lágrimas en los pasillos a la vista y paciencia de mis compañeros. No, esto debía llorarlo sola y reflexionar antes de que volviera a verlo en el salón de clases.

Giré mi rostro levemente para ver si aún se encontraba ahí y, efectivamente, así era. Él me miraba desde los arbustos en que nos habíamos escondido, sus ojos reflejaban una tristeza que yo también compartía en cierto modo, pero yo no me detuve.

Seguí hacia adelante, sin mirar atrás otra vez.

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